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La ley suprema de Tolstói

larazon

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Un Lev Tolstói discípulo moral de Thoreau, y a la vez maestro de Gandhi, aparece en su esplendor en uno de esos libros que tendría que ser de obligada lectura para cualquier sociedad, cualquiera que practique una religión o sea ateo. Es «La ley de la violencia y la ley del amor» (traducción de Alejandro Ariel González) panfleto pacifista de aquel que se encuentra al borde de su recta final que podría ser la síntesis de su libro «El reino de Dios está en vosotros», que marcó para siempre a Gandhi. El narrador ruso lo había escrito entre 1890-1893 y en él repasaba la doctrina de la no violencia atacando a la Iglesia y a las instituciones estatales, las cuales, lejos de seguir la enseñanza de Cristo, eran hostiles a ésta, lo que le valdría la excomulgación por parte del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa en 1901. Sería una obra polémica en su tiempo. Llamaba a la desobediencia civil, a la insumisión ante los Estados que, mediante la militarización, exigen acciones contrarias a Dios.
Rebelión
Y si en aquel escrito Tolstói subrayaba que son una minoría las personas que profesan la doctrina de la no resistencia al mal con la violencia, en «La ley de la violencia y la ley del amor» pondrá ejemplos de jóvenes que se jugaron la vida o fueron encarcelados al oponerse a ser reclutados y asesinar al prójimo para no desobedecer sus principios. Según Tolstói, se necesitaría una guía de conducta consistente en asimilar una comprensión superior de la vida, la misma que fue revelada por Jesús y que el mundo ha olvidado en una falta de fe que conduce a la calamidad.
Mediante capítulos cortos, que empiezan con citas, éste argumenta con rotundidad sus objeciones frente a un sistema social que es todo un círculo vicioso –la relación de explotación entre trabajadores y terratenientes–, lo cual es la base para el odio entre las personas, para la animalización del individuo. No existe un «principio religioso rector común» y sí mentiras por doquier: la religiosa, la científica, la política, que tergiversan el verdadero sentido de la existencia y con ello sostienen la crueldad de la vida. En los Evangelios se dice que hay que amarse los unos a los otros, nos recuerda Tolstói; esa ley no admite excepción, y habría de establecerse no sólo en los pueblos cristianos, sino en todos los pueblos del mundo. Sin embargo, el Poder ha enseñado a combatir el mal con el mal, y con ello ha engañado y manipulado a unos seres humanos que profesan el cristianismo y a la vez permiten, participan o se aprovechan de mil y un crímenes. ¿La solución a tal cosa?: volver a recordar la dicha del amor.