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«Sufrir abuso no dice nada sobre el tipo de persona que eres»

La nieta del cineasta, cocreador del término «Nouvelle vague», visitó Madrid para asistir a los premios Condé Nast Traveler y conversar sobre sus rincones preferidos de París, el peso de llevar el apellido de un genio y su proyecto de ilustraciones feministas.
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La nieta del cineasta, cocreador del término «Nouvelle vague», visitó Madrid para asistir a los premios Condé Nast Traveler y conversar sobre sus rincones preferidos de París, el peso de llevar el apellido de un genio y su proyecto de ilustraciones feministas.
Luna Picoli-Truffaut está encantada con Madrid. Nunca había visitado la ciudad y recién bajada del avión fue a comer junto a su novio, por recomendación de una amiga, a Celso y Manolo. «Probamos unos tomates...», dice, mientras gesticula con las manos y cierra los ojos, recordando el sabor. La nieta de François Truffaut, de 31 años, estudió Bellas Artes, ha tenido éxito como fotógrafo y cantante y, más recientemente, como actriz. Rodó su primera película importante –«El diván de Stalin»– hace dos años con Gérard Depardieu y Fanny Ardant, ex pareja de su abuelo y madre de una de sus hijas. Luna viajó a España para los Premios «Condé Nast Traveler», revista de la que es portada este mes. Además, el pasado jueves, en el Casino de Madrid, recibió el galardón #YoSoyTraveler que otorga la publicación.
–Ejerció de guía por París para la revista. ¿Cuál es su lugar preferido de la ciudad en que pasó su infancia?
–Es muy difícil elegir uno solo. Pero podría mencionar la librería de segunda mano San Francisco Books Co. y Le Bal, un espacio que es como un punto medio entre una galería y un museo, donde exponen obras, sobre todo, de fotografía y audiovisuales, que tienen relevancia social y política.
–¿Cómo es su relación con Fanny Ardant y cómo fue trabajar con ella?
–Fanny siempre ha sido una presencia en nuestra familia. Cuando comencé a actuar, le pregunté a mi abuela si creía que debía hablar con alguien de la industria que me orientara. Ella me recomendó que le escribiera a ella, que fue encantadora y me dio muchos consejos. Durante unos dos años no volvimos a vernos hasta que un día me escribió para decir que tenía un papel para mí.
–¿Y con Gérard Depardieu, que colaboró con su abuelo en «Le dernier métro»?
–Me pareció muy elegante por parte de Fanny que no le mencionase nada a Gérard sobre quién era yo. Cuando le conocí, comenzó a hacerme preguntas y una de ellas fue si mi familia estaba relacionada con el cine. «Sí... mi abuelo era cineasta; de hecho, ustedes trabajaron juntos», le contesté. «¿En serio? ¿Cómo se llamaba?», me preguntó él. Y yo: «François... Truffaut». Reaccionó de manera muy emotiva y se quedó hablando conmigo un buen rato. Gérard es muy gracioso y le gusta gastarme bromas por teléfono.
–Truffaut falleció antes de que usted naciera, ¿cómo ha sido su contacto con su legado y con su lado más familiar?
–Mi abuela fue como una segunda madre para mí durante mi infancia. Todos los miércoles pasaba el día con ella en la productora de mi abuelo, de la que la había dejado encargada. Ella trabajaba y yo paseaba por la oficina. Así, diría que mi primer encuentro con mi abuelo fueron las anécdotas que me contaba la familia sobre él, pero también su despacho. Habían mantenido todo tal y como era antes de su fallecimiento. Allí estaban todavía su cenicero, sus libros... Para mí era como un parque, abría todos los cajones, jugaba con los carretes de los filmes.
–¿Llevar su apellido puede suponer un peso?
–Tengo suerte, porque él representa algo que es apreciado por muchas personas, entre ellas, yo. Siento que fue un hombre interesante y dulce, y un padre divertido y especial. Saber que fuera tan trabajador y creativo, y que creó algo que caló tanto en la cultura francesa y que se extendió por el mundo... cuando eres una persona creativa, te preguntas: «¿Podré alguna vez crear algo así de relevante?». Lo siento especialmente en relación a las películas. Pienso que por eso comencé dibujando, porque el cine era un gran reto para mí.
–Además de actriz, es ilustradora, y dedica sus dibujos a la reivindicación feminista...
–La elección de Trump fue como un «click». Sentí la necesidad de drenar mi frustración a través de la creatividad. Así, comencé a dibujar a mujeres relevantes y fuertes. El #MeToo, además, me despertó algo porque fui víctima de abuso cuando era pequeña. El movimiento me inspiró a contar mi historia. Yo debía tener seis o siete años cuando sucedió. El hecho de que otras hablen de sus vivencias no lo hace desaparecer, pero sí me permitió comprender que es una experiencia común para muchas de nosotras. Ahora entiendo que sufrir abuso no dice nada sobre el tipo de persona que eres.

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