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Y Mendelssohn bajó del tejado

larazon

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Quizá Weil sabía que el amargor se nota menos si antes se ha tomado un dulce, y, tal vez por eso, inició esta novela con una escena de humor checo: un día el Reichsprotektor Reinhard Heydrich levanta la mirada hacia lo alto de un edificio de la Praga ocupada por los nazis y ve la estatua de Mendelssohn, al que sabe judío. Y da una orden para que la retiren. Ahí empieza una odisea sarcástica de pequeños empleados nazis y obreros checos, a los que envían al tejado a quitar la estatua. Inmediatamente descubren que nadie sabe identificar al músico, incluso se equivocan al principio y la confunden con la de Wagner. Todos, funcionarios y obreros, están aterrorizados por las consecuencias de no cumplir la orden de Heydrich (cruel y temible). Durante una serie de páginas, seguiremos estas peripecias para encontrar, incluso buscando especialistas en el Consejo Judío, que supieran cómo era Mendelssohn. El lector verá la perfecta forma en que Weil crea los personajes, desde los dos obreros, Becvar y Stankovsky, hasta el portero de uno de los sitios donde tienen que acudir, Reisinger. Weil se mete en el corazón de los personajes y habla de todos los que intervienen en la novela: lo mismo del Jefe del la Oficina Central que del nazi Heydrich.

Trenes y asesinatos

Lo que empezó en clave de humor va llevando al lector al núcleo del horror: violencia y trenes que parten hacia los campos de concentración. Un mundo que Weil va contraponiendo constantemente: los que son felices en sus humildes casas y se ven arrastrados a campos de trabajo y los que detentaban el poder y son ejecutados en un atentado, como Hey-drich. Una vida, que aparentaba ser lógica y normal, se ve destruida y mostrada como algo irracional. El lector comprenderá mejor esta obra, donde se amalgama el documento (yo estudié en su momento, por ejemplo, el atentado a Heydrich, y Weil hace un informe exacto de los datos que se tienen) y la creación de personajes, si sabe que esta obra se publicó póstumamente y Weil dedico quince años a su escritura. Es decir, que aquí se mezclan no sólo sus vivencias en la Praga ocupada, sino la visión de su estancia en la Unión Sovietica. Porque esa capacidad de análisis que muestra Weil, a pesar de pertenecer al partido comunista, le iba a mostrar como a un intelectual que sería perseguido de igual manera por los nazis que por los comunistas. Ningún régimen totalitario quiere observadores, sólo admite coros o silencios. Y en Weil la lucha siempre está presente: incluso los seres sin esperanza se muestran al final fuertes frente al infortunio y la muerte, como unos judíos que cantan viejas canciones antes de ser ahorcados, o niñas que, golpeadas hasta la agonía, recitan canciones infantiles. Porque bajo las descripciones exactas, en la creación perfecta de personajes, escribiendo de estatuas que una vez condenan y otras salvan, así, bajo todo ese mar de mercurio mortal, Weil acaba mostrando al lector que la dignidad conservada y defendida por el hombre más pequeño y humilde acaba por salvar a la humanidad, como la leyenda judía de los justos que hacen permanecer el mundo.