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Historia

Levantamiento cantonalista: los falsos mitos de la I República

Se cumplen en estos días los 150 años de la rebelión contra la I República. Un buen momento para deshacer muchos de sus mitos, como que se trató de un movimiento independentista y que dio más derechos a los ciudadanos: ninguna de estas máximas es verdadera

En esta caricatura de la revista «La Flaca», publicada el 1 de mayo de 1873, se representa la pugna entre los defensores de la república unitaria (izda.) y los de la república federal
En esta caricatura de la revista «La Flaca», publicada el 1 de mayo de 1873, se representa la pugna entre los defensores de la república unitaria (izda.) y los de la república federalLa Flaca Magazine

Se cumplen 150 años del levantamiento cantonal contra la Primera República. No solo Cartagena, sino Valencia, Sevilla, Málaga, Granada y así hasta 32 localidades. Los mitos y los relatos politizados envuelven hoy la rebelión cantonal, pero es preciso deshacer muchos de ellos. Para empezar, no fueron independentistas. El levantamiento cantonalista trató de imponer La Federal en España, y no pensaron jamás en separarse del país.

La segunda falsedad es que fue una experiencia democrática. Si confundimos la retórica socialista con la democracia, quizá sí. Ningún cantón surgió de las urnas, de un plebiscito, ni de un movimiento mayoritario de las poblaciones donde se proclamó. Fue una minoría violenta dirigida por un grupo de mesías políticos que venían a «salvar» España y a «cumplir» la Revolución según la religión del progreso.

Tampoco aumentaron en la práctica los derechos de los habitantes del lugar, sino al revés. Se privó de derechos a los monárquicos y a los republicanos moderados. Los contrarios al cantón tuvieron que dejar la localidad o fueron duramente represaliados. No se les ocurrió tampoco a los cantonalistas reconocer el voto a las mujeres, por ejemplo. Es más; en los cantones hubo menos libertad que durante el reinado de Amadeo de Saboya. En este caso fue un retroceso. Ni ese «internacionalismo» del que ahora hablan algunos historiadores favoreció siquiera el acuerdo entre cantones. Todo lo contrario: entre ellos primó la guerra y el robo. Cartagena, por ejemplo, no fue solidaria o generosa con ningún otro cantón o ciudad.

Por último, y lo siento por la historiografía romántica, no fue un levantamiento espontáneo del «pueblo». Estuvo dirigido y coordinado por una minoría. Menos aún era «el pueblo» porque también había mucho «pueblo» que no quería el cantonalismo. Las cartas privadas, prensa y testimonios del momento muestran que la población huyó de los cantones a las localidades más cercanas. Ese «pueblo» que ansiaba el cantón no existió de forma mayoritaria.

El máximo responsable del levantamiento cantonal fue Francisco Pi y Margall. Fue su inspirador, aunque se desdijo en el momento de la verdad, ya como Presidente de la República. Estuvo predicando durante años la necesidad histórica de proclamar La Federal desde abajo, con la creación libre y voluntaria de cantones. Saldría de «las bayonetas del pueblo», dijo en las Cortes, porque «creer que puede salir de la Asamblea, es una locura». Era un llamamiento a la revolución. Los cantones, afirmó Pi, se reunirían luego en la Federación Española a través de un pacto también libre y voluntario. Este federalismo desde abajo que negaba la soberanía nacional precisaba de la formación de una milicia de partido. Las milicias federales fueron las fuerzas de los cantones contra la República, armadas, además, por Pi y Margall como ministro de la Gobernación entre febrero y junio de 1873.

Utopía nociva

La Federal nacida de una rebelión cantonal también fue predicada por otros republicanos antes de 1873: Estanislao Figueras, Nicolás Salmerón y, sobre todo, Emilio Castelar. Este último fue el que más enardeció los ánimos de los federales hasta finales de 1872, cuando se veía próxima la caída de Amadeo de Saboya. Luego se arrepintió, y dijo en las Cortes republicanas que el proyecto de constitución federal, del que era autor, lo habían quemado los cantonales en los muros de Cartagena. No solo eso, sino que consideró La Federal como una utopía nociva para la instalación de la democracia y comenzó a hablar de la «República posible».

Otros animadores fueron los republicanos de centro, dirigidos por Eduardo Palanca, que apostaban por federar España atendiendo a la «realidad cantonal», es decir, que la constitución reflejara los cantones ya constituidos, y no que fuera dicha constitución la que marcara la división territorial. Esto propició la formación del cantón de Málaga, por ejemplo, e hizo al de Cartagena aguantar hasta enero de 1874 con la esperanza de ser reconocido.

El origen de la rebelión cantonal estuvo en la decisión de Pi y Margall, en junio de 1873, de frustrar la federación desde abajo al asegurar que La Federal saldría desde arriba, de las Cortes con una Constitución. A esto se unieron dos hechos insoportables para los cantonalistas. Pi convocó el 26 de junio elecciones municipales para los días 12 a 15 de julio. Iba a ganarlas y colocar a sus republicanos. Esto dejaría sin retórica a los cantonalistas, que ya no podrían hablar en nombre del pueblo ni de la democracia. Además se reunió la comisión para la elaboración de la constitución, compuesta por la derecha republicana, el centro y los pimargallianos, y que excluyó a los cantonalistas. La República Federal iba a dar sus primeros pasos y no lo soportaron.

En respuesta, se formó en Madrid un Comité de Salud Pública el 29 de junio, presidido por Roque Barcia. Impulsaron la creación de comités iguales en toda España, aunque ya existían en Barcelona, Sevilla, Sanlúcar y San Fernando, en Cádiz. Constituyeron, además, una Comisión de Guerra presidida por el general Contreras y que contaba con Antonio Gálvez, quienes se comprometieron a sublevar Cartagena. Sus movimientos eran públicos y conocidos por el ministerio de la Gobernación. De hecho publicaron unos manifiestos a comienzos de julio anunciando su propósito, y se discutió en las Cortes qué hacer con ellos.

¿Por qué fue el levantamiento cantonal de Cartagena justo el 13 de julio? No solo porque se adelantó Gálvez, sino porque resultaba el momento propicio, entre el anuncio de dimisión del Gobierno de Pi y la formación de un nuevo Ejecutivo. Era una situación de debilidad y confusión que se podía utilizar para la revolución.

[[H2:«Guerra telegráfica»]]

La explosión cantonal fue un movimiento dirigido desde Madrid. Los cantonalistas contaban con 29 diputados de las Cortes, los llamados «republicanos intransigentes», relacionados con el Comité de Salud Pública. Su plan fue dirigirse desde Madrid, en tren, en cinco direcciones diferentes. Una vez llegado a su destino, proclamarían el cantón con el auxilio de la milicia federal. Contaban con que los gobernadores civiles tenían la orden de Pi y Margall de no utilizar la fuerza contra los revoltosos, sino la «convicción», al preferir la «guerra telegráfica».

Esos 29 diputados se dividieron y tomaron cinco rutas ferroviarias que coinciden con la rebelión cantonal: Almansa, Cartagena, Salamanca, Valencia y Andalucía. Todos llevaban la misma orden: formar un comité de salud pública como gobierno y aguantar hasta que se hubiera «promulgado el pacto federal». Lo cuento en «La Primera República Española (1873-1874). De la utopía al caos» (Espasa, 2023). Tuvieron éxito señalado en Valencia y Sevilla, además de Cartagena. Pi y Margall dejó hacer. Permitió que el general Contreras saliera hacia Cartagena en tren, y que no fuera detenido durante el trayecto. Este llegó a una ciudad en la que el diputado Antonio Gálvez había proclamado el cantón sin oposición de las autoridades. Fermín Salvochea, en relación con el Comité de Salud Pública de Madrid, hizo lo propio en Cádiz.

En Cartagena se constituyó el Gobierno Provisional de la Federación Española. Contaba con los cantones fuertes de Valencia, Sevilla, Málaga, Cádiz, Granada y otras localidades. Para el 23 de julio el asunto era como para que se «preocupase honda y gravísimamente el ánimo más entero y varonil», como escribió el ministro de Estado del gobierno de Nicolás Salmerón. El cantón valenciano, por cierto, declaró «traidor» al presidente Salmerón. En fin. No se trató de un momento glorioso en la democracia y de atención a las demandas de la gente, ni tuvo un amplio apoyo.

El problema de la República, empero, fue Cartagena. El mito cartagenero es sólido. En la época se vio como el episodio que provocó la ruina de la República, aunque solo ayudó a que no triunfara. Por otro lado, desde comienzos del siglo XX la historiografía de izquierdas mitifica el cantón de Cartagena como una utopía igualitaria y popular. Eso es un relato. La realidad es que bombardearon Almería porque se negó a pagar, luego Alicante, donde cayeron 500 bombas y hubo 9 muertos. Robaron por toda la costa amenazando con los buques de guerra de los que se habían apropiado. Hicieron una salida por tierra con el mismo fin, y fracasaron. Terminada la guerra, 75 oficiales cartageneros se pasaron al bando carlista, y los dirigentes del cantón huyeron a Orán en enero de 1874 con todo lo de valor que pudieron cargar aunque no fuera suyo.

No tuvo más épica el cantón de Sevilla, clave de Andalucía. La gente huyó, contó el cónsul francés. Los cantonalistas hicieron una salida «recaudatoria» sobre Utrera, que los recibió a tiros. Luego, cuando Pavía fue a «pacificar» dicha ciudad por orden de Salmerón, quemaron edificios e incluso Carrera, del comité de salud pública, ordenó la voladura del Archivo de Indias. Tras la caída de Sevilla, y con Pavía a la vista, Cádiz se rindió sin luchar. Valencia cayó después de que Salmerón autorizara a Martínez Campos el bombardeo de la ciudad. Antes de entrar el ejército, los cantonales fusilaron a seis notables del lugar.

Por cierto, allí donde las tropas republicanas gubernamentales entraban liberando de los cantonales a la ciudad eran recibidas por el pueblo como salvadoras. Así lo atestiguan los embajadores y cónsules de Francia, Reino Unido, Italia y Estados Unidos. Esa es la verdad. El resto, cuento.

UNA REPÚBLICA PARA LEER

Este año 2023 se han publicado trabajos interesantes al respecto. Cabe destacar la monografía de Florencia Peyrou (Akal) que trata la rebelión cantonal como un intento de evitar una posible «involución» en la República con el nombramiento de Nicolás Salmerón como presidente. También está la de Jeanne Moisand (La Catarata), que incluye el cantón de Cartagena en una «historia global de las revoluciones, del socialismo y de las emancipaciones coloniales». Desde una óptica ácida, está la de Javier Santamarta (Almuzara). Hay dos compilaciones, la del veterano Manuel Suárez Cortina (Sílex), que contiene aportaciones útiles, y la de Julián Vadillo (Pinolia). Por último, está la de Jorge Vilches (Espasa), con el título de «La Primera República Española (1873-1874). De la utopía al caos», que va por la 4ª edición