Literatura

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«Mantener mi enfermedad en secreto me parece cada vez más difícil»

Jaime Gil de Biedma se autorretrata en 1956, en la casa familiar de Nava de la Asunción
Jaime Gil de Biedma se autorretrata en 1956, en la casa familiar de Nava de la Asunciónlarazon

Se publican los diarios inéditos de Jaime Gil de Biedma, textos en los que el poeta habla sin tapujos de la creación de su obra literaria y del tratamiento que para tratar el sida, la enfermedad que acabó con su vida.

Procedente de Barcelona, el 21 de octubre de 1985, un enfermo del hospital Claude Bernard de París, ingresado primero bajo el nombre falso de Jaime Costos Sánchez y luego simplemente como «monsieur X», comenzó a escribir un diario. Era una manera de dejar constancia del tratamiento que iba a recibir después de que ese verano le fuera diagnosticado un sarcoma de Kaposi, primer síntoma del sida, por entonces una enfermedad poco conocida y con esacaso tratamiento médico. El paciente estaba expectante porque, «formado en la época de la penicilina como panacea universal, inevitablemente concibo el tratamiento experimental y precario que estoy siguiendo como una incógnita a despejar en pocas semanas: o me muero o sobrevivo, pero de una vez». A ello se le sumaba otro problema, el de «la tensión nerviosa de aguantar constantemente el tipo, de hacer frente a los rumores durante meses y meses, esa tensión de la que me sentí tan aliviado al ingresar aquí. Mantener mi enfermedad en secreto, salvo para unos pocos íntimos, me parece cada vez más difícil. En lo uno y en lo otro, si salgo adelante, será por el canto de un duro».

Jaime Costos Sánchez era el seudónimo de Jaime Gil de Biedma y estos fragmentos están extraídos de uno de los libros más esperados de la temporada, una obra que ha sido objeto de especulaciones y todo tipo de rumores desde que su autor murió. El próximo 5 de noviembre llegará a las librerías «Diarios 1956-1985», un volumen preparado con gran rigor por Andreu Jaume, estudioso del poeta barcelonés, y publicado por Lumen. Se recogen por primera vez, junto con el ya conocido «Retrato del artista de 1956», una serie de dietarios inéditos que nos recuperan lo mejor de la voz de un autor básico para comprender la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Procedentes del archivo de Gil de Biedma, guardado por la agente literaria Carmen Balcells, son otros materiales que forman esta obra: un extenso dietario que abarca entre 1959 y 1965, una de las etapas más sólidas creativamente del autor de «Las personas del verbo»; otro redactado en 1978, cuando trata de volver a escribir y, finalmente, el ya citado de 1985. Todo ello forma un ciclo autobiográfico de primer orden.

Una de las particularidades de la obra es que nos permite conocer el taller de escritura del poeta. Las páginas redactadas entre 1959 y 1965 nos ayudan a entender su manera de trabajar, el esfuerzo del poeta. Por ejemplo, el 19 de noviembre de 1963 comenzó a trabajar en el poema «Apología y petición»: «En mi proyecto de sextina, que cada vez me tienta más, aunque no sé si por razones extrapoéticas –i. e., la de hacer un tour de force que deje con un palmo de narices a los aficionados y a los críticos para quienes el tipo de poesía que yo hago constituye un síntoma evidente de incapacidad formal o de completa despreocupación».

En este sentido, también merece la pena destacar los momentos en los que habla de la elaboración de su ensayo «Cántico. El mundo y la poesía de Jorge Guillén», aunque el resultado final no fuera muy del agrado del autor de la Generación del 27.

También nos encontramos con un Gil de Biedma que habla sin tapujos de su homosexualidad, de sus relaciones con Luis Marquesán o Josep Madern. Este último, muerto también por sida en 1994, aparece reiteradamente en las páginas del diario de 1978, que se inicia con una bronca entre los dos amantes el día de fin de año en Ultramort, la finca ampurdanesa de Gil de Biedma. «Josep y yo, cada cual por su lado y los dos juntos, hemos sido envidiablemente felices. Quizá yo más que él, porque a las once de Nochevieja, cargado de whiskis y de sueño atrasado, y probablemente colapsado por un porro que no debí fumar, huí a la cama, dejándole con un palmo de narices, veinticuatro uvas y dos botellas sin abrir. Pero si sabe cabrearse bien –y es una cualidad suya que me gusta–, también sabe deponer luego las armas con gracia, en el justo momento. Ayer a mediodía, cuando sentados al sol nos bebimos la botella de champagne –sin uvas porque no las pedía ya la hora–, otra vez éramos la primera pareja reinante en la mejor de las Sodomas posibles».

El renacer de Barcelona

Tampoco falta el compromiso político y social de un poeta que nunca permaneció mudo ante la realidad de su país. Resultan especialmente conmovedores los pasajes en los que Gil de Biedma habla del renacer de Barcelona en los primeros meses tras la desaparición de Franco. La reflexión le surge mientras pasea por las calles de los viejos barrios de la capital catalana. En su dietario anota que «de todos los beneficios del cambio en nuestro país –tras la defunción del ya remoto Invicto– ninguno tan inmediatamente palpable, emocionalmente y personalmente remunerador como la recuperación de los barrios populares por sus gentes. Nada nos hace realizar de una manera tan incomparablemente directa la felicidad de la muerte de la dictadura».

Es un poeta desesperado por vivir la vida al máximo, beberse hasta la última gota de la noche en encuentros que son muchas veces una celebración de la amistad. Porque los amigos no le fallan y, por eso, en los diarios no pueden faltar nombres como los de Carlos Barral, Gabriel Ferrater, José Agustín Goytisolo o Juan Marsé.

Podemos también conocer de primera mano sus impresiones hacia todo tipo de lecturas, desde Cernuda a Nabokov: «He empezado a leer “Lolita”, un libro sobre el que me gustaría escribir. Divertido y nada casual parentesco entre Humbert Humbert y Alfred J. Prufock (...). El personaje, en realidad, deambula por buena parte de la literatura tardía en tradición simbolista. Es el equivalente de Charlot en la clase media educada y ex acomodada». Interesante son sus impresiones sobre Mario Vargas Llosa: «Los Vargas –él y ella, ligeramente mayor que su marido– son personas muy simpáticas, con esa especial fineza de los peruanos, un sí es no es dieciochesca».