Maratón frenética
Ya no se puede leer a Hunter S. Thompson tal como se leía en otra época, cuando el creador del periodismo gonzo era capaz de pegarse un atracón de drogas, alcohol y desmesura y, con todo eso en sangre, irse a cualquier parte no para cubrir un hecho cualquiera, sino para hacer, con todo lo que acontece alrededor de un hecho cualquiera, un reportaje en el que el verdadero protagonista, era el periodista y sus circunstancias. Así lo hizo en «El Derby de Kentucky es decadente y depravado», donde en lugar de cubrir estrictamente la noticia prefirió contar, con un ritmo frenético y endiablado, el ambiente que rodeaba la famosa carrera de caballos purasangre, dando origen, a su vez, al término con el que la obra de Thompson (que se quitó la vida en 2005) se hizo conocida: periodismo gonzo.
Pero los tiempos han cambiado, el periodismo ha evolucionado y hoy perseguir la estela de un reportero que no deja de tomar alcohol y de consumir drogas ya no resulta tan atractivo como antes: los lectores de ahora buscan información, datos precisos, color e historias que estremezcan y que den cuenta de los que significa vivir en este mundo. De ahí, pues, que en «La maldición de Lono» (que Thompson escribió en 1980 a partir de la maratón de Honolulú y con todos los gastos pagados) importe menos lo que le ocurre al periodista que lo que el periodista, en verdad, cuenta.
Así, lo más atractivo de este libro no es la peripecia del autor por las calles y las playas de Hawái junto a su amigo el dibujante Ralph Steadman, sino la descripción de una atmósfera agobiante, a veces turbia, y cuyo origen parece encontrarse en Lono, el «dios del exceso y la abundancia», capaz de llevar al delirio a los habitantes del archipiélago y, de paso, a los participantes de una maratón en la que lo único que importa es haber llegado a la meta.