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Inma López: «Cualquier persona podría entrar en la cárcel»

Inma López / Escritora. «Los días iguales de cuando fuimos malas» es una novela que reivindica la igualdad de la mujer y ahonda en lo más profundo de la condición humana

Inma López, escritora
Inma López, escritoralarazon

«Los días iguales de cuando fuimos malas» es una novela que reivindica la igualdad de la mujer y ahonda en lo más profundo de la condición humana

Cinco mujeres con cinco historias particulares y un denominador común, su experiencia en la cárcel, sirven para desentrañar el mal, la libertad y la falta de igualdad que todavía persiste en una sociedad que estigmatiza la figura femenina. «Los días iguales de cuando fuimos malas» (Lumen) ahonda en lo más profundo de la condición humana. Inma López desmonta el imaginario carcelario en una novela sin prejuicios que demuestra que «todos tenemos la tentación del crimen, que hay algo malo dentro de nosotros y que la dignidad es lo que nos hace libres».

–¿Existen entre rejas reductos de libertad?

–Si no existieran sería imposible mantenerse vivo en la cárcel. La dignidad es lo que nos hace libres. Los presos ven la libertad como una aspiración y como ese espacio individual que no nos pueden arrebatar. Cada uno busca su fórmula. Algunos la encuentran en la violencia y en la conflictividad, otros sufren una enfermedad mental...

–¿Es la prisión un buen lugar para conocerse a uno mismo?

–Depende. El diseño del sistema penitenciario está orientado a ello, aunque no siempre se logra. Debería haber voluntad de reinserción. El paso por la cárcel tendría que servir para separar al preso del entorno que le ha llevado a delinquir, sanearle y hacer que piense sobre el daño causado.

–Habrá quien se asuste al descubrirse...

–Muchos acuden a las drogas, que es un mal endémico en esos centros. La reflexión personal, ese proceso de entenderte como víctima de tus equivocaciones, es un trámite muy duro.

–¿Ser libres nos hace mejores personas?

–Sí. La libertad es lo que nos hace ser personas.

–¿Y estar encerrados, peores?

–Probablemente. Aunque en algunos aspectos será necesario ese encierro para apreciar la libertad. Quien está en la cárcel, en parte no es. Privarte de la libertad es privarte de una parte de ti.

–¿En qué medida todos somos jueces?

–Muchos presos sufren la depresión poscarcelaria, que consiste en enfrentarse con la libertad de golpe y con la sociedad que les estigmatiza. Creyendo que ninguno de nosotros sería capaz de cometer un delito, nos atrevemos a juzgar a la gente. Parece que nunca es suficiente la pena de prisión para cumplir lo que se debe.

–¿Cuál es la mayor pena de un preso?

–La distancia con respecto a quienes le quieren. La pena de prisión no es más que la forma de plasmar y hacer visible que están lejos, truncando la vida de los otros. Muchos se sienten más culpables por no estar con sus hijos y no poder aportar dinero a sus familias que por el delito en sí.

–¿Qué puede llevarnos a delinquir?

–Una concatenación de errores. Aunque, en la mayoría de las ocasiones, la causa es la pobreza. Todos tenemos la tentación del crimen. Hay algo malo dentro de nosotros. La diferencia entre entrar o no en la cárcel, en buena medida, está en poder pagarse un abogado. Cualquiera podría entrar en la cárcel.

–¿Eso nos convierte en malas personas?

–No. Ser malo no es una condición inherente a nadie. Hay muy pocos malos de verdad. Y, a veces, no están en la cárcel.

–¿Quiénes son los malos?

–Los que dañan siendo totalmente conscientes de que el daño será irreparable.

–¿Y los buenos?

–No creo en las bondades absolutas. Buenos son los que siempre hacen prevalecer la dignidad, tanto la suya como la del otro.

–¿Para qué sirven las cárceles?

–Para esconder aquello de lo que nos avergonzamos, pero deberían servir para dar una oportunidad a todo el mundo de volver a empezar. Son depósitos de historias que nos muestran los extremos a los que puede llegar la condición humana.

–¿Hay presos felices?

–Ellos luchan contra la infelicidad y muchos logran un nivel aceptable de satisfacción, de resignación para sobrellevarlo lo mejor posible. Pero allí no se puede ser feliz. A veces, es mejor morirse que estar preso 30 años.

–¿Cuánto se parece su personaje a usted?

–Yo no he estado en la cárcel, aunque en todo lo demás nos parecemos. Podría ser yo.

–¿Escribir libera?

–Sí, porque te permite profundizar en muchos temas y construir mundos ajenos al tuyo. Y eso es liberador.

–¿Existe algún motivo por el que no le importaría que la enchironaran?

–Estaría dispuesta a cometer un delito en defensa de la libertad.

–¿De quién es usted presa?

–De mis pasiones y de mi voluntad de libertad.

–¿Y carcelera?

–De mis hijas, a las que debo educar. Espero que sea una condena leve y un proceso que luego las haga más libres y las ayude a insertarse en la sociedad.

El lector

Inma López considera que estar al tanto de la actualidad es una necesidad por su trabajo. Además de libros y críticas teatrales, escribe columnas en «La Voz de Galicia». Pese a que casi siempre se informa a través de internet, le encanta desayunar con calma mientras lee en papel algún diario.