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El mal querido Ruiz de Alarcón

larazon

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Las grandes obras literarias son fruto –a partes iguales según algunos– del talento y del sufrimiento. Y una cosa y otra reunió en dosis más que suficientes el escritor novohispano Juan Ruiz de Alarcón (1581?-1639). Formado teatralmente en las tesis de Lope de Vega, desarrolló con habilidad y estilo propio los postulados de la escuela del Fénix y, además, aportó a sus comedias un inusitado halo de escepticismo vital, que bien pudo guardar relación con el menosprecio que le infligieron tanto los autores coetáneos como el público («bestia fiera» fue una de las lindezas que un despechado Ruiz de Alarcón dedicaba al respetable en los preliminares de sus comedias). Ese aire de melancolía, que hizo que los románticos se fijaran en él –tal y como recuerda Andrés Amorós en la clarificadora introducción a esta edición–, está más que presente en «La verdad sospechosa» y en «Las paredes oyen», las dos obras que conforman este volumen.
Y, precisamente, también es la melancolía el rasgo que define a don García, el perdedor protagonista de «La verdad sospechosa», un hombre que naufraga en sus propios engaños cuando intenta conseguir el amor de Jacinta. No es la única concomitancia entre la personalidad del autor y el firme dibujo que hizo de sus caracteres: en «Las paredes oyen», don Juan trata de conquistar a doña Ana haciendo que la pureza de su sentimiento importe más que su físico, tan contrahecho como el del propio Ruiz de Alarcón.
A las virtudes intrínsecas de estas dos originales comedias, quizá las más conocidas de la treintena que llegó a componer su autor, se suman en este volumen las del prólogo y las notas que otro gran escritor mexicano, Alfonso Reyes, dedicó a su admirado paisano a principios del siglo pasado, y que ahora han sido felizmente recuperadas.