La revuelta del pan: de la caída de Roma a la revolución rusa
El alimento que ha acompañado a la humanidad desde el Neolítico está en la base de la sedentarización, desarrollo y prosperidad de nuestra sociedad. Pero también ha sido, a lo largo de la historia, vehículo de conspiraciones, botín de especuladores y motor de revoluciones.
El alimento que ha acompañado a la humanidad desde el Neolítico está en la base de la sedentarización, desarrollo y prosperidad de nuestra sociedad. Pero también ha sido, a lo largo de la historia, vehículo de conspiraciones, botín de especuladores y motor de revoluciones.
Sus propiedades alimenticias incluyen altas cantidades de hidratos de carbono, fibra, vitaminas y minerales: un aporte energético ideal para los trabajos más duros. Y es saciante, idóneo en época de carestía para mantener engañado al estómago. Además, la elaboración del pan no es complicada y sus costes de producción son baratos. Teniendo en cuenta estos factores, no es de extrañar que haya sido considerado un producto básico, y en ocasiones el único sustento al alcance de las clases bajas. El fin de las glaciaciones provocó la desertización de grandes regiones, cuyos habitantes migraron en busca de lugares fértiles. La tierra del Creciente Fertil era ideal para el cultivo, en particular de los cereales, única solución alimentaria para las grandes densidades demográficas que se empiezan a concentrar en este lugar.
El fenómeno de la agricultura favorece asimismo el desarrollo de sociedades sedentarizadas cada vez más complejas y jerarquizadas. El zigurat mesopotámico probablemente no fuera otra cosa que un granero elevado que protegía la cosecha de las inundaciones. Con el tiempo se transformaría en templo. La protección del grano era confiada a un dios concreto, y el granero se convierte en la casa del dios. Con el tiempo acabaría perdiendo su función como granero pero mantiene la religiosa y, de este modo, los administradores de la contabilidad del granero devienen en influyentes castas de sacerdotes. Junto al vino y al aceite, el trigo era uno de los tres pilares básicos en la dieta romana tanto de la población civil como de las legiones.
El Estado debía velar, desde antiguo, por el mantenimiento de los precios –el grano no podía sobrepasar uno concreto (annona vetus)– y el abastecimiento de la población. Los políticos romanos sabían que mantener al pueblo con el estómago satisfecho era fundamental, de otro modo, los ciudadanos se agitarían violentamente contra las autoridades. De hecho, en el 75 a. C. los cónsules romanos tuvieron que refugiarse en sus hogares ante los tumultos ocasionados por la carestía de pan, y en el 67 a. C. los senadores fueron amenazados de muerte si no concedían a Pompeyo plenos poderes para asegurar el suministro de trigo a la ciudad. Durante la guerra civil entre Octavio y Sexto Pompeyo, este último dejó a Roma sin trigo tratando de atraerse el favor de la población con sus promesas de abastecimiento frente a la incapacidad de su rival para alimentarla.
El propio emperador Tiberio fue abucheado en el foro de Roma y el pueblo le arrojó mendrugos de pan en señal de protesta por los altos precios de los alimentos. El Imperio tuvo dos grandes «graneros»: las provincias de África y Egipto. La primera abastecía a Roma y a la parte occidental del mismo, y la segunda a Constantinopla y a la parte oriental del Imperio. Distintos usurpadores o contendientes trataron de dominar ambas provincias, auténticos puntos débiles de Roma para hacerse con el trono imperial. Durante el Año de los Cuatro Emperadores, Vespasiano llegó al poder en Egipto, bloqueando la salida de trigo a Roma. Generó una gran crisis alimentaria que la población pagó con Vitelo, el emperador del momento. Su siguiente paso fue llegar a Roma con barcos llenos de trigo, lo que le valió ser coronado emperador por voluntad del pueblo. Cuatro siglos después, una de las causas principales de la caída del Imperio Romano fue la conquista de la provincia de África en el año 429 por Genserico, rey de los vándalos. Al hacerlo, firmó la pena de muerte del Imperio Romano, pues les privaba del tan ansiado y necesario grano africano. En el 461, el emperador Mayoriano trató de reconquistar la provincia, pero fracasó y 17 años más tarde caía el imperio.
Estragos de la guerra de los segadores
La Edad Media y la Edad Moderna fueron testigo, asimismo, de frecuentes revueltas por falta de pan. En la Barcelona de 1643, las reservas de grano se agotaron. Esta carestía se debía a que las regiones catalanas productoras de trigo habían disminuido al mínimo la cantidad por los estragos de la Guerra de los Segadores. Las autoridades disponían de una reserva que abasteció a los panaderos durante unos meses pero no alcanzó a más. Fue preciso enviar naves de transporte a comprar trigo en el puerto de Livorno, que se vendió a precios astronómicos debido al coste de transporte. Además, la cantidad era insuficiente para abastecer a Barcelona y las localidades circundantes, cuya población padeció hambruna. Paradójicamente, uno de los motivos del descontento popular que había desencadenado la sublevación de Cataluña en 1640 fue precisamente la escasez de pan, pero entonces no se debió a ninguna carestía, sino a su exportación a Italia por parte de especuladores, mientras la población pasaba hambre. Un siglo más tarde, en Madrid, el Motín de Esquilache vino precedido de una subida de los precios del trigo a causa de las malas cosechas que allanó el camino a la violencia del pueblo contra el ministro de Carlos III. Sin embargo, fue en la Revolución francesa donde se vieron las verdaderas consecuencias que la falta de pan podía provocar. El Estado francés regulaba la cantidad de trigo que entraba en París a fin de evitar una hambruna general que soliviantase al pueblo. Sin embargo, a su control escapaban los fenómenos meteorológicos. Los meses previos a los sucesos revolucionarios se vieron marcados por un aumento excesivo de los impuestos sumados a una mala cosecha de trigo en un momento en el que el pan tenía un peso en la dieta de las clases más desfavorecidas diez veces superior al actual.
Carestía en la Rusia zarista
Así, los panaderos franceses modificaron la receta usando los ingredientes disponibles, dando como resultado un pan de miga negra que comenzó a identificarse como el pan de los pobres. No es de extrañar que uno de los primeros objetivos de los revolucionarios fuera el saqueo de las panaderías y la quema de los puestos aduaneros, que se dedicaban a requisar, en nombre del rey, gran parte del preciado y escaso trigo. Además, el gobierno revolucionario obligó a los panaderos a realizar un tipo de pan que fuera similar para todas las clases sociales, bautizado como «pan de la igualdad».
A comienzos del siglo XX, el desabastecimiento de producto también hizo mella en la Rusia zarista. Los acontecimientos que desencadenan la Revolución Rusa de 1917 se generan en las jornadas de febrero en Petrogrado, en un contexto de carestía y duras condiciones de trabajo causadas por la Gran Guerra. Desde el 9 de enero se sucedieron varias huelgas, que paralizaron el 40 % de la industria local y provocaron el cierre patronal de la factoría Putilov, la principal de la capital. Se quedaron en la calle 30.000 trabajadores.
Tras un mes de conflictividad, las mujeres decidieron tomar la iniciativa y se concentraron ante los almacenes de alimentos, al grito de «¡pan!», protestando por el desabastecimiento y la necesidad de hacer largas colas para conseguir el poco disponible después de largos días de trabajo. La canalización por parte de los partidos políticos de las protestas, a las que se sumó la guarnición de la ciudad, le concedieron una profunda dimensión revolucionaria a un movimiento que, sin embargo, había comenzado espontáneamente por las duras condiciones de vida. Más tarde, el eslogan de «pan, paz y tierra» elevaría la condición del pan de mero detonante a auténtico símbolo de la revolución.