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«El odio» no verá la luz «sine die»: anatomía de un despropósito

El comunicado de Anagrama acerca del libro sobre José Bretón donde se comunica el aplazamiento 'sine die' de su publicación pone un punto y aparte a un episodio esperpéntico

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El último capítulo –hasta la fecha– de la dichosa polémica que ha generado la no-publicación del libro de Luisgé Martín, «El odio», es que la editorial Anagrama, responsable de la edición de la obra que recoge el fruto de tres años de conversaciones del autor con el parricida José Bretón, hizo público ayer un comunicado donde podía leerse su decisión de aplazar «sine die» la publicación y distribución de la misma. No sabemos si, acogiéndose a esa ambigua locución adverbial, «de manera indefinida», con la que Anagrama ponía punto y final a su mensaje, los editores esperarán a la sentencia que dicte la Audiencia Provincial de Barcelona tras elevar la Fiscalía un recurso por la desestimación de las medidas cautelares solicitadas –la paralización del libro– por el juez de primera instancia, o si «El odio» jamás verá la luz.

Lo que sí sabemos, con toda seguridad, es que todo este episodio que se ha desarrollado en torno a «El odio» ha sido un auténtico despropósito. Un despropósito que, hasta ahora, sólo ha hecho reabrir heridas, y que ha estado originado principalmente por un error de bulto de la editorial Anagrama y del escritor Luisgé Martín, quienes en ningún momento consultaron ni pusieron al corriente de la publicación a Ruth Ortiz, madre de los pequeños Ruth y José, asesinados por su padre, José Bretón, en 2011. No contar con esta venia era y es un escollo notable para que la obra salga adelante.

Por otro lado, la víctima Ruth Ortiz quizás ha estado mal asesorada: ya que era evidente que al denunciar la publicación del libro y pedir su paralización sólo iba a conseguir que se multiplicara el interés mediático de un lanzamiento que ya por lo delicado e inédito de la temática requería para sí los focos. Probablemente deberían haber recordado aquella genial frase de Manuel Azaña que venía a decir que en España no hay mejor manera de guardar un secreto que contándolo en un libro. Total, ¿quién lee en nuestro país? ¿Cuántos lectores iban a leer «El odio»: quince o veinte mil tirando por lo alto?

Consideración aparte merecen quienes han juzgado el volumen editado por Anagrama sin leerlo, porque sólo han tenido acceso a este un círculo muy limitado: periodistas y críticos. O sea, la propia denunciante, la Fiscalía, algunos políticos oportunistas, tantos y tantos tuiteros, los libreros exquisitos... ¿En base a qué censuran un libro que no han leído? Se lo diré yo: en base a sus prejuicios. Si tienen la oportunidad, que es muy probable que ellos mismos se la hayan boicoteado, que lo lean; que lean «El odio» y que luego opinen y actúen en consecuencia. Porque para ver las alas del pájaro primero hay que dejarlo volar.

Al final va a resultar que quien ha actuado con mayor sensatez y coherencia en todo esta asunto ha sido el titular del Juzgado de Primera Instancia nº39 de Barcelona, quien en su auto proclamó el «nihil obstat» basándose en que no tenía elementos de juicio para llevar a cabo la censura y primando la libertad de expresión. Es un argumento sencillo y lógico: «No he leído el libro, no puedo juzgar su contenido». De todas maneras, en fin, pasar un asunto literario por el fielato del juzgado es pretender analizar la samba desde parámetros prusianos.