Literatura

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La memoria de los celtíberos

Durante siglos poetas y rapsodas transmitieron mediante la tradición oral el recuerdo de personajes destacados que adquirieron con el tiempo un halo de mito

Rito de memoria celtibérico
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Durante siglos poetas y rapsodas transmitieron mediante la tradición oral el recuerdo de personajes destacados que adquirieron con el tiempo un halo de mito.

Entre las numerosas piezas de gran valor histórico-arqueológico que se conservan en el Museo Numantino de Soria se halla una importante colección de cerámicas decoradas con figuras humanas y animales, a veces con rasgos muy esquemáticos, que sugieren su carácter simbólico y su posible uso ritual: hombres danzando con los brazos enfundados en cuernos, seres fantásticos o gentes disfrazadas con armazones o exhibiendo rasgos híbridos entre humanos y animales. ¿A quién referiría ese extraño personaje con cabeza de caballo? ¿Es un dios, un sacerdote o sencillamente una persona que participa en un entorno festivo? Interrumpida nuestra memoria a causa de los más de dos mil años transcurridos desde que estas cerámicas fueron fabricadas, es fácil perderse en las posibilidades y dejar correr la imaginación intentando pensar en lo que pudo significar para aquellos que las fabricaron. La arqueología o las fuentes grecolatinas que nos hablan de los celtíberos no consiguen esclarecer nada de esto de forma explícita, pero sí nos empujan poco a poco a formular las preguntas correctas. Muchas de las claves podrían hallarse precisamente en la memoria. Durante siglos, poetas, rapsodas, bardos y escaldos fueron los encargados de transmitir mediante la tradición oral el recuerdo de personajes destacados que, con el tiempo, fueron adquiriendo un halo de misticismo para pasar a formar parte de la leyenda y el mito. La memoria de estos personajes y sus gestas se ha conservado solo en casos puntuales, transcurridos siglos hasta que alguien las puso por escrito, pero en su mayor parte ha terminado sucumbiendo al implacable paso del tiempo.

Pero volvamos por un momento de nuevo nuestra atención hacia el visitante de aquel museo, cuya vista sigue puesta en las cerámicas numantinas. Sin duda, en algún momento se detendrá en un vaso decorado con una imagen aparentemente más comprensible y en cuya cartela identifica como «el vaso de los guerreros».

La imagen central de la cerámica refleja el combate singular entre dos formidables oponentes, situados cara a cara y empuñando el uno una espada y el otro una lanza. Uno de ellos luce un curioso tocado rematado en un gallo. No es difícil acordarse, viendo esta imagen, de la importancia de los valores guerreros en la cultura celtibérica, algo que constantemente nos señalan tanto la arqueología como las fuentes escritas por los vencedores romanos. Pero flanqueando a estos campeones, aparecen también enfrentadas una pareja de grifos y una pareja de hipocampos. La señal es clara, no lo olvidemos: nos hallamos en un entorno simbólico. Al igual que ocurre con la cultura ibérica y otras tradiciones históricas del Mediterráneo coetáneas a ella, sospechamos que este tipo de vasos se producían por encargo, probablemente con el fin de ser utilizadas con fines rituales. La arqueología ofrece pocas y a menudo parciales evidencias de las prácticas de culto de los celtíberos, que en buena medida se celebraban en lugares al aire libre, como aquel bosque sagrado que menciona Marcial en las cercanías de Bílbilis (su ciudad natal) o las surgencias y nacimientos de ríos, pero también sabemos de la existencia de santuarios urbanos, como pudo ocurrir en Numancia. Puestos a hacer memoria, conviene también recordar el pasaje de Salustio (Historias II.92) que menciona el papel fundamental de las mujeres celtibéricas en la transmisión oral: «Las madres conmemoraban las hazañas guerreras de sus mayores a los hombres que se aprestaban para la guerra o el saqueo, donde cantaban los valerosos hechos de aquellos». De esta forma, y tal como señalan los expertos en este campo, recipientes cerámicos decorados como este vaso numantino pudieron ser objetos de memoria destinados, junto con los cantos, a perpetuar ese recuerdo. Hoy no sabemos cuál de los dos magníficos oponentes del vaso de los guerreros es el héroe y cuál el rival destinado a engrandecer su memoria. En algún punto, las mujeres de la Celtiberia, transcurridas ya generaciones, perdieron su voz.

Hace décadas, se nos decía que los celtíberos eran esas poblaciones prerromanas mixtas situadas en un territorio geográfico intermedio entre las regiones célticas, ubicadas en el interior de la Península, y las dominadas por los iberos, cuyo territorio parece definirse en la franja litoral del Mediterráneo y Andalucía. Atentos a la tradición historiográfica, que solía dar prioridad a los textos clásicos sin atender casi nada a la arqueología, que por entonces se encontraba en sus albores, aceptábamos sin rechistar los parámetros que los autores romanos nos ofrecían. Y luego, claro... nos cuesta mucho desprendernos de ellos (más todavía cuando la arqueología ofrece cinco nuevas preguntas por cada respuesta que obtenemos). En efecto, situamos la Celtiberia histórica fundamentalmente en la región centro-oriental de la Península, entre las tierras altas de la Meseta oriental y el margen derecho del valle medio del Ebro (con expansión a otras limítrofes), y aunque en sentido estricto no podemos hablar de celtíberos hasta que las fuentes clásicas los mencionan así (finales del siglo III a. C.), claramente ese mismo territorio muestra una continuidad cultural desde el siglo VII a. C., de modo que no hubo cambios drásticos que dependieran de migraciones ajenas. No todos los autores grecolatinos los definieron como celtíberos, sino que algunos se refirieron a ellos sencillamente como celtas.

«Los celtíberos»

Arqueología e Historia n.º 25

68 pp.

7€