Crítica de libros

La curiosidad, divina comedia

La curiosidad, divina comedia
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Alberto Manguel ahonda en el origen y la sed de conocimiento del hombre en un volumen que tiene como eje principal la obra de Dante

Alberto Manguel viene a definir la «curiosidad» como «el impulso natural que nos lleva a plantearnos las preguntas de quiénes somos, dónde estamos, qué es el mundo y cuáles son nuestras responsabilidades en la sociedad». Por cuestiones como ésas, Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso y centenares de personas han acabado en las hogares de las imaginarias y diversas inquisiciones que el hombre a improvisado a través de la historia. «A ellas oponemos barreras, porque algunas de esas interrogantes, en ciertos momentos históricos, son peligrosas para el orden convencional y porque no es únicamente respuesta a ellas, solamente la pregunta pone ya en duda el orden aceptado de las cosas».

–¿Y cuáles son las que tendríamos que hacernos hoy?

–Las que no deberíamos hacernos: por qué ocurren estos acto de violencia injustificada por una religión extremista; por qué tantos jóvenes actúan de esa manera; por qué existe esta depresión y esta desesperación en las nuevas generaciones. Responder puede que nos haga sentir culpables, pueden poner el peso de la responsabilidad social sobre nosotros. Nuestro pasado es una tensión entre los que aspiran a hacer preguntas y aquellos que no quieren que se hagan.

Manguel se internó en la «Divina comedia» y ha salido de su lectura con un libro nuevo que arrastra maneras de obra polifacética, universal : «Una historia natural de la curiosidad» (Alianza). Si Virgilio y Beatriz guiaron a Dante por las geografías del infierno, el purgatorio y el Paraíso, ahora es Dante, quien, gracias al escritor nos lleva de la mano en un viaje a través de nuestra cultura, desde el pasado hasta el presente, desde las preocupaciones de ayer hasta las que nos desazonan en el presente. «Las tecnologías alentan la curiosidad y nos ayudan a hacernos nuevas reflexiones. Pero este siempre ha sido un problema muy complejo, porque toda sociedad, para mantenerse unida y sostener una identidad, crea murallas entorno a ella y se protege con normas, reglas y secretos. La obligación de cada ciudadano es cuestionar las reglas y hurgar en los secretos. En este momento, el gran problema es mantener el equilibrio entre la protección de esas leyes y la libertad del ciudadano. No existe ninguna sociedad que sea enteramente justa, pero, sin duda, crear preguntas que cuestionen el comportamiento de los que están en el poder conduce a mejorar un país».

–De todos los pecado que enumera Dante, ¿cuál es el más peligroso hoy?

–El mismo pecado que ya consideraba él cuando vivía: el amor a los bienes materiales, representada en la «Divina comedia» como una loba. Es el peor, porque, cuanto más devora, más hambre tiene. Hoy es crear dinero a partir de dinero. Es nuestro valor más corrupto. Los usureros fueron siempre condenados, porque hacen beneficio de lo estéril, que es el dinero, y nuestra sociedad está construida sobre esto y por ello, lo sacrificamos todo: hijos, tierra, porvenir, salud.

El escritor repara en las principales cuestiones que han promovido la curiosidad del hombre. Abre los ojos a ellas, pero, al revés que muchos, no los cierra a lo que sucede ahora mismo. «Tenemos una sociedad que es como esa loba de Dante. Y la loba exige consumidores. El conocimiento llevaría a las personas a cuestionar ese consumo. Si alguien es consciente de la destrucción de la Tierra, de la inculcación de la ignorancia, del aliento de las enfermedades que creamos por el consumismo... si piensa sobre ello, no consume. Por eso necesitamos esta educación de la estupidez, las enfermedades y la ignorancia para sustentar este mundo. Y estamos haciendo un excelente trabajo.

–¿Una educación de la estupidez?

–Si existieran consumidores con un vocabulario rico, que se hacen preguntas, ¿cómo vas a convencerles para que beban Coca-Cola y no agua? Habría preguntas lógicas que se desarrollarían a partir del lenguaje. Si los gobiernos fueran sinceros, no tendrían este sistema aparte de cultura, que son invenciones decorativas para ellos; los gobiernos no tienen intereses humanitarios. En Canadá hay un gobierno así, que ha dicho que va a explotar el Ártico, que no da dinero a la educación y que pretende explotar a la población en beneficio de unos pocos.