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Lorca por Lorca

Este volumen es la memoria oral del poeta; el testimonio olvidado de las reflexiones, ideas, convicciones, dudas, certezas, motivaciones que el escritor dejó, a lo largo de su trayectoria vital y literaria en diferentes revistas, diarios y páginas impresas de diversa suerte y singladura.
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Este volumen es la memoria oral del poeta; el testimonio olvidado de las reflexiones, ideas, convicciones, dudas, certezas, motivaciones que el escritor dejó, a lo largo de su trayectoria vital y literaria en diferentes revistas, diarios y páginas impresas de diversa suerte y singladura.
Es indudable que la obra literaria y la personalidad de Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada, 1898-Alfacar, Granada, 1936) rebasan en la actualidad, y desde hace décadas, su estricta condición intelectual. El autor de inolvidables poemarios como «Romancero gitano» y «Poeta en Nueva York», o sobrecogedores dramas como «Yerma» o «La casa de Bernarda Alba» es también un emblema de la cultura popular, claro exponente de la lírica surrealista, renovador del clásico teatro trágico, inspirado intérprete al piano de la mejor música tradicional española, ocurrente conferenciante y dicharachero tertuliano, icono del progresista compromiso civil, lúcido intérprete de la sociedad de su tiempo, y alma de la irrepetible generación de 1927.
Todos estos referentes mantienen viva su memoria estética como un renovado símbolo de la acuciante modernidad. El cine ha recreado su figura en excelentes películas como «La luz prodigiosa», de Miguel Hermoso, basada a su vez en la novela de igual título de Fernando Marías; sus versos son comentados en la enseñanza secundaria y su obra toda rigurosamente analizada en el ámbito universitario; las piezas teatrales incesantemente representadas en clásicas o transgresoras versiones; sus dibujos valorados como muestra de una exquisita sensibilidad; y todo su mundo objeto continuo de congresos, exposiciones, debates y publicaciones que pretenden iluminar una figura que acaso nunca lleguemos a comprender adecuadamente.
Por si todo lo anterior fuera poco, y no por anecdótica menos importante, su proverbial, arrolladora simpatía, compartida con momentos de ceñudo ensimismamiento, formarían una imagen de acendrada entrañabilidad y fascinante magnetismo. Un Lorca sin fin que, junto a Salvador Dalí o Luis Buñuel, constituye un inagotable representante de la mejor cultura española contemporánea. Una aportación ya imprescindible en el marco bibliográfico de la obsesión lorquiana es el volumen «Palabra de Lorca». Declaraciones y entrevistas completas, en edición de Rafael Inglada, con la colaboración de Víctor Fernández y prólogo de Christopher Maurer.
Este reconocido hispanista evoca en sus palabras preliminares los días, abril de 1934, en que Lorca es ya plenamente consciente de la admiración y popularidad que ha adquirido sobre todo con su teatro. Acaba de regresar de Buenos Aires y Montevideo, donde ha triunfado con Bodas de sangre, granjeándose el respeto de la crítica y la adoración del público. Pero este éxito no es episódico o casual; desde mediados de los años veinte se ha difundido en prensa la figura y creaciones artísticas de Lorca; se han seguido sus pasos y la trayectoria de su estilo, a través de entrevistas, crónicas y reportajes sobre quien se iba consolidando como un completo escritor, original, brillante y único.
Los compiladores y editores de estos textos señalan acertadamente que a quien los protagonizaba no le gustaban las entrevistas; acaso una recóndita timidez o un recelo ante la exposición de opiniones o sentimientos le retraían ante este género periodístico. Pero a la postre un buen número de declaraciones y noticias sobre estrenos teatrales, viajes varios y actos culturales diversos conforman la silueta del hombre público, la dimensión social del intelectual y el sentido de una personalísima escritura artística. He aquí algunos de sus pensamientos.
Sus referentes
Es este un libro repleto de anécdotas y vivencias, que llega a erigirse en una auténtica biografía literaria en la que aparecen, de viva voz autorial, los más determinantes referentes lorquianos: la barroca fascinación gongorina, su impactante estancia en Nueva York y La Habana, la deslumbrante obsesión por el cante jondo, esa peculiar conjunción entre lo culto y lo popular, su entrega al imaginario gitano, su veneración por Manuel de Falla, la aventura de «La Barraca» llevando el teatro clásico español por la rural geografía patria, su fecunda relación profesional con Margarita Xirgu (en la imgen), la decidida modernidad del trangresor vanguardismo o la idea del arte como un callado trabajo, riguroso y continuo.
En verso
No podemos olvidar la propia concepción teórica del fenómeno lírico: « La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas». (pág. 455)
Fotografías
Siempre remiso, quizá algo fingidamente, a dejarse fotografiar, confiesa al cronista de una prestigiosa publicación porteña, en octubre de 1933: «¿Sabe usted para qué servirán estas generosidades de ustedes? Pues para que mi madre se alegre al ver Noticias gráficas con mis retratos». (pág. 185).
Valle-Inclán
Con un tono desinhibido y tajante, no ahorra Lorca contundentes opiniones, como cuando responde en el diario «La Mañana de León», en agosto de 1933, a la pregunta «¿Qué le parece Valle-Inclán como poeta?», responde: «Detestable. Como poeta y como prosista. Salvando el Valle-Inclán de “Los Esperpentos”, ese sí, maravilloso y genial, todo lo demás de su obra es malísimo». (pág. 134)
Azorín
Y sobre Azorín escribe: «No me hablen ustedes... Que merecía la horca por voluble. Y que como cantor de Castilla es pobre, muy pobre. Viniendo ayer por tierra de Campos me convencí de que toda la prosa de Azorín no encierra un puñado de esa tierra única. ¡Qué gran diferencia entre la Castilla de Azorín y la de Machado y Unamuno!... ¡Qué diferencia!...». (pág. 131)
El duende
Lorca es poeta que reflexiona sobre la poesía, que opina sobre sus coetáneos, de una particular ternura filial, pero también enredador y juguetón, que embroma, con rictus serio, al entrevistador contándole como se le había aparecido el conocido «duende» de su literatura; para Aconcagua de Buenos Aires, en diciembre de 1933, manifiesta: «Apagué la luz. Casi inmediatamente, a los pies de mi cama, se dibujó una figura... una especie de muñeco estrafalario de agilidad sorprendente, que se puso a dar saltos sobre el borde del armazón del lecho. Mediría unos treinta centímetros de estatura. Vestía una ropilla rojo y gualda. Calzaba unas chinelas de punta curvada y sobre la cabecita lucía una caperuza verde, de cuya punta colgaba un cascabel retozón. ¡Lo estoy oyendo! El rostro, de blancor de luna, tenía la penetrante expresión de un ave humanizada...». (pág. 212)
Wall Street
Tenemos a Federico sobrecogido, desde su experiencia neoyorquina, por la dureza capitalista de Wall Street, comentanda en «Blanco y Negro», marzo de 1933: «Wall Street. Impresionante por frío y por cruel. Llega el oro en ríos de todas las partes de la tierra, y la muerte llega con él. En ninguna parte del mundo se siente como allí la ausencia total del espíritu; (...) desprecio de la ciencia pura y valor demoníaco del presente. Espectáculo de suicidas, de gentes histéricas y grupos desmayados. Espectáculo terrible, pero sin grandeza». (pág. 95)
inolvidable el escritor que desvela sus sentimentales, íntimas motivaciones de su obra, en un diario hispanoamericano de febrero de 1934: «Nada más que para que me quieran las gentes he hecho mi teatro, y mis versos, y seguiré haciéndolos, porque preciso de ese amor de todos». (pág. 259) Principios programáticos, ideas estéticas, proyectos de vida o crítica literaria en la enérgica y conmovedora voz del poeta.
Homosexualidad
Llama poderosamente la atención en este libro la inclusión de entrevistas y declaracionespublicadas póstumamente, en las que se agudiza un particular intimismo sentimental. En el mexicano diario «Excelsior» aparece en enero de 1957, en tres partes, un extenso artículo-entrevista a cargo de Cipriano Rivas Cherif, donde Lorca, cómodo en la confianza de su amigo, se había explayado en el tema de su homosexualidad, confesándole que «No he conocido mujer (...) Y la normalidad no es lo tuyo, de conocer sólo a la mujer, ni lo mío. Lo normal es el amor sin límites». (pág. 568).