Literatura

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Juan Marsé: «Al poder no le gusta que tengamos memoria»

El novelista reflexiona sobre la realidad y la ficción, los recuerdos y las trampas que nos juegan en «Esa puta tan distinguida», su obra más autobiográfica.

Juan Marsé: «Al poder no le gusta que tengamos memoria»
Juan Marsé: «Al poder no le gusta que tengamos memoria»larazon

El novelista reflexiona sobre la realidad y la ficción, los recuerdos y las trampas que nos juegan en «Esa puta tan distinguida», su obra más autobiográfica.

Juan Marsé emprendió su última aventura literaria guiado por la estela de una idea –rastrear el «perfume que deja el asesino»– y la imagen directa y casual que le dejó aquel hombre bajito que un buen día se presentó en la puerta de su domicilio «con una gabardina y unas gafas de ciego, envuelto en un aroma de peligro y ese aura que cultivaba, como de pasado siniestro, que expresaba lo que había sido». Ese desconocido, rodeado de un aire de misterio, no era otro que el asesino de Carmen Broto, aquella prostituta que apareció muerta en un descampado y que conmocionó a la sociedad catalana en 1949. La sombra de ese suceso aparecía en las páginas de «Si te dicen que caí» y el criminal, imaginamos que impelido por la necesidad imperiosa de contar la verdad, acudió entonces al escritor para expresarle su queja: «Vino para decirme que el crimen no fue así, que la realidad no se correspondía con lo que aparecía en el libro. Le respondí que sólo era una novela, no una crónica, y me replicó que su nombre estaba ahí. Y, lo admito, fue un error incluirlo, pero luego él me entendió».

–¿Le contó por qué lo hizo?

–La explicación que me dio resultó increíble. Me habló de una conspiración de un grupo de antifranquistas en la clandestinidad. Me confesó que su padre le había advertido de que esa mujer era una confidente de la policía, que estaba relacionada con gente importante y que, por eso, había que eliminarla. El padre, por tanto, le encargó acabar con ella. Yo su versión no me la creí».

Marsé vuelve ahora a ese recuerdo para hablar de la memoria en «Esa puta tan distinguida» (Lumen), la historia de un reo, ya liberado de la cárcel, que intenta explicar por qué estranguló a una mujer tres décadas después de haber cometido el delito.

–Ya había tocado la memoria en «La muchacha de las bragas de oro» y «Un día volveré». ..

–Justamente ahora estaba tomando unas notas sobre este asunto. En mi familia se vivió el intento de recuperar la memoria como algo muy parecido a lo que Vázquez Montalbán llamaba «el intento de perder la obligada amnesia del vencido de la Guerra Civil». He recordado esta idea y he añadido que los fallos y las trampas que nos tiende la memoria se deben a un deseo inconsciente de enmendar el pasado, corregir errores y exculparnos. Me doy cuenta de que la memoria es un tema recurrente en mis libros. En «La muchacha de las bragas de oro» aparece el falangista con mala conciencia que intenta recomponer su vida. Esto surgió de la lectura de «Descargo de conciencia», de Laín Entralgo. Me pareció patético cómo él intentaba recomponer la memoria.

–Usted señala dos fechas en esta novela: 1949, cuando se comete el crimen , y 1982. De este año, dice: «El país entero se debatía entre la memoria y la desmemoria». ¿Cómo ha evolucionado la memoria de este país?

–Este conflicto persiste. Esta novela trata de cuestiones actuales. La memoria está sin revolver. Todavía se discute si abrir o no las zanjas de los muertos que hay en las cunetas; si se cambia el nombre de esta calle... Lo que ahora se llama memoria histórica sigue siendo un problema sin resolver. Todavía flotan las burbujas del franquismo de las que se habla en mi narración. Parto de una memoria individual como representación de todas. Pero aún estamos en estas: ¿Qué hacemos con la memoria? La prostituta de la novela es la memoria, la memoria que se vende, la que intenta imponer el poder, porque al poder no le gusta que recordemos, que tengamos memoria.

–Los nacionalismos qué son: ¿memoria, mitología, ficción...?

–Como estamos viviendo en un país de fantasía, diría que es una ficción desde el punto de vista histórico, en mi opinión. Los historiadores de aquí están manipulando el pasado, pero eso es meterse en política y no quiero...

Marsé confiesa que siempre ha mantenido la distancia del coso político cuando se sumerge en la redacción de una historia. El novelista, sentado detrás de su escritorio, sí reivindica, en cambio, el humor para referirse a algunos políticos, a los que nombra con cierta ironía y coña en esta obra, como Pilar Rahola, Rufián y Tardá. «Coñas las que quieras, entre otras cosas porque es una forma de defenderse de esta gente. Estoy de los que nos gobiernan hasta el gorro. Últimamente no sabes quién dice la estupidez mayor. Jamás he partido de ideas políticas para escribir, pero este es un asunto que está impregnando fatalmente mis libros, porque vivo en un país real. Hace unos días se presentó un manifiesto monolingüista, que, parece, está firmado por catedráticos, docentes... los sabios, y salen con eso. ¿Por qué no piensan en las familias? En la mía somos bilingües. ¿Llego un día y les digo que a partir de ahora sólo hablamos en catalán? ¿Cómo pretenden que cuaje en la realidad? Es imposible. Esta sociedad siempre será bilingüe. Y eso es bueno, buenísimo. ¿Por qué renunciar a una lengua si puedes hablar dos o tres?».

Sin alejarse de su universo, Marsé ha ido un paso más allá en esta ficción, que presenta una estructura diferentes a las anteriores, y donde, por primera vez, habla del proceso de escritura. «Sí, me refiero al oficio, a la faena... a veces me veo como un incompetente total cuando empiezo una novela y hago un primer borrador de un capítulo y después de escribir cinco o seis páginas, sólo salvo un párrafo de tres o cuatro líneas. Sé lo que quiero escribir, pero no sé aún cómo. Me doy cuenta de que soy bastante incompetente, que me cuesta escribir. Me gustaría acabar un libro en tres meses, pero tardo tres años. Aquí percibo que no soy muy dotado y con los años lo tengo más claro. Planifico bien una obra, tomo apuntes... pero al poco rato de escribir caigo en que no estoy seguro del tono en el que cuento la historia. Mientras no tenga la voz, el tono, yo no tengo absolutamente nada. Me da igual escribir 100 que 200 folios. No sirve de nada. En estas ocasiones me digo, te podrías haber dedicado a otra cosa... pero bueno, a base de insistir, de hacer borradores, saco algo. Esta parte jamás la había tocado antes, es cierto...

–¿Tanto le cuesta escribir?

–Tengo muchas dudas en una fase determinada de la novela. En la primera, sobre todo. Es muy fastidioso empezar a buscar esa voz y no encontrarla. Es cuando tú tiras del libro. Luego llega un momento en que el libro tira de ti. Entonces es bastante más llevadero. Es cuando pisas terreno seguro. Quizá ahí, el ego se crece y piensas que estás dotado...

Marsé no ha olvidado las calles de barrio y tampoco el cine, otro de sus temas recurrentes. Si uno de los protagonistas del libro es un asesino que recuerda, el otro es un novelista, «anticlerical, sin bandera», en el que resulta sencillo leer sus facciones, que está escribiendo un guión basado en la muerte de una puta en la sala de proyección de un cine. «Yo he mamado mucho del cine. El impacto de la belleza está representado en estas actrices –se refiere a los retratos de Ava Gardner y Rita Hayworth que hay en su despacho–. Lo que antes llamábamos glamur, ahora no es prioritario en el cine. En el cine de los 30, 40 y 50, la belleza era por sí un valor. En las cintas todos eran guapos. Ellos y ellas. Hoy muchas figuras no están por ser atractivos físicamente, sino por otros valores. El glamur ha dejado de ser lo que era en el cine. Pero el problema de fondo es la tecnología. Los filmes cada vez son más espectaculares en términos visuales, en detrimento del talento de los diálogos. Ha cambiado. Hoy las caras no me dicen mucho.

–¿Cómo ha influido el cine en su literatura?

–Era un cine de género en el que se trabajaba a fondo y con talento, tanto en las comedias como en los melodramas, el western o el cine policiaco. Hoy no existen comedias con diálogos como los de Lubitsch. El cine del Oeste está de capa caída; el policiaco, también. Hay intrigas, pero... El cine fue muy importante en una parte de mi vida. En la adolescencia fue tan importante como la literatura, que no era muy selectiva, porque leía desde novelas del Coyote hasta «La isla del tesoro» sin ser consciente de la diferencia de calidad literaria en ellas. Y sin importarme mucho, la verdad. Es la epoca de lector que añoro, porque no aplicaba un criterio crítico-literario. Si vuelvo a leer a Stevenson, aplicaría esa mi-rada. En aquel entonces, no lo hacía. Era la felicidad máxima, porque leías sin analizar si una novela era buena o mala. Eso fue un paraíso. En ese momento yo daba tanta importancia al director de «La diligencia» como a un cuento de Chéjov o de Hemingway. Me enseñaba tanto uno como otro. Eso supone equiparar a John Ford y a Hemingway... pues no tengo ningún inconveniente.