Fumar no perjudica la lectura
Hay novelas que son grandes y hay novelas que son grandiosas. «El plantador de tabaco», de John Barth, es ambas cosas a la vez. Más de 1100 páginas de ingenio, aventura, historias y erudición que recorren los últimos años del siglo XVII entre Londres y Maryland y que hicieron de su autor, cuando la novela fue publicada en 1960, uno de los pilares sobre los que se asentó la narrativa moderna de Estados Unidos.
Nacido en 1930, en el seno de una familia de la costa este de Maryland, John Barth creció con las dificultades típicas de la clase media de aquella época. Su padre tenía una bombonería, fue alumno de una escuela pública y asistió a la universidad porque le concedieron una beca. Quería ser baterista de jazz, en realidad, y durante un tiempo estudió en la Academia Juilliard de Nueva York, hasta que Pedro Salinas, a quien tuvo como maestro de español en la Universidad John Hopkins, le hizo leer «El Quijote» y todo cambió.
«Me dí cuenta de que una vida consagrada a escribir palabras y contar historias era una tarea noble y digna», recordó Barth, que inmediatamente empezó a leer cuanto libro cayera en sus manos en la biblioteca de la universidad y a formarse, a fuerza de cometer errores, como escritor. «Así leí «Huckleberry Finn» de Mark Twain a los veinticinco años –le dijo a George Plimpton en la revista «The Paris Review»–. Si lo hubiera hecho a los diecinueve podría haberme intimidado, igual que Dickens y otros grandes novelistas».
No se intimidó. Un año después de leer a Twain, Barth publicó su primer libro: «La ópera flotante», el monólogo experimental y laberíntico de un abogado que recuerda los motivos que lo llevaron, un día de varios años antes, a querer suicidarse. La novela, que navega por los mares del lenguaje y se sumerge en las profundidades de una historia que parece no acabarse jamás, soprendió a los críticos por su originalidad, estuvo nominada al National Book Award de 1957 y fue la carta de presentación de un autor que tres años después renovaría la narrativa america con una novela como «El plantador de tabaco».
En español había sido publicada en 1991 y desde entonces nunca había sido reeditada, más allá de que Barth es un autor de culto y de que es uno de los autores fundamentales (junto con William Gaddis, Thomas Pynchon, Donald Barthelme y Robert Coover) de la narrativa posmoderna por haber escrito, precisamente, «El plantador de tabaco». Pero fue gracias a la insistencia entusiasta de algunos blogs como La medicina de Tongoy o Bolmangani y a las gestiones de editorial Sexto Piso que este clásico moderno vuelve en español a las librerías en la misma traducción que hiciera Eduardo Lago, quien además ha firmado un completísimo prólogo sobre la vida y la obra de John Barth.
Situada a finales del siglo XVII, la historia, en sí misma, es muy simple, pues se trata de dar cuenta de la vida y la obra de un personaje real como Ebenezer Cooke, que nació en Maryland en 1666, que fue educado en Londres y que fue el autor de un poema titulado «El Plantador de Tabaco», una sátira publicada en 1708, poco después de volver a América porque su padre, Andrew Cooke, lo había dejado al cuidado de unas cuantas hectáreas destinadas al cultivo de tabaco en Maryland.
Pero Barth, experto en poner complicadas las cosas simples, no hace una biografía al uso. Sino que en sus casi 1200 páginas, mientras persigue las andanzas de Cooke y de su hermana gemela junto a un extravagante tutor hasta Maryland, donde el poeta espera escribir su versión homérica de Maryland, recrea la vida de los colonos, delinea el mapa político del siglo XVIII, parodia las novelas de entonces, reconstruye diálogos hilarantes, pone en discusión la filosofía cartesiana y presenta una serie de personajes unidos por el placer de contar historias.
«Es una de las celebraciones más gloriosas que conozco del arte de novelas y una de ejecuciones más brillantes», dice en el prólogo Eduardo Lago, que se pasó cinco años traduciendo esta novela cuyo tamaño, en vez de atemorizar, incita a leer, como agrega Lago, «el despliegue fascinante de una serie interminable de historias maravillosamente bien concatenadas».