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El filete campero de Walt Longmire

larazon

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El creador del sheriff Walt Longmire es un viejo conocido de los adictos a la novela negra rural situada en el lejano oeste, en el condado de Absaroka, un espacio mítico por donde antaño cabalgaban los indios cheyenes. Enclavado junto a las montañas de Big Horn, célebre por la batalla de Little Big Horn, donde el general Custer fue masacrado por los cheyenes aliados con los sioux y los arapaho. En estas tierras yermas, donde sigue resonando el eco lejano de la historia, se asienta el imaginario pueblo de Durant. De nuevo Craig Johnson hace vivir esa pequeña comunidad de Wyoming, cuyo protagonista es el lacónico y siempre sarcástico sheriff Walter Longmire, acompañado de un cuarteto de ayudantes que completan con un encanto insospechado las novelas de esta saga que ya ha publicado trece títulos. «El caballo negro» es el quinto traducido en español.
Sus lectores aprecian la calidad de las narraciones de Craig Johnson, reposadas como un buen tequila, y el parsimonioso encanto del shérif Longmire, cada vez más cansado de sus aventuras tras 25 años de ejercicio del cargo. Sigue su relación amistosa con Victoria Moretti y su amigo el indio cheyene Henry Oso en Pie; sus comidas en «La abeja hacendosa» y ese filete campero que le preparan Dorothy Caldwell, pasado por leche y rebozado en harina y condimentado con sal, pimentón y pimienta.
El mundo de Walt Longmire es tan cotidiano como sus aventuras, centradas en la relación de este vaquero cáustico y sin doblez con una diminuta comunidad que vive de vez en cuando el sobresalto de un crimen y el silencio culpable de esos pueblos encerrados en sí mismos y sellados por una conspiración de silencio. En «El caballo negro», como en los otros cuatro títulos publicados en España, importa sobre todo la aventura humana, las relaciones entre los lugareños, anclados en su aislacionismo y desconfianza, más que la intriga policiaca, que acaba resolviéndose de la forma más previsible. Aquí, Craig Johnson, con su elegante estilo narrativo, alterna el presente con una narración paralela en el pasado que avanza hacia su punto de encuentro, sin escatimar historias curiosas que alumbran más la singular idiosincrasia de los lugareños que la intriga criminal, siempre lineal y un tanto confusa. Aspecto que resulta de lo más natural, como que el sheriff hable con su perro, llamado Perro, y se lamente de los años de trabajo y la jubilación, que sabiendo que restan ocho títulos por traducir no parece muy cercana. El viejo Oeste, un estilo narrativo clásico y la magia de un mundo inventado propio se dan la mano en estas adictivas novelas policiacas, tan evocadoras como una canción country de Patsy Cline.