Las legiones romanas y el control del poder
La profesionalidad del Ejército, fiel a sus comandantes, será uno de los pilares del Imperio romano
Aprenderéis a obedecer!», bramó el cónsul Marco Antonio cuando sus soldados se rieron de su oferta de una paga extra de 400 sestercios para cada uno. Era octubre de 44 a. C., apenas siete meses después del asesinato de Julio César. En Apolonia, al otro lado del Adriático, César había estado reuniendo tropas para una gran campaña oriental contra los partos. Tras su muerte, el plan debía proseguir, pero Antonio había ordenado que cuatro de las seis legiones fueran transferidas de vuelta a Italia. En Brindisi, sin embargo, hubo de afrontar la ira de los soldados. Antonio no solo no había vengado todavía el asesinato de César, sino que además estaba frustrando sus esperanzas de saquear las legendarias montañas de oro, perlas y perfumes de Partia. ¿Y ahora les ofrecía 400 sestercios? Aquello era patético. Los agentes del sobrino nieto y heredero de César, el adolescente Octaviano, se habían infiltrado en el campamento de Antonio y les ofrecen cinco veces esa cantidad. Exasperado, Antonio ordenó que se organizara un sorteo entre los soldados más agitadores e hizo ejecutar a varios. Era la llamada decimatio, la respuesta tradicional de los comandantes romanos ante cualquier motín.
El ejército en la guerra civil
Pero fue aquel castigo el que desencadenó la rebelión. Mientras marchaban hacia el norte desde Brindisi, la Legio Martia, así llamada en honor a Marte, el dios de la guerra, desertó y se puso a las órdenes de Octaviano. La Legión Cuarta no tardó en seguir sus pasos. Ambas se fortificaron en la ciudad de Alba Fucens, en Italia central, y cuando Antonio apareció dispararon contra él desde las murallas, lo que le obligó a retirarse. Poco después, Octaviano recogió las tropas y las sometió a un duro programa de adiestramiento. Encantado con su buen rendimiento, les abonó la paga prometida y les ofreció mucho más si lograban vencer a Antonio. Algunos meses después sobrevendría un feroz enfrentamiento, que conocemos por una carta del comandante de la Legio Martia: «Al principio, la lucha fue tal que ambas partes lucharon de la forma más encarnizada que pudieron», escribió. Muy pronto, él mismo se encontró de improviso rodeado por las fuerzas de Antonio y, aunque logró alejarse del peligro, a punto estuvo de perecer bajo las jabalinas lanzadas por sus propias tropas. Mas se salvó, «no sé por qué azar».
Estos son solo algunos de los episodios de la guerra civil que estalló en 49 a. C. y devastó el mundo romano durante las dos décadas siguientes. Conservamos prolijos recuentos de las diferentes campañas, que incluyen los relatos de testigos de primera mano, lo que no es nada habitual para otros episodios bélicos romanos. Aunque a menudo partidistas, transmiten los característicos horrores de una guerra civil a gran escala; un tipo de enfrentamiento en el que los soldados del bando propio pueden tomarle a uno por enemigo. Por todo el Mediterráneo se reclutaron y movilizaron grandes ejércitos y flotas, lo que dio lugar a desafiantes retos logísticos pero también a audaces e innovadoras estrategias. En más de una ocasión, César y Pompeyo, dos de los más importantes generales de la historia de Roma, hubieron de medirse en el campo de batalla.
Los largos años de conflicto provocaron transformaciones políticas trascendentales. La guerra civil, así como la propia inestabilidad que esta acarreó, acabaron definitivamente con el tradicional SPQR, en tanto que los grandes líderes como Julio César, Marco Antonio y Octaviano (el futuro emperador Augusto) explotaron sus bases de poder de una forma más concienzuda de lo que lo habían hecho los políticos de los años 60 y 50 a. C., lo que les llevó a flirtear con el gobierno autocrático. Artistas y poetas crearon imágenes destinadas a definir quiénes eran sus dirigentes. Hasta la moneda más diminuta de Julio César, por ejemplo, le retrataba con una mirada penetrante que insinuaba su poder. Además, los jefes políticos asumieron nuevos títulos y nombres, tales como «Augusto». A medida que la guerra civil se fue extendiendo, los provinciales se vieron obligados a decantar su lealtad hacia alguno de los líderes de nuevo cuño, y estos últimos les correspondieron con recompensas como la concesión de la ciudadanía. La posición del emperador, que podía establecer relaciones directas con los hombres y mujeres que vivían por todo el mundo romano, se iba forjando a pasos agigantados.
La construcción de un gobierno unipersonal estuvo muy ligada a la emergencia de crear un ejército permanente a partir de las legiones de Julio César. No solo los soldados en servicio activo se movilizaron para defender su memoria; otros que pocos años atrás el propio César había asentado en las colonias se realistaron. Las legiones se convirtieron en instituciones permanentes con nombres fijos, como «la Cuarta». Y, tal como las ofertas concurrentes de Octaviano y Antonio en 44 a. C. demuestran, la milicia se convirtió en una profesión bien pagada, distanciada del SPQR y de la República. Aunque el final de la guerra civil estabilizaría las condiciones del servicio militar y los soldados consolidarían el gran Imperio tras años de caos, su lealtad pertenecería única y exclusivamente al emperador. No es coincidencia, pues, que el título de este, imperator, significara hasta entonces «general victorioso». Las tropas demostraron ser, en última instancia, la base de poder definitiva.
Para saber más:
“Roma la creación del Estado mundo”
Josiah Osgood
376 pp.