Literatura

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Aramburu, contra los letraheridos

Aramburu, contra los letraheridos
Aramburu, contra los letraheridoslarazon

Sólo quien ha transitado por la aspereza de «Los peces de la amargura» y se ha codeado con la atmósfera onírica de «Antíbula» puede recalar en la sátira por derecho propio... Y eso que el ganador del Premio Biblioteca Breve apuntaba maneras en «Fuegos con limón» o «El trompetista del Utopía». La diferencia es que la ironía en él se ha ido ensanchando hasta convertirse en un humor inquietante. Serio, capaz de levantar los más sospechosos recelos por antisolemne no bebe de los orígenes sajones ni incurre en la proverbial negrura castellana. Es, me atrevo a decir, eusko-contrarreformista –y oigo sus carcajadas en mi mente–. Estamos frente a un escritor que hace serios –y fecundos– intentos por dignificar la ironía en un país donde el humor inteligente resulta sospechoso, pero, además, practica esa suerte de literatura atea que le permite salir bien parado incluso por aquellos que alaban la prosa escrita con la intención de mortificar el espíritu. Para profundizar en la naturaleza humana, igual le hubiera servido a Aramburu retratar a un grupo de científicos que de sexadores de pollos... Pero elige una camarilla de poetas. Reunidos en el Convento de las Espinosas de Morilla del Pinar, una veintena de hacedores de versos se da cita en una de esas pomposas reuniones denominadas «jornadas literarias». Mientras unos parafrasean a célebres poetas como quien exhibe un Audi, otros alardearán de su amistad con políticos; está el responsable de las jornadas y el rapsoda ciego que se acompaña de su particular alumna-lazarilla..., así hasta una veintena de vates, aunque el protagonismo lo merezca un grupito reducido de almas que confunden la carrera literaria con la literatura. Pero cuidado, porque como advierte el autor, aquel que se busque, se encontrará. Aunque la gran apuesta de este libro es la voz, en tanto que las miserias personales de «la poetada» –divididas en tres capítulos, lacónicamente titulados: Planteamiento, Nudo y Desenlace– están a cargo de un narrador desalmado, un gamberro que se mofa de todo, empezando por su propia novela. No necesita Aramburu territorios comanches, ni guerras civiles, ni dramas judiciales, ni conspiraciones medievales, porque por sus textos de prosa límpida y labrada le conocemos, reconocemos y adoramos. Difícil será verle ejercer de prohombre hetero-intelectual, porque es un «busquero» (como diría Cervantes), un iconoclasta impertinente, heterodoxo, after-post-moderno, desvergonzado y, si me lo permiten, canalla, con los deberes literarios tan bien hechos que se puede permitir rozar la genialidad.