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Los quince minutos de fama de Valerie Solanas

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • Pedro Alberto Cruz Sánchez

    Pedro Alberto Cruz Sánchez

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El 3 de junio de 1968, la escritora radical feminista Valerie Solanas acudió a The Factory y, en el ascensor, se encontró a Andy Warhol. Nada más salir de él, el artista atendió una llamada y, al momento de colgar, Solanas le disparó tres veces, hiriéndole de gravedad. Las razones que llevaron a la escritora a intentar el asesinato de una de las grandes «celebrities» del momento fueron múltiples: el desprecio con que Warhol trató el guión que le entregó Solanas, «Up to ass», el cual no solo no produjo ni en teatro ni en cine, sino que, además, perdió; la cólera de Solanas ante las múltiples representaciones que Warhol realizó de la mujer como un mero objeto de consumo sexual; y una evidente derivada patológica del fenómeno «fan», que condujo a la obsesión compulsiva de Solanas por la superstar de la cultura pop. De una manera directa, Warhol fue víctima de su propio universo de éxito y de glamour. Frases tan míticas como «en el futuro, todo el mundo será famoso durante 15 minutos» o «lo que vende es el éxito» se limitan a verbalizar la punta del iceberg de una fascinación por las «celebrities» que casi le costó la vida. Desde muy pequeño coleccionaba autógrafos de famosos y, tras inaugurar en 1964 The Factory, la presencia de personalidades como Mike Jagger, Bob Dylan, Salvador Dalí o Lou Reed en sus fiestas, era algo que formaba parte de la cotidianidad. Warhol reconoció que le encantaba observarlos porque se comportaban como si su forma de vida fuera la normal. El caso es que, absorbido por esa seducción de las apariencias acabó viviendo para los medios y convirtiéndose en actor de ese mundo de extravagancias que tanto le fascinaba contemplar. Considerado como una de las figuras más influyentes del mundo a finales de los 60 era el blanco perfecto para cualquiera que quisiera vivir sus 15 minutos de gloria. Y, claro está, Valerie Solanas, con una biografía marcada por la marginalidad social y una extrema sed de venganza hacia el sexo masculino, halló en él su posibilidad de redención, el «gesto pop» por excelencia, la oportunidad de «pintar» la versión tardomoderna de «La muerte de Marat». Después de ese incidente que le mantuvo entre la vida y la muerte durante unas horas, Warhol no volvió a ser el mismo. El trauma por lo sucedido y el miedo a que se repitiera hicieron de él una persona más elusiva, menos expuesta a los medios. Su vida ya nunca fue tan transparente como durante la fase más excesiva de The Factory. De alguna manera Solanas supuso para el hipocondríaco Warhol el final de la edad de la inocencia. Ese disparo que le atravesó el cuerpo le mostró que las estrellas son de carne y hueso, y también mueren.