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Una «Lucia» de nuestro tiempo

Obra: «Lucia di Lammermoor», de Donizetti. Intérpretes: Silvia Vázquez, David Baños, Javier Franco, David Cervera, Ruth Terán, Quintín Bueno. Arpa: Celia Blanco. Flauta: Rocío Bolaños. Piano: Miquel Ortega. Director de escena: Emiliano Suárez. Teatro Marquina, Madrid. 28-VI-2024
Silvia Vázquez, soprano lírico-ligera que protagoniza  la «Lucia» dirigida por Emiliano Suárez
Silvia Vázquez, soprano lírico-ligera que protagoniza la «Lucia» dirigida por Emiliano SuárezLa Razón
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

Madrid Creada:

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Es arriesgado sin duda montar una ópera sin contar con una orquesta, un coro y un ámbito adecuado. Emiliano Suárez lo ha hecho y no es la primera vez. Las ideas bullen en su mente, siempre abierta a lo nuevo, siempre alerta y dispuesta para buscar nuevas vías y significados. Lo viene haciendo desde hace varios años en su reducido espacio del barrio de Tetuán, el Garaje Lola, plasmadas ahora, con respecto a esta «Lucia», a «Rigoletto» y a «La bohème», en el más amplio reducto del Teatro Marquina. Su acercamiento a la ópera de Donizetti demuestra otra vez su inventiva y valor para intentar actualizar y dotar de propuestas modernas a una obra en ciertos aspectos –y algunas puestas en escena un tanto apolilladas lo ponen de manifiesto– pasada de moda. Es un decir porque el arte, si es bueno, es difícil que periclite. Y «Lucia», en su estilo, es una ópera magistral desarrollada a lo largo de una imparable y sucinta relación de hechos a la que Donizetti supo revestir con suma destreza de una música sencilla pero provista de unos valores casi táctiles, de una plástica y de un poder evocativo innegables. La acción tiene lugar a principios del siglo XVIII y centra toda la atención en las relaciones humanas y sentimientos, relegando a un segundo plano lo histórico. Ha tenido valor el regista para volver del revés como a un calcetín el planteamiento original. Algo plausible pero peligroso. La visión de Suárez, sin duda bastante estudiada, traslada el relato a la época actual –algo muy recurrente en las modernas puestas en escena– y lo convierte en un drama contemporáneo estremecedor.
El comienzo es ya rompedor: la pareja Lucia-Edgardo, unos quinquis auténticos, abre la acción atizándose un chute de droga. A partir de ahí las cosas se enredan y se abren nuevas vías: nos enteramos de que ella es lesbiana y se da un buen lote con su ama, Alissa. Él es un pintor a lo Pollock, que pinta en telas sobre el suelo y lleva gafas oscuras. Anda de aquí para allá con el pincel en la mano, venga o no a cuento. Los demás personajes son más bien de cartón piedra, algo que casa con su real y envarada importancia. Las situaciones, teniendo en cuenta las limitaciones escenográficas, con acciones apenas intuidas, carecen casi siempre de verosimilitud dramática. Suárez, llevado de su apasionada manera de ver las cosas, tergiversa el curso de la narración y altera hechos, con lo que la lógica dramática se resiente. En ella es cierto que Lucia –que acaba de apuñalar a su impuesto marido, Arturo– llama en su demencia insistentemente a Edgardo, pero lo hace a un personaje todavía vivo, con el deseo de encontrarse con él. No piensa que esté muerto. En el esquema argumental primigenio es Edgardo el que lamenta la muerte de su amada y da remate a la ópera. Son hallazgos sorprendentes que alteran el orden de los acontecimientos y tuercen el curso narrativo, que se mueve a lo largo de un planteamiento escenográfico que no puede ser ágil por muchas razones.
Las palabras que se cantan, algo habitual, tienen generalmente poco que ver con lo que discurre ante nuestros ojos. Los números musicales (no todos, como es lógico, los que alberga la partitura completa) tuvieron en general una traducción muy plausible en ocasiones. Hay que citar en primer lugar, como es lógico, a Silvia Vázquez, soprano lírico-ligera de timbre pulido y espejeante, de recursos algo limitados pero eficaces, de extensión suficiente por arriba para encaramarse al Do, Re o Mi bemol sobreagudos. Técnicamente muestra alguna debilidad en agilidades, trinos solo apuntados y un centro que se querría más anchuroso. A su lado el tenor David Baños, un cuarentón bien dotado que mostró un generoso timbre de lírico con hechuras, extensión y firmeza. Ha de regular mejor, matizar y no cantar todo en forte, lo que, como aquí, le puede ocasionar problemas de afinación y expresión. En su aria final, «Tu che a Dio spiegasti l’ali», lo pasó regular. Como siempre, Javier Franco sentó sus reales de buen barítono como Enrico, hermano de Lucia, el malo de la función en este caso. Muy seguro arriba, buen fraseador, lo encontramos algo limitado y menos timbrado que otras veces. David Cervera fue un Raimondo centrado y serio, con sonoridades pasajeramente nasales. Alissa fue defendida sin problemas por Ruth Terán, que será Lucia en otras funciones. Y Quintin Bueno fue un buen Normano y un muy discreto Arturo. Hay que alabar, aparte de a Miquel Ortega, a dos jóvenes instrumentistas que tocaron muy bien, Celia Blanco, arpista dotada, y Rocío Bolaños, flautista, que bordó su acompañamiento al aria de la Locura, que dieron vuelo al inteligente trabajo de adaptación. Muchos aplausos al final de un público bastante numeroso.