Manuel Jabois: «La adolescencia es una edad de mierda. Miras al espejo y sólo ves a un gilipollas»
El escritor novela la infancia en «Malaherba» (Alfaguara), donde rememora la emoción de descubrir por primera vez el amor, la traición, la maldad y la violencia.
El escritor novela la infancia en «Malaherba» (Alfaguara), donde rememora la emoción de descubrir por primera vez el amor, la traición, la maldad y la violencia.
Manuel Jabois es un novelista escindido entre el presente, con los aluviones avasalladores de la actualidad, y el pasado, que es toda esa memoria palpitante de la niñez, que más que un recuerdo, para él es una especie de Edén irrecuperable, con toda la nostalgia que deja. Jabois publica «Malaherba» (Alfaguara), que es una mirada a esa época y a la historia de un niño que se resiste a que lo desalojen de ese jardín.
-¿Por qué la infancia?
-Es el origen de todo. Muchas veces tenemos que viajar hacia ella para saber cómo somos y lo que somos. Pero la razón fundamental es volver a las emociones de las primeras cosas. Hay una frase, que me encanta que dice: «si pudiéramos recordar la primera vez que pronunciamos cada palabra». La primera palabra, puede que no; pero la primera emoción, sí. Por eso me interesa cuando el niño descubre la amistad, ese momento en que es capaz de hacer algo por el otro y otro por ti, y te convences de que ese tío es tu amigo. También, la primera vez que descubres la traición, el engaño, que la palabras sirven para mentir, que es un instante de desconcierto. O el descubrimiento del sexo, también. Todas estas cosas me han llamado mucha la atención. Hay una frase que me gusta mucho: el pasado es prestigioso. Si me preguntas en la época en que me gustaría vivir, te diría el 3.000. Pero también es cierto que vivo con la nostalgia perpetua de los momentos en que viví las cosas por primera vez. Cuando cumples 12 años tienes que saber que ya no los vas a volver a tener en tu vida. Esto tan básico es una tragedia.
-Esta obra nace de esas emociones.
-Sí. El protagonista es un niño. Está creciendo y desarrollando su pensamiento, pero tiene el instinto de vivir con la emoción: aquí estoy triste: aquí, alegre; aquí, me enfado; aquí, lloro. A este niño se le empuja demasiado pronto a salir del parque. Se le comenta que es la hora, y, claro, él responde que no, que se le deje un poco más. Pero la vida no da prórrogas. No concede plazos. De repente, tu padre enferma, o pasa lo que sea, y ya no hay solución: tienes que crecer.
-En este caso, el camino hacia la vida adulta lo marca la muerte.
-A los niños no se le dice que la gente muere. Se les llena la cabeza de eufemismos: se ha ido, está malito, está de viaje, ha subido al cielo. Lo que no cambia es que la persona ha desaparecido, pero una cosa es que desaparezca el abuelo de un amigo y otra que sea tu madre o tu padre. Hay un cráter ahí que se abre en tu hogar. Ese hueco es más grande. La primera frase del libro está insinuando que una cosa que pasa una vez , puede pasar una segunda. Por otra parte, delante de los niños siempre se está fingiendo. El niño tiene que desentrañar una realidad que se le está manipulando. Por ejemplo, ese instante, en que los padres cierran las puertas del cuarto. Intuyes que está pasando algo. Los niños tienen que descubrir poco a poco las cosas. El fuego quema porque meten la mano, porque si se lo dicen solamente, no se lo creen. Esto pasa con más cosas. El niño descubre metiendo la mano quemándose.
-Los niños también juegan con la maldad.
-Es una forma de expresarse. Los niños cuando son bebés, no saben hacerse entender, te golpean en la mano o te dan besitos. Este niño encuentra en la violencia una manera de comunicación extraordinaria porque él no sabe cómo comunicar con palabras y otros actos. Expresa así la frustración y la rabia. Después, el niño descubre los conceptos del bien y mal. Es imposible no ser malo alguna vez, pero sí se puede evitar la maldad, que es la psicopatía. Los niños juegan con la maldad. Cuando un niño dice a su padre que quiere más a su madre, no sabe lo que dice ni el posible terremoto que está desencadenando. El niño lo dice para ver hasta dónde puede llegar. A los quince años, dirá otras cosas, ya no esas. El niño es desproporcionado por naturaleza. Es cierto que hay niños malos, pero el niño tiene que saber moverse y cómo ir hacia el bien o hacia el mal.
-A pesar del dolor, la infancia es una de las épocas más felices.
-El pasado es prestigioso, te comentaba antes. Con el tiempo te quedas con los momentos felices. Parece que la memoria trabajara para lapidar lo triste. De mi infancia recuerdo cierto complejo de culpabilidad y una ansiedad continua. Faltaba a clase y se me caía el mundo encima: pensaba que me iban a pillar. O cuando sabías que habías suspendido pero tus padres todavía no habían recibido las notas... esos días angustiosos. Pero también lo recuerdo como una época muy libre y salvaje. Había mucha violencia desmesurada. No sé si sigue siendo así. La recuerdo feliz. También la recordamos así porque nos gusta vernos feliz y en las fotos nunca se te ve sufriendo. No es una edad agradable. Es agradable a partir de 30 años, que es cuando la empiezas a ver así. Como la adolescencia, que es una edad de mierda. Miras al espejo y ves a un pedazo de gilipollas preocupado por chorradas. Tenía complejo por nariz. Es cuando las chicas te gustan y yo me decía: «Dios, tengo que operarme la nariz» y eso que no tenía ni para una napolitana, pero querías gustarle a las chicas. Es horrible esa edad por el narcisismo de la edad y porque se desatan todos los complejos. Luego está el colegio. Imagina estar acomplejados, ser tímido y que un grupo de desgraciados te enfilen y te hagan la vida imposible. Te pueden traumatizar para el resto de tu vida y crearte un sentimiento de resarcimiento y venganza que te joden. O puedes acabar enfermo y suicidándote.
-La suya es una infancia analógica. ¿Cómo ves las digitales?
-Gracias a las tecnologías hay mas capacidad de denunciar los abusos. Mis hijos manejan internet tan bien como yo. Sigue «youtubers», se busca a sí mismo, pero le salgo yo. Me pregunta «por qué» y yo le respondo que ya saldrá él. Tiene 6 años y ya lee cosas sobre mí. Buenos mal que yo no me dedico al narcotráfico y no va a descubrir nada que me avergüence, salvo alguna crítica literaria. Pero más adelante supongo que consultará asuntos sobre sexo. Es algo que no puedes controlar. Yo recuerdo el tráfico que había de revistas pornográficas. Nosotros descubrimos todo eso más tarde, a través de las experiencias vitales, los libros. La literatura te prepara para muchas cosas y te anticipa la vida. Gracias ellos descubrí que existía el divorcio y, a los 12 o 13 años, por los libros también comprendí que la droga era devastadora y me dije a mí mismo que eso nunca.
-Creces con el recuerdo de tu infancia y la infancia de tu hijo.
-La brecha que existe entre mi infancia y la de mi hijo es más grande que la de mi padre y la mía. Internet ha cambiado todo. También las relaciones. Pero soy optimista y creo que va a ser mejor. Con internet lees un montón, te enseña cosas alucinantes. Algunas me las enseña mi hijo.
-En el libro, los niños se cambian el nombre.
-Esa idea me gusta. También la de los disfraces. El «Spiderman invisible»... el niño, en general, siempre quiere ser otra persona. Tienes tanto conflicto que quieres evadirte y la primera cosa que haces desear ser otra cosa, cambiar de nombre. Los niños juegan con la invisibilidad, con el estar y no estar. Se debe por el conflicto de identidad. Yo jugaba a eso. Cuando me aburría, me imaginaba esa otra persona que también era yo.
-¿En esas vidas alternas estaba ya el escritor?
-No existía. Es el más tardío de todos ellos. Yo jugaba al tenis y pensaba ser tenista profesional, La final de Roland Garros la he jugado mil veces. Pero también era un ciclista en el Giro de italia. De niño, imaginaba estas cosas. Pero nunca imaginé al escritor. A él lo imaginé luego, ya con 16 y 17, cuando comencé a escribir más en serio. Publiqué un libro de 17 poemas y después, en un diario, publicaba. Me metí en ese periódico de una forma algo pirata. Tuve bastante suerte. La suerte ha sido decisiva en mi vida. Pero no existía ese escritor de fondo. Comencé a fantasear con la idea de escribir, con lo que estoy haciendo ahora, más tarde. Ahora que lo he conseguido, veo todo a su alrededor como un riesgo. Es lo que pasa cuando deseas algo con fuerza. De repente lo tienes y alrededor no ves más que precipicios.
-¿Qué queda en ti del niño que fuiste?
-El miedo. Pero, fíjate, el miedo hasta te protege de muchas cosas. Me ha ayudado bastante. En ocasiones, me ha protegido. Otras veces, en cambio, es un sufrimiento. Si lo adiestras, lo puedes usar para evitar muchos males. Pero no es la precaución lo que te hace esquivar esos males, sino el miedo a la vida. Todos los niño están llenos de miedos.
-¿Y el peor de esos miedos?
-Los de cualquier niño: los que provienen de la fantasía. Después, los del mundo real: el dolor, la enfermedad y la muerte. Me da mucho miedo pensar en el dolor. No me gusta nada y, mucho menos, que lo pasen los demás.