«De la pipa salen medias de humo»
Hoy, hace cincuenta años, fallecía en su exilio de Buenos Aires el escritor Ramón Gómez de la Serna, divulgador de las vanguardias, inventor de las greguerías y autor de los «Ismos»
Goméz de la Serna, Ramón, como le gustaba que le llamaran, poseía la mirada de la subversión, la capacidad para comprender lo que esconden detrás los objetos, sus naturalezas. Un escritor siempre surge de la inversión de la realidad, de su inteligencia para penetrar en ella y revelarla al lector de una manera diferente, ensanchando así los límites del mundo, haciéndolo más amplio, más impredecible. «La botella vacía aumenta la soledad», «El amor a primera vista no necesita gafas», «El camino está siempre en cuclillas», «Cuando mató la paloma quedó un agujero en el cielo». Gómez de la Serna observaba la realidad a través del prisma de su imaginación. Su caballo de batalla era una incesante, provocada y buscada originalidad que le condujo a vías inexploradas y vanguardistas, haciéndole dueño del territorio de la imagen. De la cubeta de su fantasía surgía el retrato de sus contraposiciones y analogías, el latido de un lenguaje ingenioso y fértil, como demuestran los más de cien libros que publicó. Para desencadenar la inspiración cubrió las paredes de su despacho de fotos, estampas, recortes, del que provenía la revelación última, esperada y magistral. La vista era el sentido primordial de su obra. «En este habitáculo, en el que cazo ideas y espero inspiraciones, paredes, techos, puertas y ventanas están cubiertas de fotografías, cuadros y grabados conjuntados al azar. Es lo que se llama un fotomontaje, pero un fotomontaje monstruoso», escribió en «Automoribundia».
Una tragedia doble
El 12 de enero, hace cincuenta años, Gómez de la Serna murió en Buenos Aires con el recuerdo de su fama y la tragedia inesperada de su vida. Entonces era «un hombre amargo, al que le faltaban Madrid y Europa. Un exiliado dentro del exilio, además, ya que, partidario del bando franquista, estaba rodeado por republicanos que hasta bien mediados los años cincuenta le hicieron el vacío. Sus diarios de esos años son terribles», comenta Juan Manuel Bonet, autor del «Diccionario de las vanguardias» y director en la actualidad del Instituto Cervantes de París. Detrás habían quedado las tertulias del Café Pombo, la fama y el deslumbramiento que le habían convertido en un referente en Europa. El escritor Andrés Trapiello recuerda cómo el curso de la centuria pasada, el acontecimiento histórico jugó en su contra. Fue injusto con él y su obra. «En su caso hay doble mala suerte. Su literatura, que en principio parece superficial, colorista, llena de juegos de artificio, quedó abocada al fracaso en la segunda mita del siglo XX. Pero también padeció un infortunio mayor: el político. Es una de las víctimas de la Guerra Civil por su apoyo al bando franquista, él, que no era franquista. Es un autor raro de derechas que murió en el exilio. Ganó la guerra, pero perdió la literatura. Esos dos infortunios le pasaron factura. Le acabó aislando. Ahora se encuentra en el limbo. Todos reconocen su valor, pero casi nadie lo lee».
Su legado no es una imagen, una figura, la impostura que defendía Francisco Umbral. El columnista señaló de Gómez de la Serna: «Finge géneros: teatro, novela, biografía. En realidad, siempre está haciendo ramonismo». O sea, personalidad, obra. Para Juan Manuel Bonet hay algo evidente: «Debemos recordarlo como el pionero absoluto de la vanguardia española, que importó de París, pero compaginándola con lo castizo. Descubrió a Solana y a la vez fue el primero en homenajear, en Pombo, en 1917, a Picasso. Hay que recordarlo además como un poeta, por ejemplo, cuando habla, chiriquianamente, de "la Europa de los maniquíes", o cuando se imagina, en el Rastro (del cual fue en cierto modo el inventor, mucho antes de que André Breton empezara a frecuentar Las pulgas) la aparición de un velero... ». Bonet no deja de recalcar un asunto fundamental: «El personaje era muy potente, y ese personaje, y su invención de la greguería, opaca un poco lo demás. Pero su literatura fascinó a Ortega, y a Borges, y a Cernuda, que lo incluye como único prosista en su libro sobre la poesía española moderna, y en Francia a Valery Larbaud. Encontramos su huella en Antonio Espina o en Jardiel Poncela o en Neville o en Rosa Chacel o en muchos escritores del Nuevo Mundo, empezando por Cortázar». Gómez de la Serna fue un rebelde que se atrevió a hacer algo diferente y el tiempo le ha devuelto el atrevimiento con una capa de olvido. Pero Trapiello recuerdaun aspeecto esencial: «Hace la historia de los bordes de los márgenes de la vida. Se fija en los objetos acabados, en los mendigos, en los bohemios, intenta leer la historia de otra manera. Esa es la lección intelectual y moral que hace. Nadie lo ha hecho antes. Reescribe la historia a través de cachivaches y de gente destartalada».
Un mundo de estética y moral
Hace poco, La Fábrica editó «Nuevas greguerías». Un libro que reunía las fotografías de Chema Madoz con este género inventado por Gómez de la Serna (en la imagen). «En la greguería hay un mundo moral y estético –explica Trapiello–. "El pie dormido sabe a sifón". Está poniendo en contacto dos cosas diferentes. Nos da una relación sensitiva nueva. "La aceituna es el sarfócago de la anchoa". Aquí muerte es una cosa nimia, pero con sarcófago, también indica que no hay muerte importante. El faraón es igual que lo demás. La anchoa y el faraón es lo mismo. Es una posición moral».