La criada escribe «best seller»
Dentro de la vasta obra de Graham Swift, «El domingo de las madres» se distingue por ser una suerte de «capriccio». Una pieza breve pero que, precisamente, en su profunda brevedad, es capaz de contener y de hilar un universo de episodios que se suceden según el sentido y el capricho del autor. Y todo a partir de una anécdota mínima: la de Jane Fairchild, una mujer de veintidós años que trabaja como criada en la casa de la familia Niven y que recuerda, mucho tiempo después, aquel 30 de marzo de 1924 (día en que se celebra, como cada cuarto domingo de Cuaresma, el Domingo de las madres, una jornada en la que los amos dan permiso a las criadas para que estén con sus progenitoras) en el que su vida cambió para siempre.
Con una prosa pausada, que esconde con maestría una tensión latente que sostiene el clima del relato, el autor perfila en «la obra a una protagonista y narradora que, detrás de la aparente sencillez de lo que cuenta, va entretejiendo una trama secreta de amores y deseos, de misterios y pasiones, pero en cuyo centro se encuentra siempre aquella fecha (año de la muerte de Joseph Conrad, uno de los escritores favoritos de la protagonista) cuando Jane, que era huérfana y no tenía a quién festejar, decidió pasar el día con su amante, Paul Sheringham, el único hijo de unos vecinos de los Niven (los demás hijos habían muerto en la guerra) y que, además, estaba a punto de casarse con una chica de su misma clase social. El día terminó en tragedia, pero fue la punta de lanza para que Jane se convirtiera en escritora que alcanzaría el éxito. Sin necesidad de caer en un sentimentalismo de corte trágico, pese a que la novela indaga en los secretos del amor y del erotismo, en el libro Swift propone también un viaje profundo a la intimidad y a los recuerdos de las personas, ese lugar donde convergen las ilusiones, los silencios y, en el caso de Jane, de una escritora afamada, en su recinto privado.
Estilo clásico
Un recinto a veces inefable y en el que conviven las lecturas y los mínimos sucesos que, como los libros, han trazado el destino de su vida. Swift ha escrito, pese a su brevedad, una novela de estilo clásico (reproduce el «Érase una vez» de los cuentos de antaño como si de una muletilla se tratara) pero impregnado por un contenido lirismo, acorde al relato de una memoria como la de su protagonista y narradora: una memoria perenne, cargada de nostalgia y de melancolía pero que, desde la oscuridad de los tiempos, brilla como el pilar sobre el que se sustenta una identidad.
Así, en esa búsqueda incesante de un relato que no deja de escribirse, Swift disecciona los mecanismos de los que se surtre no sólo la ficción de los libros, sino las ficciones de las que estamos hechos: historias privadas, anónimas, que permanecen en el silencio y nutren, pese a todo, las palabras y las cosas.