Nadie entiende a Fernando Pessoa
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El hecho de ser Fernando Pessoa un autor que apenas publicó en vida, un autor de manuscritos y no de «libros» al uso, más su heteronimia, su desdoblamiento en cien seudónimos, incrementa un misterio y una hondura que se renuevan con cada novedad editorial al respecto. Jerónimo Pizarro, en su estudio «Alias Pessoa», se preguntaba: «¿Existe Pessoa?», a raíz justamente de esa heteronimia, de la manipulación textual de los editores frente a una obra guardada en dos baúles a su muerte que es casi imposible de ordenar. Junto con este trabajo aparecido en Pre-textos, también veía la luz recientemente «Iberia. Introducción a un imperialismo futuro», un conjunto de borradores que nos acercaban a la vertiente política del poeta. El libro había que comprenderlo dentro de la idea pessoana, ya latente en los versos de «Mensagem», de una resurrección del patriotismo luso, de la reivindicación de una cultura que tendría que extender puentes con la nación vecina, además.
Cito estas dos novedades porque se relaciona con este Pessoa de un título que puede sorprender: «Diarios completos», con traducción y prólogo de Gonzalo Torné. Tenemos en estos textos sus apuntes privados de juventud, además de una selección de pasajes del «Libro del desasosiego» marcadamente autobiográficos, además de unos cuantos poemas de sus heterónimos más conocidos, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Alberto Caeiro, a los que habría que añadir el ortónimo Pessoa. Esta combinación de cuatro «subpersonalidades», nacidas en un triunfal día de 1914 que originará un «drama em gente», iba a esconder para siempre un anhelo común: el de no esperar nada de una existencia dedicada solo al pensamiento.
Espíritu contradictorio
Pues bien, estos diarios nos dan la clave tanto de lo que él mismo llama su «máscara dramática» como de su postura de entrega a su país mediante profundos sentimientos, lo cual implicaba mantenerse contrario al internacionalismo. Así, desde 1906 a 1935 descubrimos a un Pessoa que muy pronto se ve como un ser incomprendido por sus familiares, henchido de bondad y fraternidad en grado sumo, un solitario que se observa como un espíritu de contradicción y que se ha impuesto ser «un espectador de la vida» al reconocer que no se involucra emocionalmente en nada, que actúa desde su interior. La mezcla de aislamiento y sociabilidad que conocemos en él se ve claramente en algunas entradas, donde reconoce no relacionarse con los demás, aunque acto seguido cuente con quién ha paseado o conversado. Su único interés «es descifrar algunas visiones», pues no en vano su faceta ocultista también se deja sentir en estas páginas en las que confiesa «un amor intenso por lo misterioso, por lo enigmático, que no deja de ser una variante del principal rasgo de mi personalidad». Y ésta es sobre todo, ya lo dice en 1907, cuando aún no tiene ni veinte años, la que descansa en sus dos «yoes» que se hacen sufrir mutuamente. A veces eso se proyecta en la impresión de padecer locura, pero todo se hace arte por medio de una incertidumbre que da pie a la sensación que originará toda su obra: «Me siento múltiple».