Lisbeth también odia a las mujeres
Cuando unos personajes de ficción se hacen populares aparecen las franquicias, y con mayor razón si el autor ha muerto, como es el caso de Stieg Larsson y su archiconocida serie «Millennium». Realmente, Larsson creó un personaje original, la pirata informática punky Lisbeth Salander, hoy tan reconocible como cualquier personaje estereotipado de la comedia de costumbres. Ella es la heroína de acción alrededor de la que gravitan las investigaciones del periodista detective sobre ese tercero en discordia: el asesino de-salmado que les complica la vida.
Por primera vez en la novela policiaca contemporánea el sufrido ayudante pasa de secundario a protagonista. Mikael Blomkvist fue perdiendo importancia a favor del personaje oscuro y gótico de
Lisbeth Salander como su contrahechura. Aspecto que se ha agudizado en las dos nuevas entregas que escribe el autor de la muy interesante «El enigma Turing», David Lagercrantz, relegando al periodista de economía, el gris y convencional ligón Mikael Blomkvist, al lugar del perfecto ayudante de Salander.
Tras su primera incursión con «Lo que no te mata te hace más fuerte», éxito en cuarenta países y con unas ventas de seis millones de copias, Lagercrantz vuelve con «El hombre que perseguía su sombra» dispuesto a repetir el éxito. Los elementos son los mismos, los personajes se mantienen como había previsto Stieg Larsson, solo que invirtiendo el orden: el periodista y director de la revista «Millennium» toma la iniciativa, pero es Lisbeth Salander, que odia a los hombres y aquí también a las mujeres que maltratan a las mujeres, la protagonista.
Estéctica «techno»
Michael Blomkvist sigue denunciando los tejemanejes de los poderosos y los escándalos ocultos de las grandes empresas, mientras Salander investiga en la red las asechanzas de los malvados utilizando sus mismas armas para vengarse. En fin, el idealista que busca la verdad y lucha contra la injusticia, la intolerancia y la corrupción, y la heroína que brega con el trabajo sucio. Con cierta ligereza, al consolidarse este personaje, desquiciado icono feminista del pirateo informático, se ha etiquetado esta serie policíaca bajo el rubro del «techno-thriller». El hábito no hace al monje. Especialmente en el folletín, donde la estructura determina tanto los personajes como su conducta melodramática. Definitivamente, David Lagercrantz se ha abandonado al efectista género del goticismo posmoderno, donde prima los estereotipos trasmutados en modernos emblemas pop y las situaciones chocantes, que desbordan este ejercicio de estilo retro típico de ciertos thrillers de acción. Esa es quizá su debilidad y también su fuerza narrativa al recurrir a los clichés y a una sobreabundancia informativa para redondear una intriga repleta de subtramas que se entretejen con una acción realmente bien dosificada. El resto es una novela repleta de reflexiones y un exceso de verbosidad que encandilará al lector fiel, pero que impacientará al ávido de concisión y de una intriga que no pare de zarandearlo por una vertiginosa montaña rusa de infarto.