Conciertos

Los obreros del rock

Paco Gené presenta en «Los zapatos no vuelan» la realidad de la música independiente española. Puede que la más auténtica. Lejos de grandes focos y estadios repletos, pero con un público que se han currado concierto a concierto, gente que les sigue, que llena bares y se sabe sus canciones

La banda Viaje a 800, en un espectáculo en Madrid
La banda Viaje a 800, en un espectáculo en Madridlarazon

Paco Gené presenta en «Los zapatos no vuelan» la realidad de la música independiente española. Puede que la más auténtica.

Minigira de jueves a sábado. En cualquier ciudad de España. Da igual que esté a cien kilómetros que a seiscientos. Ahí van ellos. Es lo que soñaron con doce o quince años y, ahora, treinta después, lo tienen –o continúan teniendo– en su mano: tocar temas propios delante de su público, que sigue los acordes canturreando las letras. Ésta es su droga. Su pasión. De ello se alimentan. De otra forma, sería prácticamente imposible que repitieran una vez tras otra, y otra, y otra... Les corre por las venas. Si no, la «fatiga» –cuentan– terminaría con cualquiera de estos grupos de golpe. Van a su ritmo, «a muerte con él hasta el extremo», dice Paco Gené. Ellos y su gente. No necesitan a nadie más.

Quienes cargan el camión para salir a la carretera son ellos. Y los que lo descargan. También preparan el escenario que desmontarán a las tres o cuatro horas. Para darle forma, de nuevo, al día siguiente en algún otro lugar, previo peaje de kilómetros de conducción en sus piernas. Así, todos los fines de semana, si hay suerte.

Del concierto al cole

Es la vida de los músicos y titiriteros, comenta Fernando Pardo –de Sex Museum–: «Invitaría a cualquiera un fin de semana, de jueves a sábado, a levantarse, a hacer la prueba de sonido, a cargar y descargar, a llegar al hotel a las tres de la mañana para despertarse a las ocho y hacer otros quinientos kilómetros para repetir lo mismo. A ver cómo pasan el domingo y el lunes». Ahí está la fuerza de estos obreros. Reengancharse cada lunes con la vida cotidiana para llevar a sus hijos al colegio e ir a su otro trabajo, uno que no acabe con su pasión. Que se compagine con los escenarios y las noches y que les ayude a sobrevivir. Si no, no hay trato.

Son el taxista que te acerca al centro con su chupa de cuero, el obrero con coleta que está subido al andamio o el panadero con patillas que te atiende enharinado. Vidas que recoge el documental dirigido por Paco Gené, «Los zapatos no vuelan». Historias de un puñado de grupos –Sex Museum, Le Punk, L.A., Garaje Jack, Los Deltonos, Crudo Pimento...–, algunos ya desaparecidos, que resumen el mundo «underground» por el que se mueven cientos de músicos para sobrevivir cada día. Alejados de las discográficas, aquí son ellos los que marcan el paso. Una película de músicos y de sus rutinas, no de música. No buscan ser Bunbury: «Eso significa no poder ir a la calle. No pongo como máxima que la mayoría quiera fama y dinero, pero nosotros tenemos nuestro ritmo», apunta Pardo.

«Aunque una multinacional es fantástica –afirma Luis Albert, de L.A., en la cinta–, yo quiero poder controlar el 100% de la película. La composición grabación, el vinilo, la pancarta... Ser el padre de esto». Y para ello no les queda otra que buscar una vía alternativa con la vida que les gusta llevar. Así lo confirma la compañera de Pardo en Sex Museum, Marta Ruiz: «En España, con la música, o eres pluriempleado o tienes que dar el pelotazo». Y puede que con esto último su vida se escape de sus manos, y no interesa.

Los hay que ni siquiera han contemplado la opción del representante, como Viaje a 800 –«bueno, una vez hubo algo parecido...»–, y otros que reconocen que «tener un tío con contactos» abre muchas puertas, siempre que haya un buen producto, comenta Luis Albert. Pero todos luchan contra los elementos para mantener un sueño, su sueño. O llevarlo lo más lejos posible, como ya hicieran Viaje a 800 y Le Punk, que terminaron separando el camino de sus integrantes. Lo explica Dani «Patillas» –miembro de los últimos–: «Si no va a más no puedes quedarte en el mismo sitio». Y eso que Le Punk lo dejó arriba, pese a reconocer que «de haber aguantado más se hubieran amargado la vida».

Porque el precio de la independencia no es fácil. «Está el desgaste de hacerlo todo tú. Las trabas hacen que te quemes». O «el agotamiento –habla Jorge Galaso, de Garaje Jack– de componer canciones, hacer el disco, el marketing, buscar la gira...».

Crudo Pimento –lutieres de sus propios instrumentos–, sin embargo, cansados de tocar y entregarse hasta llegar con «fiebre» a casa, reconocen que «firmarían con Satanás por algo de ayuda», cuenta Raúl Frutos. Sin renunciar a su independencia, por descontado. Pero, eso sí, Luis Albert lo tiene muy claro cuando afirma el sentimiento unánime de que «lo bueno supera a lo malo, por supuesto. Si no no haríamos esto. Pero es jodido», deja claro.

«Un pelín por debajo de la media de los músicos» es donde se sitúa Fernando Pardo, por aquello de volver cada lunes a la realidad. Como cualquier persona, pero con mucha más tralla encima. Por ello se define como un obrero del rock: «Un espíritu extraño. No quisiera gustar a gente que no me caiga bien. No a los fans. Hemos elegido llegar a la gente como nosotros. Terminar un concierto y bajar con quien tenga que ver conmigo. Que vibren». Porque para Sex Museum la «música es más que un objeto de consumo», quieren hacerla suya, en lo que ya llevan treinta años. Algo que entienden muy bien en Le Punk, como explica Alfredo F. García «Alfa»: «Me siento orgulloso porque es mi oficio y me va la vida en ello, en el sentido estricto».

Grupos con una labor menos medible que el que vende pan o trabaja en una ferretería, como cualquier faceta artística, pero ahí está su trabajo: mucho más gratificante que el de la mayoría. «La gente envidia el rock porque es como irte con siete amigos. Un continuo viaje de estudios haciendo cosas que nos flipan», exclama Luis Albert. Algo tan sencillo y difícil, a la vez, como «transmitir las historias que tienes que contar», apunta Hendrik Röver, de Los Deltonos. Ver la transformación de ser cuatro gatos a llenar una sala con decenas o centenares de gargantas cantando tus canciones: «Merece la pena», coinciden.

Y siempre sin despegar: «Ser un grupo de rock&roll es ser zapatos que no vuelan, que están siempre pisando el suelo y comiéndose los moquitos, uno, otro, otro...». «Gente que vive al día –cuenta Paco Gené–, porque la realidad no les da para mirar a través de sueños». Vidas que Óscar Rama, de Garaje Jack, resume: «Hacer lo que hacemos es de héroes o de gilipollas». Y ninguno contempla la segunda opción.