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Mirando la pared

larazon

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«La escritura es todo lo moviente» y «(solo) permanece lo que espera ser escrito». Desde «Pisapapeles en la arena» –incluido en la antología «Las ínsulas extrañas»–, Padorno traza una equivalencia entre el ideal del poema y la orilla playera, que –para evitar platonismos y consciente de que lo universal es lo local sin paredes– llama por su nombre, «La Puntilla», a un extremo de la playa urbana de Las Palmas, en donde vive desde niño. En pocos poetas actuales se cumple la segunda parte del binomio de Lezama: nada más estúpido que mirar una tarde un punto de la pared; nada más heroico que hacerlo toda la vida. En su caso, es una pared acuática, engañosamente traspasable, que el poeta aborda con una sincronía feroz, para no perder comba de los símbolos que las olas traen. Poeta «sin concesiones» lo llama en el prólogo J. Rodríguez Padrón; que no evoca sino que convoca (hacia «el presente del futuro»), y sigue bajando a la arena en primicia desde su atalaya de septuagenario. Órfico y metapoético, acentúa su denuncia socio-existencial del «a-isla-miento» (Unamuno). Habla de «la molienda colonial», desde «el gredal africano» y «el sumidero atlántico». Su frecuente publicación en editoriales locales ha impedido situar a uno de los poetas vivos más importantes del hispanismo atlántico. No por nada, suele hacerse eco del poema «Desmemoriada España» de Blas de Otero: (A los canarios) «En Cuba les llamaban los isleños. / En España apenas si les llaman».