Mary Shelley, más allá del monstruo
«No sucedió en una noche, ni en otro tiempo. Sino en una mujer. Se llamaba Mary Shelley y su mirada es la que ahora nos ve desde las páginas de este libro», decía el cineasta y escritor Gonzalo Suárez a propósito de otro volumen publicado este año: «Frankenstein. Un mito literario en diálogo con la filosofía, las ciencias y las artes» (Almuzara). Y no podía tener más razón. Todo empezó en ella y aquella noche del llamado «año sin verano» en Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, en 1818, cuando dio a luz su novela titulada «Frankenstein o el moderno Prometeo». Doscientos años después, su monstruo se ha convertido en una leyenda, en uno de los grandes mitos nacido de la imaginación de una joven marcada por una vida turbulenta.
Sampson, poeta antes que biógrafa, nos desvela a través de los diarios y las cartas de la escritora, un personaje complejo, que siempre fue fiel a sus ideales, y que cultivó su pasión literaria en un tiempo en que ser mujer y escritora era una anomalía. Nacida en 1797, Mary fue la hija de unos padres intelectualmente formidables. Su madre, Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo, fue la controvertida autora de «Una reivindicación de los derechos de las mujeres». William Godwin, su padre, escribió novelas y obras políticas que expresaban el anarquismo, la libertad y el amor libre. Lamentablemente, la infancia de Mary fue un infierno ya que su madre falleció días después de alumbrarla y su padre se tornó en un verdadero ogro que empeoró al contraer segundas nupcias.
Una fuga sonada
En la adolescencia de Mary, Percy Bysshe Shelley entró en la esfera de Godwin. Heredero de una baronía era un aspirante a poeta que ya había demostrado su capacidad para la iconoclasia. El interés por el padre se extendió a su hija y, aunque estaba casado, el escritor no demostró ningún impedimento para que Mary se fugara con él, acompañados de su hermanastra, Claire. Las circunstancias pronto resultaron arduas y el viaje se pareció más a una fiesta en el infierno que a una fantasía romántica. La cruda realidad obligó al trío a regresar a Inglaterra, donde tanto Godwin como el progenitor de Percy estaban furibundos. El padre de Mary había cantado los elogios del amor libre pero que su hija e hijastra se escapasen con un poeta salvaje era algo diferente. Vivieron en distintos lugares pero, cuando se publicó Frankenstein, Mary insistió en que se mudaran (con su hermanastra a cuestas) a Italia, donde había una epidemia de cólera. Para qué abundar en una historia sabida. De los hijos nacidos de la pareja, solo uno sobrevivió. Mientras Mary consentía, Percy le fue infiel con cuantas mujeres pudo hasta que murió en un accidente de navegación a los 29 años. Siguió luchando por su único hijo vivo, Percy Florence, y fue leal a Percy y a sus versos. Por ello trabajó denodadamente para que el mundo le recordara.
Nada nuevo salvo la poética con la que está narrado y el placer de leerlo compilado y aseado. Únicamente cabe un «pero»: su audaz estructura, con saltos cronológicos, hace que el lector implore por un cronograma para no perderse. Resulta, no obstante, una delicia.