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La rendición de Von Paulus

Se cumplen 75 años de la derrota del ejército de Hitler en Stalingrado, que se fraguó en la arrogancia de los alemanes y cuya resistencia final compararon con la del Alcázar de Toledo
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  • David Solar

    David Solar

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Se cumplen 75 años de la derrota del ejército de Hitler en Stalingrado, que se fraguó en la arrogancia de los alemanes y cuya resistencia final compararon con la del Alcázar de Toledo.
Cerca del amanecer del 31 de enero de 1943, el intérprete del mariscal Friedrich von Paulus salió de los grandes almacenes Univermag, de Stalingrado, donde se hallaba el cuartel general del 6º ejército alemán y, agitando una bandera blanca, se dirigió hacia un carro de combate soviético, en cuya torreta se hallaba el teniente Fiodor Yelchenko.
–Nuestro jefe supremo desea hablar con el suyo –dijo el intérprete–.
–Nuestro jefe supremo tiene otras cosas que hacer. Tendrá que tratar con migo –respondió Yelchenko–.
El oficial, acompañado por dos soldados, siguió al intérprete hasta el sótano por el que pululaban militares con rostros cenicientos. Le presentaron al mariscal, que se hallaba sentado en un camastro, con cara macilenta, profundas ojeras y sin afeitar. Eran las 06:45 de la mañana. «Bien, esto se ha acabado», dijo Yelchenko como todo saludo. Von Paulus se limitó a asentir resignadamente. Poco a poco, el último refugio del 6º ejército se fue llenando de oficiales soviéticos. De vez en cuando, el tenso silencio era roto por algún disparo suelto, sembrando la alarma entre los recién llegados: se trataba de jefes alemanes que preferían el suicidio al cautiverio. Cerca de las 9 de la mañana llegó el general I. Laskin, jefe del Estado Mayor del 64 Ejército soviético, que se reunión con los generales Arthur Schmidt –jefe del Estado Mayor de Von Paulus– y Fritz Rosske, jefe de la 71 división de Infantería, para que firmasen el alto el fuego, la entrega de las armas y aceptasen el ultimátum que exigía la entrega de Von Paulus como prisionero. Así se consumó la rendición del 6º Ejército, de una parte del 4º Pz. y de millares de rumanos, italianos, húngaros y croatas. Era la mayor derrota sufrida por la Wehrmacht, que hace 75 años dejó en manos del Ejército Rojo 113.000 hombres de los que apenas 6.000 retornarían a Alemania.
Stalingrado no se hallaba entre las prioridades de la Wehrmacht dentro de la Operación Azul (Fall Blau), la gran baza de Hitler para aniquilar a la URSS en 1942.Contaba en el Este con 2.700.000 soldados alemanes y 800.000 aliados, 2.500 tanques, 10.000 cañones y 1.600 aviones. Consistía en volcar el grueso del esfuerzo en el sur para apoderarse de las materias primas de Ucrania, apropiarse o neutralizar los recursos industriales de las cuencas del Donetz y Don y penetrar en el Cáucaso para apoderarse de su petróleo o, al menos, privar de él a Stalin, que extraía de allí el 80% de su consumo.
En el cepo de Stalin
El Ejército Rojo disponía de fuerzas muy superiores (cinco millones de hombres, 6.000 tanques, 30.000 cañones y 10.000 aviones), pero Hitler no se creía tales cifras y despreciaba su calidad militar. Los éxitos iniciales de Fall Blau parecieron darle la razón: Kerch, Jarkov, Oskol, Sebastopol, Voronetz, Rostov... cayeron en sus manos. Aunque sus pérdidas fueron relevantes y las infligidas a la URSS, inferiores a las de la campaña de 1941, Hitler creyó que la victoria estaba a su alcance y perdió de vista el objetivo, el Cáucaso, para buscar una victoria definitiva sobre el Ejército Rojo, cuyo potencial despreciaba, en contra del criterio de sus generales. Stalingrado, simple cobertura de su flanco izquierdo en Fall Blau, cobró tanto protagonismo que, primero, dividió el Grupo de Ejércitos Sur en A y B, respectivamente lanzados contra el Cáucaso y Stalingrado y, a continuación convirtió en prioritaria la toma de la ciudad «porque Stalin no abandonará a su ciudad», decía el Führer.
La Wehrmacht detectó el peligro y su jefe del Estado Mayor, Franz Halder, escribiría: «Durante el verano tuvimos discusiones diarias. La ofensiva sobre el Cáucaso y Stalingrado fue un error que Hitler no quiso ver. Le dije que en 1942 los rusos tendrían un millón más de hombres y, en 1943, otro más. Me replicó que era un idiota, que los rusos estaban acabados. Cuando mencioné su potencial industrial, sobre todo para fabricar unos 600 tanques al mes, le dio un arrebato de rabia y me amenazó con los puños: ‘‘Es imposible ¡Deje usted de decir estupideces!’’».
Antes de que Von Paulus, jefe del 6º Ejército, alma del grupo B, alcanzara Stalingrado, la Luftwaffe se había encargado de convertirla en una escombrera sin valor industrial, pero durante cinco meses se convirtió en el epicentro de la II Guerra Mundial. Hitler, el visionario, aspiraba a conseguir una victoria política apabullante, mientras Stalin, el astuto, pretendía agotar la superioridad de la Wehrmacht en las grandes batallas embotellándola entre ruinas. Desde septiembre de 1942 a enero de 1943, la escombrera de Stalingrado absorbió el ímpetu y la sangre de medio millón de hombres de ambos bandos, continuamente reforzados para alimentar la lucha, sin que Von Paulus lograra terminar con los nidos de resistencia en la derecha del Volga. Mientras, Stalin reunía las tropas para replicar. Y su oportunidad llegó con la Operación Urano: el 19 de noviembre de 1942, los generales Rokosovski, Vatutin y Yeremenko, al frente de tres grandes formaciones (un millón de hombres, 20.000 cañones, 1.500 blindados y 1.300 aviones) destrozaron a los rumanos, italianos y húngaros, que protegían los flancos alemanes, abriendo amplias brechas que tres días después permitieron al Ejército Rojo cercar Von Paulus contra el Volga. En una ratonera de 2.400 km. cuadrados quedaron cercados 250.000 soldados (6º ejército, parte del 4º Panzer, y restos de unidades aliadas con pocas armas y escaso valor militar. Cuando el cerco aún no se había consolidado, Von Paulus, solicitó permiso para romperlo y replegarse, pero Hitler le ordenó que acabara con la resistencia soviética en la derecha del Volga. Hitler, animado por Hermann Göring, que se comprometió a abastecer a los sitiados, ideó otro papel para Von Paulus: «¡Haremos de Stalingrado un nuevo Alcázar de Toledo!».
Ante la avalancha soviética, Hitler trató de remediar el desastre poniendo al frente de la zona a Erich von Manstein, quizá su general más capaz, pero no le proporcionó refuerzos relevantes. Con lo poco que tenía, Manstein encargó a Hermann Hoth que rompiera el cerco y sacase a Von Paulus del atolladero. No lo consiguió, aunque la víspera de Navidad logró acercarse a 50 kilómetros de la ciudad, pero la inoperancia de Von Paulus y la comprometida situación de sus flancos, obligó a Hoth a retirarse. El 6º Ejército estaba sólo. Prolongó su resistencia todo enero, pero carente de víveres y munición (la Luftwaffe la suministró 12.000 toneladas en 72 días de cerco; hubieran sido imprescindibles 50.000) tenía que capitular.
El 30 de enero, Hitler trató de galvanizar a Von Paulus nombrándole mariscal, pues «nunca se ha rendido un mariscal alemán». No funcionó: el 6º Ejército capituló el 31. Von Paulus fue conducido al cuartel general del 64 ejército soviético y firmó la capitulación ante el general Shumilov, rodeado de fotógrafos y operadores de cine.

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