Leonardo, teoría de la fascinación
Leonardo da Vinci murió el 2 de mayo de 1519. En su aniversario, el escritor David Zurdo, que a final de mes publicará «El genio detrás del genio», una biografía sobre el artista, nos explica por qué el pintor, ingeniero y anatomista continúa cautivando nuestra imaginación y aporta además las claves de su talento.
Leonardo da Vinci murió el 2 de mayo de 1519. En su aniversario, el escritor David Zurdo, que a final de mes publicará «El genio detrás del genio», una biografía sobre el artista, nos explica por qué el pintor, ingeniero y anatomista continúa cautivando nuestra imaginación y aporta además las claves de su talento.
«La noche de san Andrés di con la cuadratura del círculo». Esta desconcertante anotación figura en el folio 112r del «Codex Madrid II» de Leonardo da Vinci, que se custodia junto con su «hermano», el «Codex Madrid I», en la Biblioteca Nacional de España. Leonardo no dejó constancia de cómo lo había logrado –si es que lo logró–, ni de a qué se refería exactamente más allá del conocido problema geométrico, en teoría irresoluble, que ha hecho verter ríos de tinta y llevado a tantos sabios a la desesperación. Pero, aunque nos quedemos con las ganas de saber más, es un ejemplo perfecto de los muchos enigmas escondidos en sus escritos.
Entre las miles de páginas de sus códices –cuadernos de todo tipo reunidos por sus herederos en libros–, Leonardo nos dejó notas artísticas, dibujos de máquinas, estudios sobre la naturaleza, el vuelo de las aves, la potencia de las aguas... Realizó profundas investigaciones de anatomía con cadáveres a través de cientos de necropsias, trató de captar la esencia del espíritu humano en todas sus formas, inventó terribles artefactos para la guerra, aunque él era pacífico e incluso se negaba a comer carne de animales –no quería ser tumba de otros seres vivos–... Y todo ello acompañado de anotaciones y textos escritos al revés, de derecha a izquierda, con una letra especular que solo puede leerse con ayuda de un espejo. ¿Por qué? ¿Pretendía ocultar sus ideas a quienes no debían leerlas? Quizá.
Caminar sobre las aguas
Con su visión genial, Leonardo abrió los ojos del porvenir a nuevas ideas, lanzó conceptos que únicamente más adelante serían recogidos, dado que en su época se adelantó demasiado a las fuentes de energía y materiales disponibles. Sin embargo, su obra quedó parcialmente olvidada durante mucho tiempo; y quizá fue lo mejor: como en el caso de Nikola Tesla, el futuro sería suyo. Y como en el caso de Julio Verne, tanto valieron sus profecías futuristas como su contribución directa al avance del mundo. El Renacimiento –del que Leonardo es hijo y padre a la vez– desenterró viejas estatuas y desempolvó saberes antiguos. Hoy miramos hacia esa época reconociendo sus luces, que disiparon las sombras de siglos anteriores, pero pocos saben que el Renacimiento se redescubrió –renació– en el siglo XIX. Entonces se reivindicaron figuras casi olvidadas, como El Greco o el propio Leonardo. En su tiempo, Leonardo llegó a ser apreciado, incluso recibió a menudo el calificativo de Maestro, pero no fue para sus contemporáneos el genio universal que hoy reconocemos. Quienes compartieron tiempo y espacio con él, no pudieron apreciar la dimensión real de aquel hombre, superior a la consideración que muchos le profesaron. Es normal, no debe sorprendernos: como dijo Friedrich Nietzsche, sucede a menudo que cuanto más alto sube un hombre, más pequeño lo ven los que no saben volar. Desde su vuelta a la palestra, en el siglo XIX, la figura de Leonardo no hecho más que crecer y crecer. ¿Por qué nos fascina? Porque hay algo de Leonardo en todos nosotros. Incluso los que han olvidado ese tiempo en que sus sueños eran más reales que la realidad misma, tienen dentro de sí algo de Leonardo. Ese algo es la capacidad de soñar misma. Cuando admiramos alguna de sus creaciones, nos vemos reflejados, aunque sea a mucha distancia. Comprendemos y sentimos el sueño de volar, de captar la esencia del mundo que nos rodea, de caminar sobre las aguas... Soñamos con la aventura de una vida sin límites en la que nuestra mano puede extenderse y, con la punta de los dedos, rozar el infinito... ¿A quién no le fascinaría eso? Como afirmó Paul Valéry, «el hombre arrastra visiones cuya potencia no es más que la suya propia. Allí cuenta su historia». Curiosamente –y puede ser esta una de las claves de nuestra fascinación por Leonardo–, la chispa que de niños nos conecta con él, a menudo en la edad adulta está casi extinta. Me resisto a creer que extinta del todo, y por eso Leonardo tiene la capacidad de reavivárnosla. Él miró el mundo con los ojos de un niño. Literalmente, en sus primeros años. Y nunca perdió –nunca– el espíritu de esa mirada. Todo le interesaba, todo quería conocerlo, todo era maravilloso y deslumbrante para él... Por eso Leonardo nos fascina. Hay autores que han contribuido a aumentar dicha fascinación por la figura de Leonardo. Uno de ellos destaca en el mundo hispano –y no solo hispano–: Javier Sierra, premio Planeta 2017, que en 2004 obtuvo reconocimiento nacional e internacional con «La cena secreta». A Javier lo conocí en 1999, cuando ambos habíamos publicado novela –en mi caso, precisamente sobre Leonardo–. Nuestra amistad, desde entonces, no ha hecho sino aumentar. Y él está muy relacionado con un episodio que, creo, puede ilustrar la fascinación que sentimos por Leonardo. Hace unos años, Javier me propuso unirme a un nuevo programa de TV, «El arca secreta», que iba a emprender en Antena3. Uno de los objetivos: desvelar el misterio de la Sábana Santa de Turín. ¿La Sábana Santa? ¿Qué tiene que ver con Leonardo?... Un poco de paciencia. Dado que la Sábana Santa se comporta como un negativo fotográfico, como descubrió Secondo Pía en 1898, podríamos estar ante la primera fotografía de la historia. O quizá sería más propio decir protofotografía. La datación de la tela por radiocarbono, analizada en los 80 por cuatro laboratorios independientes, la sitúa en una horquilla entre los años 1260 y 1390. Leonardo es algo posterior, pero... ¿y sí utilizó una vieja tela y creó en ella el más audaz fraude de la historia? Leonardo conocía la cámara oscura y la empleaba en sus estudios sobre la perspectiva; también conocía sustancias fotosensibles utilizadas desde hacía mucho tiempo por los alquimistas del mundo árabe. ¿No pudo unir ambos elementos e inventar así la fotografía siglos antes de su nacimiento oficial, en la década de 1820? Si alguien podía, sin duda ése era él.
El rostro del «milagro»
En el curso del programa recreamos, a modo de experimento, los pasos que «pudo» haber dado Leonardo. Construimos en el escenario de un teatro una gran cámara oscura, capaz de albergar un «negativo fotográfico» del tamaño de un ser humano; impregnamos la tela –similar a la de la Sábana Santa, tejida en sarga de cuatro en espiga– con una mezcla de sustancias al alcance de Leonardo... y esperamos pacientemente a que se obrara el «milagro». Y se obró: la imagen del modelo –David Botello, guionista del programa y con un parecido asombroso a la figuración clásica de Jesucristo– apareció en la tela de un modo tan vaporoso e inaprensible como lo es la impronta de la Sábana Santa. Esto no demostraba, por supuesto, que Leonardo hubiera creado el lienzo venerado en Turín, pero sí hacía patente que era una posibilidad plausible. Algunos incluso han ido más allá –como los autores británicos Lynn Picknett y Clive Prince– y creen que el rostro del hombre de la Sábana Santa es el del propio Leonardo en una «broma» casi blasfema y que aún nos hace devanarnos los sesos. ¿Es o no es para quedar fascinado? Si a usted, lector, no le sucede esto, lo siento de veras. Pero no se aflija, está a tiempo de cambiarlo. El rescoldo de su mirada de niño –esa que ansiaba conocerlo todo antes de conocer nada–, estoy seguro, aún puede reavivarse. No tiene más que alejarse por un momento del ruido del mundo y posar sus ojos en Leonardo.