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Lugansky, narrador de lujo

La Razón

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Orquesta y Coro Nacionales de España
Rachmaninov: Concierto para piano y orquesta nº 3, Op. 30; Tchaikovsky:
Sinfonía nº 5, Op. 64. Piano: Nikolai Lugansky. Orquesta Nacional de
España. Director: Rafael Payare. Auditorio Nacional, Madrid, 28-XI-2014.
Un nombre dominaba el último programa de la Orquesta Nacional, el del pianista ruso Nikolai Lugansky (Moscú, 1972), que a sus 42 años es una de las figuras más importantes del mundo del teclado. Maestro, obvio es indicarlo, del repertorio eslavo (Tchaikovsky, Rachmaninov, Prokofiev), es también traductor consumado del pianismo centroeuropeo (Beethoven, Mozart, Schumann, Liszt o Brahms), sin descartar sus admirables lecturas de la obra de Chopin. Con la Nacional interpretó en las sesiones de viernes y sábado el más denso de los Conciertos de Rachmaninof, el Tercero en Re menor, de 1909, naturalmente en su versión original sin cortes (las versiones con las partes optativamente sancionadas por el propio compositor hoy han pasado prácticamente a la historia).
Lugansky ofreció no sólo potencia sonora y virtuosismo incontestable sino, por encima de todo, musicalidad exquisita, fraseo elegante y cálido sin afectación, y un extraordinario sentido de la narración que hace que la discursiva de Rachmaninov, a veces tachada de prolija, resulte perfectamente lógica y concentrada. Fue toda una lección de «contar música» a través del piano, rematada con una propina de Nikolai Médtner, la «Canzona Serenata», el nº 6 de sus «Melodías olvidadas», Op. 38.
Lugansky tuvo un fabuloso acompañamiento de la Nacional, dirigida por el joven venezolano Rafael Payare, de 34 años, otro producto encomiable de «El Sistema» de aquél país, creado por José Antonio Abreu, mentor tanto de Gustavo Dudamel como de Payare, que en España ya ha actuado con la Sinfónica de RTVE. Pasando del Re menor de Rachmaninov al Mi menor de Tchaikovsky, Payare construyó una sólida y enérgica versión de la Quinta Sinfonía, en la que resultó inesperado algún desliz de la trompa, dentro de lo que fue una actuación brillante y rotunda de los metales, y de la orquesta toda, en su habitual nivel de excelente calidad técnica. La sorpresa la dio el público, que, no uno o dos espectadores despistados, sino casi un tercio de la sala, rompió a aplaudir antes de la Coda de la obra: Payare, con calma espartana, paró la pieza y sólo cuando cesaron los aplausos atacó la conclusión de la Sinfonía, con entusiasmo de la audiencia, ahora al completo.