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El increíble mito del lago asesino

Frank Westerman, uno de los grandes nombres del ensayo, contextualiza la catástrofe de Camerún de 1986 con el objetivo de averiguar cómo nacen las fábulas y compiten entre sí
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Frank Westerman, uno de los grandes nombres del ensayo, contextualiza la catástrofe de Camerún de 1986 con el objetivo de averiguar cómo nacen las fábulas y compiten entre sí.
Sucedió sin previo aviso, como una suerte de ángel exterminador. Tres décadas después solo nos quedan cifras letales: 1.746 personas, 3.952 vacas, 3.404 gallinas, 552 cabras, 337 ovejas, 82 perros, 7 caballos y 2 burros; insectos incluidos. Las casas, los aperos de labranza, los enseres, quedaron intactos.... Este es el recuento oficial de la catástrofe del lago Nyos, en un valle remoto del oeste de Camerún que el 21 de agosto de 1986 acabó con cualquier forma de vida. El lago se tranquilizó a los pocos minutos y así permanece hasta hoy. Pero, ¿qué pasó aquella noche del 21 de agosto que la razón no puede explicar? Las teorías más extendidas sobre lo sucedido en Nyos son, por la parte científica, la emisión letal de gases o la consecuencia de un terremoto; y por el lado de las conspiraciones, el ensayo militar con bomba perpetrado por Israel, por EEUU o por los poderes fácticos de Camerún (o quizá por todos ellos a la vez).
La BBC y Reuters, en caliente, lo describieron así: «Según parece, la mayoría de las víctimas murieron mientras dormían. No hay indicios de que las viviendas y los cultivos hayan sufrido daños... En la noche del 21 de agosto se escuchó una explosión en un vasto perímetro alrededor del lugar del desastre. Testigos oculares relatan cómo el agua transparente del vecino lago se tiñó de rojo después de que las súbitas rachas de viento causaran unas olas enormes». Un misionero holandés pasó por los alrededores del Nyos horas después del «lagocidio»: El páter pudo ver cadáveres de hombres, mujeres y niños, «tumbados ante sus chozas, en pleno camino de tierra, o en la cama». También gallinas, cabras y serpientes muertas. Pájaros caídos del cielo. Pero... las viviendas, los puestos del mercado y los árboles seguían intactos. En palabras del padre Ten Horn: «Era como si hubiera estallado una bomba de neutrones».
Un campo de pruebas
Ahí arranca la hora cero de este libro, el verdadero Big Bang narrativo con aroma de periodismo antropológico cultivado por el maestro Ryszard Kapuscinski. Más allá de indagar qué fue lo que ocurrió, el autor del maravilloso libro «Ingenieros del alma», aborda los hechos como un campo de pruebas para tratar de averiguar cómo emergen los mitos y de qué manera compiten entre sí hasta que el más poderoso termina imponiéndose como «verdad» absoluta al más puro estilo darwiniano: cuanto más fuerte y rotunda es una historia, mejor se adapta y más posibilidades tiene de sobrevivir. Poco a poco, vemos cómo el autor tira del ovillo. Comprobamos como en todos estos años las palabras han ido revistiendo los hechos allí donde faltaban datos. Solo ha pasado un cuarto de siglo, por lo que la leyenda aún no ha conocido un desarrollo definitivo, no está cuajada del todo. Sin embargo, este experto sobre la posverdad registra la germinación de nuevos hilos narrativos de dimensiones míticas que, a buen seguro, darán paso a versiones definitivas sobre los hechos que terminarán afianzándose. Es así como recapacitamos sobre lo fácil que resulta que una historia crezca, evolucione y se implante. Todo resulta más fácil cuantos menos hechos existan y mayor sea, por tanto, el espacio cedido a la interpretación y recreación.
El libro está ordenado alrededor de tres grupos, cada uno con su versión de lo sucedido. Por un lado están los destructores de mitos, en este caso los científicos que hablaron de terremotos o filtraciones de gases letales, y que fallaron al no ponerse de acuerdo. Por otro, los pregoneros de mitos, unos misioneros occidentales residentes en el lugar que ofrecieron consuelo en nombre de Dios. Y en último término, los constructores de fábulas: la gente del lugar que han dado por buenas hipótesis imposibles de comprobar. Tres décadas después, la incógnita de lo ocurrido sigue abierta y el autor se apoya en las distintas caras de la tragedia para señalar que el factor humano arrastró a eminentes vulcanólogos, incapaces de ceder el protagonismo a la propia ciencia porque los hechos susurran de forma más estridente que cualquier prueba y se rebelan contra ella.
A pesar de todo el personal movilizado y todos los medios técnicos, las explicaciones no convencieron a casi nadie, y desde luego no a los nativos que vieron prohibida la entrada en la zona mientras que esta estaba repleta de personas blancas. Esta falta de explicación convincente es la que dejaba abierta la puerta a los diferentes ensayos explicativos, ya que cuando se da «menor número de hechos, mayor es el relato... porque la curiosidad humana no se conforma con lo incompleto, lo inconcebible o lo incognoscible». Las presentes páginas tratan de hallar las claves de las diferentes interpretaciones, por lo que, también en cierto modo, y salvando todas las distancias, estamos ante una obra que no es una novela, tampoco un ensayo, ni mucho menos un libro de historia o de viajes, al tiempo que es todo ello a la vez. Muchos textos en uno solo. También es cierto que el autor no es un escritor cualquiera. Frank Westerman es un gigante mundial de la «no ficción», con obras como la mencionada «Ingenieros del alma» o «El Negro y yo». Como en los anteriores títulos, en este volumen volvemos a encontrar todos los puntos fuertes de su prosa: la hibridación entre periodismo y la investigación cultural, la empatía, la habilidad para situarse próximo con la primera persona y aséptico como un entomólogo para analizar los datos. Desde aquella fatídica noche, pese a que los difuntos lo denominaban Lago Lwi, ha pasado a denominarse, simplemente, Lago Nyos. Esta es la historia de un mito moderno analizada por uno de los mejores narradores contemporáneos. Quizá los desastres nos enseñen geografía, pero Westerman nos ilustra sobre la necesidad de crear y escuchar historias y cómo la realidad las contamina hasta elevarlas a la categoría de leyenda.