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Reunidos los «paisajes interiores» de Cortines

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La publicación de la antología de Jacobo Cortines «Pasión y paisaje. Poesía reunida (1974-2016» (Fundación José Manuel Lara, Colección Vandalia) supone una oportunidad de redescubrir a un poeta en cierta medida secreto, alejado tanto física como estéticamente de los cenáculos, siempre a contracorriente precisamente por su fidelidad a conceptos que pueden resultar hoy obsoletos («Emoción, belleza, exigencia...», cita él mismo). Un sevillano clásico y contenido en los tiempos en que en Barcelona y Madrid triunfaban los chispazos de genio exhuberante pero también los falsos ruiseñores de los novísimos.

- «Taché a los novísimos»

El primer poemario de Cortines data del 74, apenas cuatro años después de la edición de Castellet de «Nueve novísimos poetas españoles». Por entonces, el sevillano era más hermético, más arrebatado y gongorino de lo que lo fue con posterioridad. Aún así, nada que ver con la tendencia imperante. «Incluso recuerdo haber tachado páginas enteras de aquella antología de los Novísimos», confiesa, «aunque me arrepiento de haberlo hecho».
El peso de la tradición no es un lastre sino un cómplice en la poesía de Cortines: Horacio, Virgilio, Petrarca (del que ha sido reputadísimo traductor), Bécquer, Garcilaso, Cernuda, Leopardi... «He pretendido ser coherente a mi ideal poético y el hecho de estar en Sevilla ayuda a mantener la independencia». Andrés Trapiello, compañero de generación, tilda a la poesía de Cortines de «enraizada, con una dicción muy clásica, sevillana, pero sin ser estilista o palabrero, un prosaismo sentimental de resonancia musical, reflexivo y no torrencial». Ese clasicismo andaluz, marmóreo y senequista de Fernández de Andrada o Herrera, sevillanos ambos, que transpira en la larga «Carta de junio» o en esos poemas breves que rozan el haiku y que son paisajes de dentro afuera: «‘‘Inscape’’, como decía Hopkins, frente a «‘‘landscape’’», precisa el poeta.