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La recomendación de nuestros críticos de libros: “El estilita", de Uri Costak

En la novela de Costak, un hombre se instala en lo alto de una columna en la plaz amayor de un pequeño pueblo francés. Un libo de corto aliento que exige pararnos a pensar cómo un solo hombre puede movilizar a un pueblo entero en una sociedad con demasiado ruido de fondo
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En la novela de Costak, un hombre se instala en lo alto de una columna en la plaz amayor de un pequeño pueblo francés. Un libo de corto aliento que exige pararnos a pensar cómo un solo hombre puede movilizar a un pueblo entero en una sociedad con demasiado ruido de fondo
Si sólo pensara en gastarme 16 euros en la Feria del Libro de Madrid. Me decantaría por este libro. No sé si ha pasado de puntilla por los anaqueles, pero en mi corazón, se ha quedado grabado. De algún modo, y aunque no tenga nada que ver en cuanto a la temática ni su prosa o mensaje, "El estilita"(Destino) recuerda a la lacerante "Nada", de Janne Teller. En ambos casos se trata de libros "diferentes", carentes de moralina maniquea. De lectura sencilla pero de trasfondo medular. Lúcido en el planteamiento pero con el resultado de servir de imagen especular, que devuelve cóncava la imagen de quien se asome al balcón de sus palabras; las de ambos autores.
En "Nada"conocíamos cómo un "San Simon", Pierre Anthon, dejaba un día la escuela de un pequeño pueblo danés para encaramarse a un ciruelo. En ese instante, se fragua la tragedia. Sus compañeros, en un intento por demostrarle que sí hay cosas que importan, emprenden un “tour de force” hacia los infiernos helados del dolor, la renuncia y, especialmente, la pérdida de la inocencia...
El estilita es más templado y tiene diferentes motivos para subir a la columna de la plaza mayor de un pequeño pueblo francés (imaginario) llamado Gyors de la Montagne. El puntal sustentaba la estatua ecuestre del Conde Italo Rodari, un prohombre de la zona y reclamo turístico del pueblo. Pero durante una tormenta, un rayo parte la estatua en mil pedazos, y el pueblo se desmorona, al quedarse despojado de su mayor fuente de ingresos...
Pero de la noche a la mañana ocurre un hecho insólito que dejará descolocados a sus habitantes: un desconocido se instala allí donde estaba el pétreo Conde para quedarse, asegura, todo el tiempo que le dejen. El alcalde de Gyors de la Montagne, y su asesor deberán decidir qué hacer con su extraña y excepcional petición mientras la dueña de la única casa cuyo balcón da a la plaza, le subirá comida diariamente a través de un sistema de cuerdas.
¿Quién es? ¿Por qué ha tomado tal decisión? ¿De dónde viene? ¿Qué pretende? No da discursos, no pide nada, no proclama, no protesta... Lo único cierto es que mientras el silencioso anacoreta medita y disfruta de cuanto ve, escucha y siente, su presencia devuelve al pueblo el turismo perdido. Todos quieren acercarse a él, entender sus motivos y conocerle. A partir de ese instante, el lector irá sabiendo qué le ocurre, cuáles son sus circunstancias, lo que pasa en la localidad y el efecto que tiene en sus habitantes -como metáfora del mundo- un hecho tan disruptivo como ese.
Como una revisitación de "El barón rampante", de Italo Calvino, esta forma de protesta le permite al autor explicarse y explicarnos el mundo, las tensiones del momento, la aceleración vital en la que estamos sumergidos, la confianza y la responsabilidad de gobernar, la curiosidad por las vidas ajenas...
A partir de la premisa que nos plantea Costak, la reflexión es sólo nuestra. Este libo de corto aliento nos exige pararnos a pensar cómo un solo hombre, por el simple hecho de subirse a una columna sin hacer nada más, puede movilizar a un pueblo entero, en una sociedad con demasiado ruido de fondo.
¿Fábula, alegoría, parábola... Incluso auto sacramental? No estamos ante una simple novela sino ante una interactuación literaria, porque la mitad del relato lo construye el lector. Tal vez, solo tal vez, como el estilita, debamos despojarnos de todo para ganar algo... porque quien no tiene nada y es feliz, lo tiene todo

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