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Pérez-Reverte: «Las grandes palabras y las banderas me producen suspicacia»

Arturo Pérez-Reverte / Escritor. Cambia de héroe y de registro. El «padre» de Alatriste se pasa al género de espías con la historia de un vividor amoral y mujeriego, Falcó, que pulula por la España de la Guerra Civil. De aquel conflicto, dice el autor, sólo queda en la sociedad española actual una «parodia de buenos y malos»
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Falcó es el nuevo héroe del escritor, un tipo duro y aventurero sin ataduras morales ni escrúpulos que arroja a las brasas de la contienda española, a un conflicto donde los hombres se matan sin apenas mirarse a la cara. Todo ello lo analiza y explica el autor y académico en una entrevista
Un tipo duro, un aventurero construido con las fuertes aristas del desencanto y la desilusión, de los que encajan con ironía el balazo definitivo o sonríen con pesar al ver pasar su destino subido a unos zapatos de tacón. Arturo Pérez-Reverte se ha sacado de la chistera de la imaginación un personaje sin ataduras morales ni escrúpulos, un vividor sin más lealtades que él mismo ni más propósito en el horizonte que llegar vivo a la mañana siguiente. Un ángel caído de la burguesía y de las familias con pasta, uno de esos muchachos que han aprendido a domesticar el miedo en el yunque del peligro y los riesgos; un espía, un contrabandista de armas, un golfo simpático que emerge de esa marea de recuerdos y fantasmas que han dejado los conflictos armados en la conciencia del novelista, de todas esas imágenes que aún sobreviven en la confusa retina de su memoria. Su nombre es Falcó, un héroe del siglo XX para el siglo XXI, que el escritor ha arrojado sin compasión a las brasas de la Guerra Civil española, a un conflicto donde los hombres aprendieron a pelear como bestias contra sus propios hermanos.
–Un nuevo héroe...
–Mis novelas son siempre de héroes. Lo que sucede es que evolucionan a medida que yo envejezco y, por eso, estos héroes cambian su punto de vista, sus circunstancias, el entorno en el que se desenvuelven y hasta sus actitudes. Mis héroes arrancan de los libros que leí de joven, pero pasados por la experiencia de reportero de guerra, que filtró al héroe ingenuo de mi infancia, le quitó su inocencia y lo convirtió en uno realista.
–¿Cuál es la diferencia entre Falcó y Alatriste?
–Alatriste tiene aún una moral porque ha tenido fe en palabras como honor, patria y bandera que, después, la vida le ha ido quitando. Alatriste se aferra a los restos del naufragio de sus ideas. Pero Falcó nace totalmente amoral. Es un espía, un aventurero al que le gustan las mujeres, un hombre sin escrúpulos.
–¿Ninguno?
–En apariencia. Esa actitud no moral, y no digo «inmoral» ese desapego de los ideales y las causas caracteriza a Falcó. A diferencia de Alatriste, Falcó no fue inocente ni cuando era pequeño.
–¿Cómo son los héroes de hoy?
–Como los de mis novelas. El héroe ha perdido su inocencia y el lector con él. Las palabras que antes se escribían con mayúsculas ahora se redactan sin ellas. Los héroes de antes movían masas; ahora a nadie. Pero el héroe y el heroísmo seguirán existiendo mientras existan el valor, la dignidad y la coherencia.
–¿Cuándo las palabras perdieron la mayúsculas para usted?
–Mis 21 años como periodista en conflictos bélicos hicieron una saludable poda de las palabras con mayúscula. Perdí la inocencia en la guerra respecto a mí y los demás. La guerra me hizo madurar, me afiló la mirada y con esta mirada escribo novelas.
–¿Y la consecuencia de todo eso ha sido...?
–Cuando uno deja de creer en el hombre, de forma colectiva, no de manera individual, necesita otras cosas en las que creer. Yo creo en los libros, los amigos y los perros y en los niños... hasta que empiezan a crecer.
–La guerra, ¿un buen tiempo para la mala gente?
–La guerra proporciona impunidad; la guerra, para los oportunistas, los demagogos, los cobardes, para los que corren a arrimarse al bando del vencedor, que son centenares, ofrece impunidad. La guerra es un buen momento para, sobre las ideologías y las causas, ajustar cuentas con el que odias: el juez, el sastre, el adversario, el enemigo, el vecino. Lo he visto, no me lo han contado. He presenciado ajustes de cuentas implacables en los Balcanes, en El Salvador, en Nicaragua, en Rumanía. En la guerra aflora lo que la sociedad convencional, la educación, la cultura y el miedo al castigo mantienen a raya.
–No se casa con nadie en esta novela.
–Cuando vives una guerra de cerca, te das cuenta de que el discurso de alto nivel puede ser ideológico. Ahí sí intervienen las ideologías. Pero cuando bajas a las trincheras, no hay más que seres humanos. Jamás he visto a nadie morir por la patria o la bandera; los he visto morir por el compañero, por dignidad, miedo, sobrevivir, vergüenza. En la trinchera son todos iguales, no hay buenos ni malos. Este contacto con la trinchera, con la vida real, me dio escepticismo respecto a las grandes causas. Las grandes palabras y las banderas me producen una saludable sospecha, suspicacia. Falcó es el fruto de esto. Falcó no cree en las causas, se mueve al nivel de los seres humanos, siendo él parte del horror.
–Sin códigos...
–Bueno, aunque es amoral, mis héroes siempre tienen un código al que atenerse más tarde o más temprano. Es lo que los redime, sino serían desalmados. Y Falcó, que es más oscuro y áspero que el resto, tiene algo de esto.
–¿Qué le duele más de un conflicto bélico?
–Los ancianos y los niños, pero con una diferencia: los ancianos me daban menos pena. Ellos han vivido y en buena parte son responsables de su destino, mientras que los niños no tienen culpa de nada. Algunos ancianos, además, son culpables de la guerra. Por eso me producen más compasión los niños. Fuera de la guerra, lo único que me enternece de verdad son los niños y los perros.
–Da una visión imparcial de la contienda del 36.
–Tengo una ventaja, no la he leído, me la han contado los testigos. Mi padre hizo la guerra, mi tío y mi suegro, también. Tengo una versión de primera mano. No es una versión ideológica de tercera mano completada con dos tuits y dos lugares comunes de unos o de otros; es una versión directa, completada con mi experiencia de la guerra; no soy un teórico. Cuando hablo de la guerra sé de qué hablo, tanto de la Guerra Civil española como de otras. Cuando nací, todo estaba allí. Las huellas de la metralla, las pintadas, los refugios antiaéreos. En un solar podía leer: «Viva Largo Caballero».
–¿Y cómo definiría la Guerra Civil española?
–La palabra lo dice: «española»; la palabra «español» implica envidia, vileza, infamia, insolidaridad, brutalidad e incultura. Eso fue la Guerra Civil. La palabra «española» la define perfectamente.
–Demasiadas venganzas ...
–En los dos bandos hubo oportunistas que no fueron al frente y se quedaron en la retaguardia. Hay un montón de gente con la camisa azul y el mono miliciano que aprovecharon para ajustar cuentas, matar, robar y violar. El bando de Franco ganó y por eso lo hizo por más tiempo. En Nicaragua o el Líbano he visto personas con uniformes que en el nombre de la revolución o del Gobierno mataron, robaron y saquearon.
–También hubo buenos actos.
–Pero no se dice. Lo de adjudicar virtudes a un bando y quitárselos totalmente al otro me parece una barbaridad. Los franquistas negaban toda virtud a los rojos y cuando llegó la democracia, los del bando nacional eran todos criminales ajenos a cualquier virtud. Y no era así. No es verdad. En los dos lados hubo héroes y canallas. Es muy español negar al otro hasta el valor. Esta estupidez es lo que más daño hace.
–¿Qué opina hoy de las ideologías?
–Son necesarias. Otro asunto es que la ideología te ciegue y te impida el diálogo con el que tiene una idea diferente. Las ideas no son malas, es malo el fanatismo, que impide intercambiar ideas con normalidad. Estoy contra la estupidez y el fanatismo. Junto la incultura, son los tres factores esenciales que hay en todas las guerras. A eso hay que añadir la crueldad intrínseca del hombre.
–¿Todavía está presente la Guerra Civil en nuestra sociedad?
–Lo que está presente es una estúpida parodia de buenos y malos que el fanatismo, la incultura y la demagogia presentan como tal.

Sencillamente, la historia de un espía

Hace hincapié, pide que se subraye que esto no es un libro sobre la contienda del 36, que su propósito sólo es «contar la historia de un espía», una novela que «enganche al lector para que lo pase bien. No quiero explicar la Guerra Civil a nadie». Pero Arturo Pérez-Reverte, sincero, claro, admite que discrepa de la versión que los políticos dan de este enfrentamiento: «No me gusta, me parece despreciable; costó mucho trabajo, y buena voluntad, sentar enfrente a adversarios de la Guerra Civil. Que Carrillo estuviera sentado con Fraga fue una hazaña democrática admirable, y que eso ahora se olvide y se desprecie es irresponsable y suicida». Luego añade una aclaración sobre la ideología de su personaje: «Él está de su lado. Cuando su jefe le dice que se han sublevado los militares, Falcó responde: “Estamos a favor o en contra”. Eso sitúa su ideología. Mi suegro, que era de izquierdas, luchó con los nacionales y fue héroe de guerra; mi padre y mi tío, que eran de buena familia, con los republicanos. Eso que cuentan de que fue el pueblo contra los señoritos, ricos contra pobres, no está claro». Pérez-Reverte, no obstante, está preparado para que le critiquen de un lado y otro: «Sé que va a ocurrir. Lo tengo previsto y lo espero con una divertida expectación».

El sentido de la aventura

¿Por qué libros de aventuras? El autor de «El club Dumas» no recurre a argumentos ni teorías meditadas con antelación. Él prefiere ser directo y no andarse por las ramas: «No sé si son necesarios para la humanidad. Pero para mí, y los que son como yo, sí. Necesitamos esa incertidumbre que te lleva a pasar la página, ver a los compañeros que sigues adentrarse en territorio hostil; no conocer lo que va a suceder, si esa empresa va a terminar en victoria o en fracaso. Nunca he pretendido hacer mejor a la humanidad escribiendo novelas. Sólo quiero hacer la vida de los demás más agradable. Pero eso sí, intento escribir novelas de aventuras complejas, con muchas derivaciones».

Ficha

«Falcó»
ALFAGUARA
296 páginas,
19,90 euros