cultura
La mística y la mítica de la espada
En los cantares de gesta y las crónicas medievales se habla de espadas mágicas empuñadas por reyes y héroes, muchas de ellas exhibidas en museos europeos como testigos de los valores antiguos
La espada ha acompañado al hombre en luchas tribales, guerras, expansiones y conquistas desde el Neolítico final, como atestigua la de bronce natural del museo de San Lázaro de los Armenios en Venecia, de 5.000 años de antigüedad. En los diferentes periodos han existido espadas famosas como las minoicas de hoja ancha o las falcatas ibéricas de hojas asimétricas y flexibles admiradas en todo el Mediterráneo, desde Filón de Bizancio a Diodoro Sículo, similares a los glaudius romanos aunque de mayor resistencia. Pero no fue hasta la Edad Media que la espada se convierte en el arma del caballero y se les atribuyen poderes especiales.
Estaba en el corazón del código medieval, se utilizaba en las ceremonias de nombramiento de caballeros y reyes, y, en algunos casos, contenían reliquias en el pomo. Acompañaban al caballero en la batalla sin que este la pudiese desenvainar sin causa justa. Los cantares de gesta y las historias eclesiásticas asociaron a reyes y caballeros con determinadas espadas. En «El Cantar de Roldán», uno de gesta francés de finales del siglo XI, se menciona a la Joyeuse, la feliz: «Nunca hubo una espada comparable, cambiaba de color treinta veces al día». Se decía que gozaba de vida propia, al igual que otra de Carlomagno, la Flamígera, «la que corta las llamas», o la Durandal, que regaló a su sobrino Roldán.
Dos importantes museos europeos, el Louvre en París y el Kunsthistorisches de Viena, exhiben esta posible espada de Carlomagno. La pieza conservada en el museo parisino está datada entre finales del X y principios del XI con modificaciones posteriores, y fue empleada en la coronación de los reyes de Francia desde Felipe III el Atrevido (1271) hasta Carlos X (1825), la última ceremonia durante la restauración borbónica. Desde 1793, tras el estallido de la Revolución, se custodia en el Louvre como parte del tesoro real de Saint-Denis. En el caso del museo austriaco, la espada enjoyada exhibida en Viena procede de las estepas euroasiáticas y se data en la primera mitad del siglo X, una centuria posterior a la muerte de Carlomagno, perteneciendo a las insignias más antiguas del Sacro Imperio Romano Germánico.
Tampoco faltan ejemplos míticos en el contexto inglés: Excalibur es la espada mágica por excelencia, que se encontraba clavada en la piedra y que sólo podría empuñar el legítimo rey de los britanos. Arturo empuñará por primera vez la espada en la Historia de los Reyes de Britania de Geoffrey de Monmouth, escrita hacia 1130 sin que se mencione la extracción de la piedra. Algunos años antes los monjes de abadía de Cluny habían divulgado la leyenda de San Galgano, un caballero de malas costumbres que recibe la visita del ángel San Gabriel, convirtiéndose y dejando su mala vida al clavar su espada en un montículo como signo de renuncia; en ese lugar se construyó el monasterio de San Galgano y en nuestros días aún se conserva la espada clavada en la piedra en la Rotonda de Montesiepi. Un grupo de científicos de la Universidad de Pavía certificó en 2001 que la composición y la edad del metal se correspondían con la época en que San Galgano habría realizado la acción a principios del siglo XII.
La leyenda artúrica
Sea como fuere, esta historia se atribuye por primera vez a Arturo en el «Merlín» de Robert de Boron, un poeta que vive en Francia entre el sigo XII y el XIII y creador de la leyenda artúrica. El Arturo real aparece en la crónicas altomedievales como la de monje galés Gildas en el siglo VI, donde se le menciona de manera tácita, pero sobre todo a partir del IX, cuando ya aparece luchando contra los sajones en la «Historia de los británicos» escrita por el monje galés Nennius y en los «Annales Cambriae», en el que aparece como vencedor de la batalla del Monte Badon en el 516 contra los sajones.
En la historia nacional abundan espadas legendarias, como la Colada, atribuida al Cid en el «Cantar de Mío Cid». Según el poema, la obtuvo tras vencer a Ramón Berenguer, conde de Barcelona, y luego la regaló, junto con la Tizona, a sus yernos ficticios, los infantes de Carrión.En el Museo de Burgos se exhibe desde 2007 una espada llamada Tizona cuya historia se rastrea desde el siglo XV en la armería del rey de Aragón Martín I, regalada posteriormente por Fernando el Católico a Moén Pierres de Peralta, Marqués de Falces, y preservada en la familia hasta su depósito en el Museo del Ejército a mediados del XX. Todos estos objetos funcionaban en la mentalidad medieval como como símbolos de virtudes, coraje, justicia, lealtad, y reforzaban los valores que la sociedad buscaba en sus héroes. Desde Excalibur hasta la lanza de San Jorge, poetas y escritores ha vinculado héroes y reliquias para mantener vivo su legado.