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La edad dorada de los espías: «Los secretos ya no son lo que eran»

El cine, las series de televisión y los libros, como la nueva novela que ayer presentó Ian McEwan, revitalizan el género de los agentes. El autor inglés centra su nuevo libro en las peripecias de una estudiante reclutada por el servicio de espionaje del M15
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Los espías nunca habían estado tan expuestos a la luz pública. Tanto, que han pasado de tener una imagen misteriosa, romántica y al tiempo heroica a lo James Bond, a ser más bien algo pedestre y desmañado a lo Superagente 86. Tras las filtraciones de Bradley Manning a Wikileaks y de Edward Snowden a «The Guardian» y «The New York Times», parece que los servicios de inteligencia son incapaces de guardar secretos, y un espía sin secretos es como una mano sin dedos. En la ficción, de «Homeland» a «El mito de Bourne», todos intentan mostrar que el mal no está en el espía, sino en las agencias, en sus malos malísimos directores, pero la figura del agente secreto nunca había estado más en entredicho. El último en dar una vuelta de tuerca al género de espías es Ian McEwan, que en «Operación Dulce» (Anagrama en español y Empúries en catalán) nos introduce a Serena Frome, una joven estudiante de Cambridge reclutada por el MI5. Estamos en 1972 y la Guerra Fría continúa. Los servicios secretos ingleses intentan seguir la estela de la CIA e influir en la opinión pública para cantar las glorias del modo de vida occidental y denigrar los valores comunistas. El plan es sencillo, crear una fundación para ayudar económicamente a novelistas prometedores, pero en realidad utilizarlos como propaganda anticomunista. Entre estos jóvenes escritores estará Tom Haley, trasunto del propio McEwan. Pronto se iniciará una historia de amor entre los dos de difícil resolución. «En los años 40 y 50, la CIA se gastó mucho dinero promoviendo la cultura americana. Organizaron ''tours'' de sus grandes orquestas, llevaron a los expresionistas abstractos a Europa, financiaron revistas literarias, todo con un gusto exquisito. Querían enviar el mensaje de los bienes de la pluralidad, la libertad de expresión y la diversidad cultural, pero lo increíble y estúpido es que lo hicieron en secreto. Y esta es la paradoja que me interesaba explorar», comenta McEwan.
El autor inglés afirma que nunca se lo había pasado tan bien escribiendo una novela y que atreverse con el género de espías le ha resultado del todo refrescante:«Como todo género literario, tiene sus reglas, y no hay nada más divertido que romperlas. La clave de toda novela de espías es saber quién está detrás de la narración, quién es el que está escribiendo la historia, y ésta no es una excepción», afirma McEwan. Mira con estupefacción lo que está ocurriendo con el caso Snowden y las escuchas a mandatarios europeos por parte de la CIA, de rabiosa actualidad: «Es una historia extraordinaria de la que todavía no conocemos ni la mitad. Los secretos ya no son lo que eran. A partir de ahora, los políticos tendrán que ir con mucho cuidado con lo que niegan, porque nadie está seguro de lo que tiene Snowden en su poder y de cómo podría implicarles en un futuro», explica el escritor. Lo que tiene claro es que este caso demuestra algo de por sí preocupante: «Cualquier servicio de inteligencia hará todo lo que su poder le permita para espiar, sin pararse a pensar ni un segundo en si está bien o mal, y eso es peligroso», dice.
Pero antes que una novela de espías, ésta sigue siendo una obra de McEwan, esto es, una compleja historia alrededor de la condición humana. Y así lo explica: «Además de la historia de espías, también quería reflexionar sobre el papel del lector», señala. Serena es una devoradora de novelas decimonónicas de las que acaban con un «sí, quiero». Tom, en cambio, es un futuro escritor que adora a los posmodernos y la metaliteratura. «He escrito la novela para que guste a los dos tipos de lectores. En cierto sentido son dos novelas en una. Mi sueño sería que me leyesen dos veces, pero eso es difícil», dice.

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