De la plata al sherry
«La Templanza», de María Dueñas, narra la cautivadora existencia de Mauro Larrea
La editora de «La Templanza» tenía razón: el arranque de este novelón es pura testosterona. En apenas cuatro páginas somos testigos de cómo un próspero minero de la plata afincado en México, a quien «le faltan tres credos para los cincuenta», pierde todo su patrimonio por culpa de la Guerra de Secesión. A partir de ese instante, el indiano de origen español emprende una carrera contrarreloj para conseguir el dinero que le debe a un usurero clandestino que sólo le ha permitido enmascarar su quiebra definitiva. La urgencia le llevará hasta La Habana colonial, donde estudiará diversos negocios como la inversión en un navío de esclavos o su participación en un buque congelador... Pero una mujer y los remordimientos de su marido le llevarán hasta la mesa de billar de un burdel, donde ganará una hacienda jerezana dedicada al próspero negocio vinícola. Con él, recorremos el camino de vuelta de ultramar hasta el viejo continente que abandonara años atrás con sus dos hijos pequeños, recién enviudado. De nuevo es un apátrida, un parvenu obligado a integrarse en los usos y costumbres andaluces para liquidar la hacienda y retornar al único hogar que conoce. Hasta que Soledad Montalvo se cruza en su camino.
Golpes del destino, parajes remotos, intrigas, equívocos, lazos familiares que marcan, segundas oportunidades son las constantes autorales de Dueñas. En esta ocasión, atrás deja las voces femeninas de sus anteriores protagonistas para darle verbo al indiano Larrea en tres españoles igual de creíbles: el mexicano, el cubano y el dejo andaluz. Perfectamente trabajados e igual de bien documentados los usos, costumbres y descripciones de ambientes –particularmente logrados los grandes salones y antros marginales de La Habana–. Las hechuras de los actores resultan verosímiles y sin arrugas en la solapa, especialmente el sthendaliano minero que, aunque no es inocente, tampoco resulta ser lo contrario, y sabe elegir en cada momento, conocedor de que las circunstancias no determinan del todo nuestras acciones.
A modo de Pepito Grillo
Viene el imperioso Larrea acompañado de memorables secundarios con quienes le escuchamos «platicar» de viva voz o en diálogo interior: su apoderado Elías Andrade –el Pepito Grillo de su conciencia–, su inteligente hija Mariana, Nicolás –su vástago indolente–, el banquero Calafat, la arcana Soledad Montalvo. Permite Dueñas que los acontecimientos fluyan hasta desaparecer de su texto para dejarnos a solas con el devenir de unos hechos que no buscan la verdad con demasiado ahínco, porque los veintiún gramos de cada alma de tinta son bendito embuste. Ése es el pacto de la literatura: mejor un héroe y el relato de su aventura de ficción que una verdad que dejaría de serlo en el instante de ser hallada.