Literatura

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La buena memoria de Bonnefoy

La buena memoria de Bonnefoy
La buena memoria de Bonnefoylarazon

«En otras palabras, la cima posee una sombra donde ella misma se oculta, pero la sombra no cubre la totalidad de la tierra», dice ves Bonnefoy en «El territorio interior», este hermoso y breve libro en el que el poeta francés más importante desde la segunda mitad del siglo XX invita a recorrer la geografía y el espacio de un lugar que puede resultarle tan íntimo como imaginario, un sitio que quizás no existe porque, sencillamente, está en otra parte. «Si el territorio interior ha permanecido para mí inaccesible –y aun así, lo sé bien, siempre lo he sabido, no existe– no es por eso completamente ilocalizable; basta con renunciar, por poco que sea, a las leyes de la continuidad de la geografía ordinaria», explica Bonnefoy, quien, sin embargo, en este derrotero profundo por los pasillos del sueño y de la poesía no se priva de andar también por los vastos territorios que componen el mundo real y artístico. Así, Bonnefoy, que en la última Feria del Libro de Guadalajara recibió el Premio de Literatura en Lenguas Romances, en «El territorio interior» transita el arte toscano del Renacimiento, el desierto de Gobi, el Tibet, las arenas de Amber, la Roma antigua y la bella Florencia de la mano de diversos artistas como Nicolas Poussin, Piero della Francesca, Edgar Degas, Leonardo o Michelangelo para dar cuenta, como si se tratara de un Virgilio moderno, de esos dioses y de esos lugares que, como sostienen los budistas, «son sueños y se precipitan con velocidad en la experiencia del vacío».

Escrito en 1971 y publicado ahora por primera vez en castellano por Sexto Piso, se completa con un postfacio de 2004. En él, Bonnefoy hace un recuento de todos los acontecimientos que lo llevaron a escribir esta reflexión sobre los sueños, las ilusiones, los peligros de las horas en soledad y de las ensoñaciones que el arte italiano suscitaron en su vida y en su obra, una manera de entender la naturaleza finita del ser humano, hecho de memoria y materia en el mundo de aquí y ahora pero también de una armonía que por momentos parece escapar de todo sentido. «Esta armonía tiene un sentido –concluye Bonnefoy– y estos paisajes y estas especies son, inmóviles, quizá encantados, una palabra, y basta sólo con mirar y escuchar con fuerza para que el absoluto se declare, al término de nuestro errar. Aquí, en esta promesa, está el lugar».