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Breve y medido

larazon

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«Escribir, escribir, como si camináramos / por un hilo invisible», se dice como único resquicio de realidad, a modo de asidero, en «La pasión y la forma», un poema que sintetiza hacia el final la recurrente duplicidad de planos entre el afán de trascendencia («ávidos de sorpresas estelares») y lo zarrapastroso del «oficio de vivir» («como una anciana peinándose para el último baile»).
El resto es pura fábula en un bien pertrechado poemario de gran enjundia minimalista donde se aprecia el dominio de Javier Vela (Madrid, 1981) para la transversalidad y pluralidad de registros con tal de narrar analógicamente el modo veloz e infalible que tiene la vida de dar el cambiazo por un fémur cada vez que nos anuncia un glúteo. La división en media docena de apartados de un poemario de por sí breve (las páginas pares van en blanco), junto a la combinación de versos muy medidos, versículos y prosa poética, facilitan la reincidencia de imágenes fragmentarias desde distintos ángulos para, después, como por aspersión, ofrecer lo que sería el engranaje de un veredicto concluyente.
«Hay pasos, no hay camino», proclama, a sabiendas quizá, de que relatar la agonía es un modo de preservarse de ella. Con espanto curado de espanto, se nos muestra la total ausencia de asidero bajo «el aullido cínico del siglo». Toda identidad es falsaria, cuando el recuerdo es una quimera y, «detrás, queda el presente», mientras vivimos arrumbados «como enfermos sin cama en el fangal de las ideologías», y cuando la única «patria» (para el «nadador que se ahoga») es «el aire», y nos disuaden por igual «la escoria original», y «la levadura del progreso», mientras la belleza es refractaria, y el amor, desmesurado.