Onetti, sí; los Panero, no
José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) es, además del reconocido novelista y poeta integrante de la generación literaria de 1950, un sagaz crítico cultural de aguda opinión sobre diversas materias estéticas y variados protagonistas sociales. Ya había dado buena muestra de ello en «Oficio de lector» (2013), un volumen recopilatorio de sus mejores artículos y ensayos sobre literatura española, tanto clásica como contemporánea. Y ha frecuentado asimismo la semblanza, todo un género literario que requiere buenas dotes de observación, dominio del retrato moral y una distante ironía expresiva. De todo ello hay, sobradamente, en «Examen de ingenios», una amplia colección de perfiles en la que conviven escritores, artistas plásticos o señalados personajes del espectáculo.
Directo y desinhibido
En todos los casos se incluye el trato personal o la amistosa confianza con el retratado, que no excluye la sarcástica mirada, la mordaz adjetivación, la anécdota graciosa o el lúcido reparo. En la mejor línea tradicional de esta modalidad literaria, que ya cultivara en su día Francisco Umbral y, actualmente, Luis Antonio de Villena, Manuel Vicent y Antonio Lucas, estas páginas revelan la acerada perspicacia con que su autor examina ambientes, estéticas, generaciones y colegas que también, o sobre todo, le retratan a él, en un fecundo ejercicio de autorreconocimiento biográfico.
Estas semblanzas oscilan entre el auténtico ensayo crítico-literario, como en los casos de Guillén, José Agustín Goytisolo o Neruda, y el perfil episódico y superficial que da, sin embargo, una perfecta noción del huraño Baroja, el imperturbable Azorín, el mundano Carlos Fuentes, el atrabiliario Eugenio d’Ors o el taimado Borges; sin olvidar la profesionalidad de Adolfo Marsi-llach, el experimentalismo de Luis Martín-Santos, la intuitiva inteligencia de Rulfo, el lúcido mutismo de Miró, la solvencia lingüística de Ignacio Aldecoa, la entereza ética de Delibes y la áspera personalidad de Cela, entre otros muchos personajes y referencias. Es ya conocido –y se hace aquí patente– un cierto tono de suficiente displicencia y estudiada altivez que caracteriza al Caballero Bonald opinante y discursivo, pero este estilo refuerza también la espontaneidad de unos juicios sinceros y honestos, directos y desinhibidos. No escatima, por otro lado, parabienes y admiraciones como los dedicados a Cunqueiro, Claudio Rodríguez, Alejo Carpentier u Onetti; así como esquinados rechazos, entre los que el retrato de la familia Panero puede ser un sobrado ejemplo. Filias y fobias, en suma, legítimas en su honrada subjetividad y probada eficacia narrativa. Es esta una escritura de elaborada factura sintáctica, soterrada emotividad, buen pulso descriptivo e inmejorable memoria sobre un tiempo y unas vivencias de indudable interés intelectual. Sobre Ayala leemos esta lograda evocación: «Siempre lo veo cruzando pausadamente por delante de algún jardín, alguna biblioteca, algún aulario. Era un anciano circunspecto y dinámico, pulcro y de buenas maneras, acogedor en según qué casos y con una recámara crítica tipo granadino propalada en dosis estimables».
Un lenguaje irónico, la ocurrente selección de anécdotas, una larga experiencia creativa y un punzante humor crítico convierten el libro en un extenso y a ratos profundo retrato de la cultura española contemporánea, combinado con una reflexión sobre el cambio de las mentalidades sociales y el poder del recuerdo. Los aquí evocados no responden a un perfil monocorde y sus condicionamientos sociales, estéticos o políticos generan las luces y sombras de sus carácteres, fijan el lado humano de su personalidad.