Crónica de un desamor anunciado
«Los muertos» es el más conocido relato de «Dublineses», de Joyce; un cuento que dejaba constancia de la persistente presencia en nuestra cotidianidad de quienes han abandonado esta vida, y cómo su ausencia física no destruye vínculos o dependencias del pasado. En esta línea cabría incluir «Después del invierno», de Guadalupe Nettel, reciente Premio Herralde de Novela. Arranca la narración mostrando los caracteres y ambientes que envuelven a los dos protagonistas: Claudio, cubano residente en Nueva York, misántropo, engreído y autocomplaciente; y Cecilia, una mexicana en París, introvertida, fascinada por la gótica moda funeraria y los luctuosos ritos mortuorios. Ámbos se conocen y enamoran bajo un mutuo deslumbramiento que evoca a la relación de Nietzsche y Lou Andréas-Salomé: «¿De qué estrellas caímos para encontrarnos aquí?».
Relaciones tóxicas
Pero este encuentro se verá lastrado por otras tóxicas y desa-fortunadas relaciones : Claudio, soportando a la posesiva Ruth, rica y neurótica, también atormentado por el recuerdo de una anterior novia suicida; y Cecilia consolando al joven Tom, enfermo e hipersensible. Como contrapunto, una amiga común, la feliz y despreocupada Haydée, cuya maternidad final intenta paliar el sentimiento trágico de la vida que gravita en la historia. En esta crónica de un desamor influye la obsesiva presencia de la muerte, incluso en su vertiente más estetizante: los amantes recorren los cementerios parisinos bajo la fascinación de los escritores allí enterrados, desde Stendhal a Cortázar. Sin morbosidad alguna, se va tejiendo una historia de accidentada sentimentalidad, que conlleva un emotivo suspense y una sabia combinación de dramáticas adversidades. Aparecen temas como la adaptación de la mentalidad hispanoamericana a sociedades europeo-anglosajonas, la importancia de los libros y la música como paliativo de la soledad o la arbitrariedad del azar, sin olvidar el protagonismo de las ciudades que habitan y sus paisajes, el carácter intrigante de las interdependencias sentimentales, y la fuerza narrativa del pasado ausente. A este respecto, medita Cecilia: «Me gusta, por ejemplo, describir a personas con las que he convivido y he dejado de ver. Me apropio de ellas como personajes. A veces las mezclo o les invento destinos verosímiles, bondadosos o macabros». Vida y muerte literaturizadas, ilusiones y fracasos mezclados en esta excelente novela.