Un crimen para paladares exquisitos
Cuando Raymond Chandler utilizó el gimlet como el cóctel preferido de Philip Marlowe en «El largo adiós» (1953) lo hizo para caracterizar al detective con un toque de melancolía por la pérdida de su amigo Terry Lennox. Ignoraba que no sería en el Victor’s Bar de Los Ángeles sino en el Gimlet de Barcelona, donde nostálgicos de Vázquez Montalbán brindarían a su salud. Cuando éste escribió su primera novela policiaca quiso singularizar a su detective Carvalho por su pasión gastronómica, al modo de su precedente más famoso, el inspector Maigret, incluyendo en sus novelas recetas de la cocina tradicional española y un aperitivo, el «Singapur Sling», remedo del Gimlet.
De Montalbano a Brunetti
Años después, en su homenaje al autor barcelonés, Andrea Camilleri llamó a su personaje comisario Montalbano y dotó al detective con idéntica afición por la gastronomía siciliana, un rasgo de estilo que comenzó a extenderse por la literatura negra mediterránea. Donna Leon quiso también que la filosofía antigua y la buena cocina veneciana fueran los rasgos que singularizaran al comisario Brunetti, hasta el punto de protagonizar libros de cocina de gran éxito. Y en una escala menor, el taciturno comisario Ricciardi, de Maurizio de Giovani, menciona los platos típicos de la cocina napolitana como lo hace Kostas Jaritos de los griegos en la saga de Márkaris.
Hoy, en España, los novelistas imitan los dos rasgos característicos de estas novelas: su pasión culinaria y hacer de su ciudad o región protagonistas de sus narraciones. De la gran urbe como escenario privilegiado de la novela negra clásica se ha pasado a distintas vertientes del policiaco rural y provincial, resaltando ese costumbrismo que Pereda llamó «El sabor de la tierruca». La novela criminal gastronómica comienza a ser un subgénero de éxito. En 2014, el alemán Tom Hillenbrand publicó «Un cadáver entre plato y plato», sobre el asesinato de un afamado crítico, y Yanet Acosta narra la muerte del mejor cocinero español atragantado con un pulpo en Corea en «El chef ha muerto». Pero el ejemplo más extremo de fusionar la novela criminal con la alta gastronomía es «El aroma del crimen», del donostiarra Xabier Gutiérrez, director del departamento de innovación de Arzak en San Sebastián. En su primera novela policiaca ha seguido los dos rasgos mencionados: hacer de su ciudad el ámbito de la acción y de cocineros, restaurantes y recetas los elementos de la intriga criminal que engancha, y con evidente talento, logra mantener en suspense al lector. Se excede en su pasión gastronómica, hasta hacerla anecdótica, pero cuando retoma el meollo criminal se nota que tiene un talento innegable para narrar y hacer del oficial Vicente Parra un personaje con vuelo literario suficiente para protagonizar una serie de novela negra gastronómica.