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Las contradicciones que Puigdemont heredó de Companys

Desconcertante y tornadizo como el president cesado, el hombre que proclamó la República Catalana en 1934 no supo controlar a los halcones independentistas
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Desconcertante y tornadizo como el president cesado, el hombre que proclamó la República Catalana en 1934 no supo controlar a los halcones independentistas
Para nadie es un secreto que Lluís Companys, como Carles Puigdemont, proclamó la independencia de Cataluña siendo presidente de la Generalitat. Tampoco lo es menos que ambos huyeron de España en momentos difíciles: Companys lo hizo antes de concluir la Guerra Civil; Puigdemont lo hace ahora tratando de eludir la acción de la Justicia y de internacionalizar el conflicto catalán en medio del ridículo.
Hagamos un poco de Historia: convertido en presidente de la Generalitat en 1934, tras la muerte de Francesc Macià, Companys se rebeló en octubre de aquel año contra el Gobierno de España proclamando «el Estado catalán de la República federal española». Condenado por ello, fue amnistiado tras la victoria del Frente Popular, en febrero de 1936, y restablecido en su cargo. La Diputación Permanente de las Cortes republicanas aprobó, en efecto, el 21 de febrero la amnistía de los condenados por la Revolución de Asturias a propuesta del entonces presidente del Gobierno, Manuel Azaña. El mismo hombre grueso y sedentario que, tres años después, a la edad de 59, tocado con sombrero de fieltro y abrigado hasta el tuétano, avanzó fatigosamente por un tramo de camino empedrado que conducía de La Vajol a Les Illes, al otro lado de la frontera francesa. «Era un viaje oscuro y cobarde: una evasión», denunciaba Julián Zugazagoitia, ex ministro socialista de Gobernación.

La fuga de «Doña Manolita»

El 10 de febrero de 1939, cuando Azaña puso pies en polvorosa, Cataluña había caído ya en manos de las tropas de Franco. Para «Doña Manolita», como solía ridiculizarle el general Queipo de Llano, convirtiendo aquel mote en epíteto casi universal, la frontera simbolizaba el pórtico de la paz y la libertad.
Días después, mientras regresaba a España tras acompañar a Azaña hasta la frontera, Juan Negrín se cruzó en el camino con una caravana de coches de la Generalitat que conducían al exilio a Companys, Manuel Irujo y José Antonio Aguirre. Avatares del destino: Zugazagoitia sería entregado a Franco en 1940 por la Gestapo, durante la ocupación alemana de Francia, siendo ejecutado sin contemplaciones; igual que Companys. Negrín, que compartía coche a la vuelta con Zugazagoitia, le confesó a éste sobre los dos presidentes autonómicos que acababa de ver: «Lo que no podía esperarme es que a mi ingreso fuese a tropezar con Aguirre y Companys. Los más sorprendidos han sido, naturalmente, ellos, que han debido sospechar que yo abandonaba el territorio nacional sin notificarles mi decisión. El juego de palabras ha sido precioso. Se han ofrecido a regresar conmigo, pero me he negado. Ausentes de Cataluña, tengo una preocupación menos».
Companys, igual que Puigdemont, era un hombre de constantes contradicciones. Como paradójicas eran las opiniones que políticos de distinto signo tenían sobre él. Mientras Indalecio Prieto le ensalzaba al haberse «distinguido siempre por su espíritu generoso y su valentía cívica», Niceto Alcalá Zamora, primer presidente de la Segunda República, se preguntaba por qué no eligieron los catalanes a un Molt Honorable de auténtica talla intelectual a la muerte de Macià. Alejandro Lerroux fue incluso más lejos que Alcalá Zamora, al sostener que Companys culminó su carrera política gracias a dos muertos: Francesc Layret, asesinado por hombres de Martínez Anido, cuya acta heredaría en el Congreso, y el propio Francesc Macià, fallecido en la Navidad de 1933.
Azaña cuestionaba su primigenio catalanismo, asegurando que apenas era capaz de pronunciar un discurso en correcto catalán. Y el comunista Peter Merin, mientras paseaba con él por el Patio de los Naranjos de la Generalitat, creyó apreciar contrasentidos en una persona cuya sencillez y disposición a tutearse con casi todo el mundo le asemejaban al viñatero y agricultor –el «rabassaire» que con tanto ahínco defendía– y que sin embargo se hacía acompañar por un botones con un parasol abierto para protegerse del calor veraniego. Al decir del comunista Serra Pàmies, que le conocía bien, Companys tenía rasgos de actor dramático: «Le daban ataques, se tiraba de los pelos, arrojaba cosas, se quitaba la chaqueta, rasgaba la corbata, se abría la camisa. Este comportamiento era típico».
Aquel hombre desconcertante, como Puigdemont, fue de rasgos finos, menudo y grácil. De ahí que en la Facultad de Derecho le motejasen «El Pajarito». Su rostro era atezado y vestía chaquetas cruzadas con un largo pañuelo de seda en el bolsillo superior izquierdo. Un delicado «pajarito» incapaz de controlar a la bandada de halcones que exhibieron sus afiladas garras en las calles de Barcelona durante los sangrientos sucesos de mayo de 1937. ¿Resultará al final Puigdemont amnistiado en parte, a semejanza de Companys en 1936...?

El error del «pajarito»

Al mantener su apoyo al consejero de Orden Público, Artemi Aiguader, Companys respaldó de forma implícita el ataque directo contra los anarquistas en mayo de 1937. De haber actuado de otra manera, podrían haberse evitado los sangrientos sucesos. Manuel Cruells, periodista del «Diari de Barcelona», órgano de Estat Cátala, afirmaba con razón: «Se hace un poco difícil comprender la actitud del presidente Companys en aquella coyuntura. Una de dos: o estaba mal informado y no alcanzaba a conocer la gravedad que iba a revestir la situación con su negativa, o estaba bien informado y acorde en plantear esta situación grave. Al fin y al cabo, dos días después, aceptó una crisis de su Gobierno que serviría solo para provocar las dimisiones que la CNT le pedía en la noche del 3 al 4 de mayo; aceptándolas aquella noche, habría evitado seguramente la trágica conmoción que acarreó tantos muertos y heridos...».