Guillermo Arriaga: «En las peleas callejeras gana el que se arriesga con todo»
Guillermo Arriaga / Escritor y cineasta. La violencia que vivió durante sus primeros años vuelve a marcar al mexicano de «El salvaje», su vuelta a la novela tras dos décadas de parón
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La violencia que vivió durante sus primeros años vuelve a marcar al mexicano de «El salvaje», su vuelta a la novela tras dos décadas de parón
Si, como cuenta la novela, «se podrá sacar al tigre de la selva, pero no a la selva de dentro del tigre», a Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) no se le puede arrancar «el barrio», dice. No hay nada que le toque el orgullo más que haber crecido en Colonia Modelo. «Estuvo lleno de contrastes», recuerda. Muchos de ellos muy duros, pero le llenaron de vivencias, «todas valiosas». En ese pasado se apoya para levantar «El salvaje» (Alfaguara), una historia de violencia y vidas cruzadas –de su ciudad al Yukón canadiense– en la que un joven destrozado por la muerte de los suyos y un cazador inuit deberán encontrarse en algún lugar de sus vidas. Respecto a la propia, el escritor y cineasta (escribió el guión de «Amores perros») lo tiene claro: «Lo mejor que hicieron mis padres fue llevarme a vivir a este lugar».
–Pese a los malos momentos...
–Sí, por supuesto, pero ninguno llegó al grado de afectarme psicológicamente. Algunos de ellos extremos, aunque nunca como para crearme nada insuperable.
–Como traslada al libro.
–En «El salvaje» aparecen las azoteas, la represión de finales de los años 60 por parte de la Policía, la presencia de animales durante toda mi vida...
–¿Y los jóvenes ultraconservadores?
–Los conocí. No me hicieron ningún daño, pero se sabía que eran bastante agresivos.
–¿Cómo creció en ese ambiente?
–Después del Movimiento del 68 en México hubo una gran desconfianza del régimen hacia los adolescentes, sobre todo, con los de clase media y baja. Se formó un aparato represivo que entendía que joven que estaba en la calle, joven que equivalía a ser, en palabras suyas, «revoltoso». Y los niños que encontraban eran «vagos», gente sin nada que hacer. Te «correteaban», te perseguían, te cortaban el pelo... En cuanto llegaba la Policía te daban de «macanazos» y te rapaban para que parecieras un hombrecito.
–¿Fue usted un «revoltoso»?
–(Risas) A veces sí, y a veces no. En la vida no se es sólo una cosa.
–Por ejemplo...
–Muchas me sucedieron...
–¿Cosas de chavales?
–Unas sí y otras no. Algunas que no deberían haberse hecho... Estuve sujeto a violencia gratuita en la calle desde niño.
–Ha cogido toda esa rabia y la ha convertido en pilar de su carrera.
–Porque es una experiencia digna de narrar. Fue fuerte en su momento, pero no como para terminar con mi optimismo ni con mi creencia en el ser humano. Para que te des cuenta: un tipo de 25 años me agarró a batazos cuando yo sólo tenía diez.
–¿Por qué?
–Salió de la nada. Mi hermano mojó a su hermana, una mala palabra y me agarró a batazos. Casi me mata. Casi me quedo parapléjico.
–¿Cómo se asimila algo así?
–Te das cuenta de que la violencia tiene consecuencias. No es divertida ni chistosa. Yo perdí el olfato por esa violencia. Hay que reflexionar sobre ella y considerarla como un problema serio del que no debemos eludir la responsabilidad.
–¿Qué más hay de usted en «El salvaje»?
–La relación con la caza, mi profundo amor y respeto por los animales. Creo que eso se transpira. También la aceptación de la naturaleza, lo salvaje. Hay paralelismos entre una historia y otra: la del cazador con la de la urbe. A pesar de que son dos mundos distintos, hay situaciones que sólo une la naturaleza, la externa y la que en uno habita.
–No es fácil de entender el amor a los animales y el gusto por la caza para mucha gente.
–Eso es porque nunca se han ido de cacería. Cuando lo hagan con alguien como yo, porque también hay gente deplorable, lo sabrán. Si se vinculan con un cazador, se abren y tienen la capacidad de hablar, y no insultar; todo se entiende.
–¿Se lo han recriminado?
–Sí, pero la mayor parte de ellos, el 99%, termina respetándolo y comprendiéndolo.
–¿Y entiende usted, como mexicano, lo que está pasando en Estados Unidos?
–Gracias a Trump está saliendo lo mejor de ese país. Está surgiendo una gran mayoría luminosa. Creo que deben sentirse orgullosos de lo que están logrando rescatar de sí mismos. La reflexión va a terminar siendo muy optimista.
–¿Y qué opina del muro?
–Que Trump va a 160 kilómetros por hora a estrellarse directo contra él.
–No tiene pinta de detenerse...
–Pero tiene que convencer a todos los propietarios tejanos de construir en sus tierras. Ya lo intentó Obama con una cerca y no lo permitieron. Hay un problema que es ir contra lo que EE UU siempre ha defendido: la propiedad privada, tan santificada por ellos. No es tan sencillo porque, además, gran parte de los propietarios de los terrenos son de origen mexicano.
–De momento, tardó días en poner en marcha su promesa.
–También Obama dio la orden de cerrar Guantánamo al día siguiente de llegar y ahí sigue... No todo lo que ordena un presidente se cumple.
–¿Puede acabar en violencia?
–Sí, en una terrible.
–Ahí queda la advertencia...
–Pero no hay que temerla, sino que hay que estar preparado mentalmente. Lo peor que te puede pasar es que te agarre de sorpresa. Si uno lo tiene en la cabeza es mucho más fácil. Hay que saber responder.
–Lo dice un hombre que creció rodeado de esa tensión...
–En las peleas callejeras gana el que se arriesga con todo. ¿Qué ganaría EE UU con una guerra interna o declarándosela a México? Si la de Afganistán le ha creado problemas de seguridad, imagina una allí mismo. Si tienen miedo al atentado de un iraquí que está por llegar, con todo lo que significa la comunidad mexicana e hispana...
«El salvaje»
Guillermo Arriaga
Alfaguara
704 págs, 21,90 euros