Los 200 hijos del viejo doctor
El 5 de agosto de 1942, en el gueto de Varsovia, Janusz Korczak, junto a sus «200 hijos», emprendió la marcha hacia los trenes de la muerte y hacia la leyenda. La monstruosidad que ocurrió aquel día se narra en la famosa novela «El pianista», de Wladyslaw Szpilman. El «viejo doctor», con una sonrisa, les dijo a los niños del orfanato que dirigía que se preparasen para ir de excursión. Cambiarían el aire opresivo de aquel gueto por praderas llenas de flores, arroyos en los que podrían bañarse y bosques llenos de fresas y setas en los que podrían hartarse de comer. Les pidió que se pusieran sus mejores ropas, que eligieran el juguete o el libro que más les gustase y que formaran una fila de a dos.
Felices y sonrientes, emprendieron la marcha. Al frente de sus «doscientos hijos» iba el propio Korczak agarrado de la mano de uno de sus pequeños. Guiando el macabro itinerario, marchaba un oficial de las SS. El destino final: el campo de exterminio de Treblinka. Podría haber evitado su muerte aceptando un puesto en la zona polaca de Varsovia, pero se negó a abandonar a sus criaturas. No en vano, y de manera premonitoria, había dejado escrito que «lo más fácil es morir por una idea. El pecho agujereado por las balas, un arroyo de sangre... Lo más difícil es vivir por una idea, día tras día, año tras año». El diario se escribió durante los tres últimos meses de su vida pero contiene el compromiso de toda su existencia. En estas páginas encontramos al Korczak autor, cuyas novelas ingeniosas y libros infantiles se leían en toda Europa –«El rey Matías I» o «Cómo hay que amar a un niño»–; el Korczak médico, cuya investigación y publicaciones en revistas resultaron cruciales para mejoras importantes en la pediatría polaca previa a la Segunda Guerra Mundial. Pero sobre todo conocemos al excepcional administrador de orfanatos, uno de los grandes innovadores educativos y defensores de los niños del siglo XX, cuyo trabajo ayudó a motivar la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño.
Hablamos del hombre que rescató a cientos de menores judíos de una vida de abandono y mendicidad para darles un hogar en el que puso en práctica toda su sabiduría sobre la infancia. Creía en ellos y les educó en la libertad de que pudieran gobernarse a sí mismos. Por ello les alentó a elegir un parlamento, a organizar un tribunal o publicar su propio periódico semanal. Representaban obras de teatro, leían a Tagore e incluso juraban «cultivar el amor por los seres humanos, por la justicia, la verdad y el trabajo».
Escribir de noche
Aún cuando se vio obligado a trasladar el orfanato al gueto después del ascenso de Hitler al poder, y de que la comida y las medicinas escaseaban, nunca perdió la calma ni la esperanza. Jamás se desvió un milímetro de sus ideales. De todo nos hablan las páginas escritas por las noches y abordadas con una calidad literaria impactante. Con el carácter fragmentario que el género permite, nos ofrece una composición libre de escenas, imágenes, observaciones triviales del día a día en el hospicio alternadas con reflexiones del más alto nivel en una fusión y confusión de planos y tiempos narrativos. El legado último de un hombre al que le parecía inadmisible dejar el mundo tal y como lo encontramos; las palabras de un visionario luminoso en su última batalla contra la barbarie. Para emoción y desgracia también, es un libro que se cuenta a sí mismo.