Banville resucita a Marlowe
Estamos en Irlanda. En una mansión veraniega donde la segunda generación de dos potentados socios descansan entre verdes prados y la bravura del mar. Una heráldica no soporta a la otra desde tiempos inmemoriales... Pero el ritual de descanso y solaz veraniego continúa como una tradición no escrita. Y entonces se produce un crimen. O un suicidio... Una muerte, al menos, con un testigo de cargo. No falta el telón de fondo de una astuta crítica social dentro de un relato de privilegios, arrogancia y venganza. Así se las gasta Banville cuando cuelga del perchero su artillería literaria de eterno candidato al Nobel para jugar a convertirse en Benjamin Black y dar vida al patólogo forense Quirke por los pagos dublineses cincuenteros. A mil kilómetros de distancia literaria de la aburrida oleada nórdica o de cualquier polar francófona, Black-Banville sigue los viejos cánones de detectives con tramas y personajes inmersos en candentes realidades sociales. Es el mejor heredero y el más digno relevista de aquellos escritores alumbrados por la revista «Black Mask» (Hammett, Chandler, Goodis, Burnett...) que se servían de las pesquisas de su detectives para centrar a los criminales en un grupo social definido, con sus hábitos, espacios geográficos y sus atmósferas. Por ello, no es de extrañar que Black sea el elegido para resucitar al mítico Philip Marlowe a petición de los herederos de Chandler. Eso sí, sólo con la intención de homenajear y revisitar su espíritu. Muy recomendable esta «Venganza», porque la escritura de Banville es siempre igual de soberbia. Como una urna mágica a la que regresar para obtener el adecuado diapasón de la mejor literatura.