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Wisława Szymborska: la Nobel que vivió el nazismo y el comunismo

Hoy se celebra el centenario del nacimiento de una poeta que cobró celebridad por ganar el prestigioso galardón en 1996
La poeta polaca Wislawa Szymborska
La poeta polaca Wislawa SzymborskaAFP

Madrid Creada:

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El destino reservó a la lengua polaca amplios laureles en el género en el que el idioma es más difícil de traducir y exponer al mundo: la poesía, sobre todo a partir de un trío que coincidiría por última vez en Varsovia, el 28 de julio de 1998. Ese día fue enterrado Zbigniew Herbert, y acudieron al funeral Czesław Miłosz y Wisława Szymborska, un trío que sufrió el hitlerismo y el comunismo, aunque de forma diferente.
Si bien Herbert militó en la resistencia y sus libros fueron prohibidos por el gobierno polaco, que hasta lo tildó de enfermo mental, y Miłosz tuvo que exiliarse y sólo volvería a Polonia –instalándose en la ciudad que le vio morir en 2004, Cracovia, donde también fallecería Szymborska en 2012–, tras la llamada «caída de la Cortina de Hierro», el caso de Szymborska es en verdad bien particular: solía negarse al recuerdo personal y privado, y fue la insistencia de las periodistas Anna Bikont y Joanna Szczesna –ésta participante en la oposición al régimen prosoviético (KOR) entre los años setenta y noventa– lo que llevó al final a ir urdiendo un libro, «Trastos, recuerdos. Una biografía de Wisława Szymborska» (Pre-Textos, 2015).
Este estaba muy asentado en los propios poemas de la escritora que glosaron cada etapa de su vida, así como en las columnas que escribió durante treinta años y que tituló «Lecturas no obligatorias». Un trabajo en el que se captaba la personalidad bienhumorada de la escritora, su humildad y sencillez –tal cosa se nota sobre todo cuando le otorgan el premio Nobel en 1996, acontecimiento que la desborda y que temía al ser candidata varios años seguidos–, y su desapego al comunismo que, tras la Segunda Guerra Mundial, cierta juventud polaca pensaba que sería la salvación de la sociedad.
Sus antepasados (con abuelo escritor), su niñez y amor por su padre, su pasión temprana por Charles Dickens, su educación en la clandestinidad al cerrarse la escuela, sus primeros tanteos poéticos ya con la guerra a cuestas…; cada etapa de la poeta estaba presentada con amenidad por parte de Bikont y Szczesna, siempre con testimonios orales o escritos, y hasta un punto de desconcierto, sobre todo al preguntarle sobre la experiencia de la guerra y sus escasas palabras al respecto, pese a que perdió a uno de sus primeros amores en el campo de Prokocim, a que un primo suyo murió en el Alzamiento de Varsovia, a que su familia participó en las insurrecciones y a que vio desfilar desde su casa a «soldados heridos cubiertos con vendajes ensangrentados». A lo que Szymborska contesta: «Jamás podría igualarme a Rózewicz o Herbert; en su poesía, el pensamiento sobre los caídos está siempre presente. Al leer sus poemas comprendí que expresaron sus experiencias de manera inigualable y que yo no sabría añadir ya nada».
Resultaba muy interesante conocer cómo Cracovia, una vez liberada en 1945, se entregó al frenesí cultural y cómo un grupo de escritores idealistas abrazaron los códigos comunistas, fundaron una revista y ella misma trató en sus poemas «el tema de la Unión Soviética como Estado amante de la paz, así como el de los criminales e instigadores del mundo capitalista». De hecho, «su debut literario llegó con el estalinismo», con el libro «Por eso vivimos», gracias al cual fue admitida entre las filas de la Unión de Escritores Polacos. Szymborska empezó a hacerse cargo de la sección de poesía de la revista justo cuando moría Stalin, a quien le dedicó un poema, y a pesar de que no se prodigó en esa vena ideológica, firmó «una decena de textos propagandísticos, unos cuantos poemas, o una declaración en que aborda su propia obra bajo el oscuro título: “Al Partido le debo el pleno conocimiento de la verdad”».
Esa verdad no tardará en esfumarse, junto a su primer marido, con el que se mantiene casada sólo seis meses pero que siempre será su mejor lector, amén de defensor de la idea de que el comunismo era la única vía posible para la felicidad humana. Ambos sin embargo acabarán desencantados del Partido, de sus censuras y exigencias, y se darán de baja. Sucede el Levantamiento de Octubre en 1956, esperanzador por cuanto el pueblo esperaba la desestanilización del país, y para Szymborska también es un punto de transición: lo político desaparece para dar paso a lo lírico, a la relación con la naturaleza. Su escepticismo y sentido del humor se acrecientan a medida que las distinciones llegan, con un cenit internacional en los noventa, en especial en diciembre de 1996, en una ceremonia de recogida del premio Nobel (Miłosz lo había recibido en 1980) en la que demostró su inclinación a permanecer humilde y discreta: «Tengo en gran aprecio dos pequeñas palabras: “No sé”. Son pequeñas, pero tienen alas».