Escapar de la cárcel mormona
La autora afirma al comienzo de este libro que la historia que vamos a leer no trata sobre el mormonismo ni sobre ninguna otra creencia religiosa. Sin embargo, desde las primeras páginas la inmersión del lector en la vida cotidiana de una familia mormona muestra tantas peculiaridades que es imposible desligar sus memorias de este movimiento religioso. Tara Westover nació en Idaho en 1986 y su doctorado en Arte en la Universidad de Cambridge del Reino Unido fue relevante porque nunca había ido a la escuela, desear hacerlo, solo desearlo, sería traicionar a su familia dominada por un padre violento completamente convencido de que el fin del milenio supondría El Final y la llegada del Segundo Advenimiento y que fuera de su aislada granja en la montaña solo existía la perdición, la impudicia y la promiscuidad. Lo que pudiera enseñar la madre era todo lo que necesitaban los hijos. Tara aprendió a leer con el Antiguo y el Nuevo Testamento y el Libro de Mormón y con el tiempo se dio cuenta de que aquella fue su educación, la importante, porque adquirió una aptitud fundamental: la paciencia para leer lo que aún no entendía.
Estudiar en Utah
Con esta aptitud y comprando libros a escondidas se presentó a los diecisiete años a las pruebas de la Universidad de Utah y fue aceptada. La adaptación al mundo «real» fue un proceso difícil que culminó con un doctorado inglés en arte tras muchos enfrentamientos con su familia, consigo misma y con su sentimiento de culpa por haberlos traicionado. Atrás quedó una infancia y una adolescencia que Westover cuenta con detalle, y con una sinceridad conmovedora que la lleva a reconocer a veces que lo que ella recuerda es diferente en algún punto de lo que recuerda algún hermano o su madre. Pero dejando a un lado esta devoción por la verdad, tan religiosa y al mismo tiempo tan propia de los buenos historiadores, lo que nos encontramos es una infancia aislada, con privaciones de todo tipo, bajo el yugo irascible de un padre con trastornos mentales que la obligaba desde muy pequeña, como al resto de los hijos, a trabajar en el desguace de chatarra en el que eran frecuentes los accidentes que aunque fueran graves se curaban en casa porque ir al hospital estaba prohibido.
Suele suceder en algunas familias que haya un hijo que no encaje, que «no siga el compás» porque tiene el metrónomo puesto para otra melodía. Es lo que le pasó a Tara y a uno de sus hermanos, Tyler, al que dedica esta historia poderosa sobre la posibilidad de transformar la propia vida. Difícil discernir si lo hace a pesar de una educación o usándola para tomar impulso.