Palabras como cuchillos
Es cierto que «Vivo o muerto» tiene algo de Elmore Leonard en los diálogos fríos y cortantes como un picahielos y en las situaciones extravagantes que viven los protagonistas, como también hay un mucho del más genial de los escritores de novela negra brutal («A quemarropa») o en clave de comedia disparatada (olvidar «Two Much», la película de Fernando Trueba, pero no la genial novela titulada en España «Dosmasié»): Donald Westlake. Los fans de Weslake saben reconocer los homenajes en las novelas de autores como Michael Robotham, donde prima el delirio contenido y las situaciones absurdas. Como hacen Elmore, el lacónico, y Donald, el anfetamínico. Ambos, literariamente soberbios en la construcción de sus tramas a partir de los personajes, seguros de sí mismos y con unos diálogos directos. Robotham es del género de estos escritores clásicos.
Los tres triunfan entre fans y sus novelas venden millones de ejemplares, pero permanecen en un segundo plano de popularidad. Dotados de un particular fulgor narrativo: diálogos sintéticos que construyen personajes que conducen la acción sin contemplaciones. Ahí está Audie Parker, un hombre que sufre como un «eccehomo» sin perder las esperanzas de sobrevivir. «Así es como percibe su pasado: como un remolino de polvo y basura». Ese es el mundo que le ha tocado vivir. Sucio y degradante y, sin embargo, Audie sigue su camino directo al fracaso. Enamorado de una Gilda, que, como el resto de personajes de «Vivo o muerto», están atrapados en un universo cerrado como la cárcel de la que el protagonista escapa un día antes de cumplir condena.
Muerte cerebral
Robotham tiene una altísima calidad literaria. Recurre a sentencias crueles: «En Texas sólo se ejecutan a las personas que están en el corredor de la muerte, no a las que están en muerte cerebral, porque eso significaría sacrificar a la mayoría de sus políticos». Se cifra su valía en la precisión de la trama, narrada de forma pausada. El lector acompaña al narrador y observa cómo surgen personajes singulares y situaciones extravagantes. El resto es un juego entre el autor y el público, asombrado por la facilidad con la que se compone este soberbio relato. Así es la buena literatura.